La Rioja

Lucía, la ‘abuela de Logroño’, sopla 105 velas: “Toma solo media pastillita para el azúcar”

Cuando Lucía Fernández Estenaga se asomó a la vida un 24 de febrero de 1919 el mundo era un lugar, cuando menos, marcado por la incertidumbre. A sus cuatro meses de vida, con toda certeza, sus padres comentaron con alivio cómo el Tratado de Versalles ponía fin a la Primera Guerra Mundial, sin saber que años después llegaría la segunda entrega. Seguramente, el asunto no les preocuparía tanto como la mal llamada Gripe Española, que desde hacía un año sumaba contagios en Estados Unidos y afectó a España durante los primeros meses de vida de Lucía.

Esta vecina de Logroño no solo salió adelante de aquella primera pandemia, sino que un siglo después resistiría también al pulso de una segunda, la del COVID, y este fin de semana ha soplado las 105 velas de una tarta que la corona como la ‘abuela’ de la capital riojana, superando en longevidad a Marcelina López Poza (cumplirá los 105 el 5 de abril) y a Gregorio Pachecho Pacheco (alcanzará esa cifra el 24 de noviembre).

Nacida en Santa Cruz de Campezo (Álava), Lucía y su marido se trasladaron bien jóvenes a Logroño en busca de un futuro próspero para sus tres hijos. Los años fueron pasando -jamás la sorprendieron sin maquillar y sin las uñas sin pintar- entre guisos, postres (su familia aún se relame al recordar sus rosquillas y su famosa tarta de zanahoria) y ganchillo. Y la foto familiar se fue ensanchando para abrir hueco a tres nietos y dos bisnietas que alucinan con el estado de su ‘bisa’.

Media pastillita para el azúcar

Si alcanzar los tres dígitos de edad no fuese suficiente motivo de asombro, llegar a los 105 como lo ha hecho Lucía lo convierte casi en algo digno de estudio. “Toma media pastillita para controlar los niveles de azúcar, nada más”, explica Estela -su nieta- a NueveCuatroUno, al tiempo que confiesa que “no recuerdo que la hayamos ingresado nunca en el hospital”.

La familia atribuye su capacidad de resistencia a una genética privilegiada y a “no hacer mala sangre” con los contratiempos que la vida puso en su camino. Tampoco cierran la puerta a que el vino de Rioja haya jugado su papel en esta asombrosa longevidad: “Ahora ya no, pero hasta hace poco siempre tomaba una copita de vino para comer”.

Sus 1.260 meses de vida tampoco le han privado del don del habla. Cierto es que ya no cuenta con la fluidez de antaño, pero aún sigue verbalizando agradecimientos cuando le felicitan por su estado y, sobre todo, “si le inicias una tonadilla o un refrán te los sigue”. “Ella era siempre de cantar y recitar refranes y parece que su mente se activa más con esos elementos”, apunta Estela.

Y es así, entre recuerdos de canciones y proverbios, como Lucía sigue viendo cómo sus bisnietas se van haciendo cada vez más mayores y cómo relativizando los malos ratos y a sorbitos de Rioja la vida pasa mejor.

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