César Ceniceros va camino de los 69 años. Si le preguntas ‘¿Cómo estás?’, no lo duda ni un segundo: «Bien, bien. Ahora me iba a dar un paseíto y caminar un poco». Recién cumplidos los 26 y sin alguna enfermedad previa, es más, haciendo deporte y manteniendo una vida sana, César comenzó a sentirse cansado. Sus riñones filtraban muy poco y en cuestión de meses entró en hemodiálisis. En aquella época en La Rioja no había suficientes riñones artificiales para dializar, así que le propusieron ir a Zaragoza un día sí y otro no.
La situación conllevaba dejar el trabajo, y en aquel momento apenas se hacían trasplantes, «uno al año más o menos y fuera de Logroño». Pero César tenía claro que «no puedes vivir eternamente de tus padres» y, junto con su madre, decidió hacerse la hemodiálisis en casa. «Ella fue la que aprendió a dializar y así yo pude volver al trabajo». Justo al año y medio de empezar el tratamiento domiciliario «comenzó a moverse el tema de los trasplantes», y el 8 de enero de 1983, César entró a quirófano en la Clínica Universidad de Navarra.
Todo parecía ir bien, dentro de lo que un trasplante supone -medicación, revisiones…-, pero 17 años después César rechazó el riñón. «La gente entiende que te ponen el riñón y lo aceptas o lo rechazas. Luz o oscuridad. Y casi nunca es así. Es más, la otra personas a la que trasplantaron el otro riñón lo rechazó inmediatamente, sin embargo existe la posibilidad de que al principio vaya bien y con el paso del tiempo se vaya produciendo ese retroceso. Al final es un órgano parecido a ti pero no idéntico», explica César.
Se planteaba de nuevo un cambio que alteraba los planes. Ceniceros insistía en no dejar de trabajar, así que la solución pasaba ahora por la diálisis peritoneal. Tampoco se hacía en Logroño, así que vuelta al tratamiento domiciliario, «porque yo nunca he hecho diálisis en los hospitales». César recuerda cómo este método obligaba a cambiarse un suero cuatro veces al día, «así que después de comer me pasaba al servicio médico de la empresa y allí me lo hacían». Dos décadas después, un nuevo trasplante fue necesario. Esta vez en Cruces.
Las cosas actualmente van «bastante bien», pero en un trasplante en el que pones juntos dos cuerpos que no son idénticos es difícil predecir la evolución. Así lo detalla César, que añade que una intervención de este tipo no es, ni mucho menos, lo que parece desde fuera. «Esto no consiste en cambiar la pieza de un coche. Implica tomar medicaciones, vivir con las defensas bajas y ser más susceptible de coger enfermedades contagiosas… Está claro que vives mejor que en la diálisis porque tienes más libertad y el cuerpo no sufre tanto con esos filtrados, pero no es un proceso para nada fácil».
A esto hay que sumarle la incertidumbre, porque un riñón trasplantado «tiene una caducidad». Aún con todo, César reconoce que si con 26 años te detectan una enfermedad que hacía poco tiempo era mortal -no había riñones- y de repente llevas 43 años viviendo gracias a la donación, a los servicios médicos, a la tecnología y a la Salud Pública, «son 43 años que me han regalado».
Buenas cifras
Los últimos datos arrojan que La Rioja se mantiene como una de las regiones con mayor promedio de donaciones de España con una tasa de 53,1 donaciones por cada millón de habitantes. En 2023, la región registró 17 donantes (con una edad media de 71 años) de los que se obtuvieron un total de 31 órganos para trasplantar (24 riñones y 7 hígados); 12 fueron donantes convencionales en muerte encefálica y 5 lo han sido en asistolia.
Desde el Hospital San Pedro se asume el trasplante renal de donantes cadáver de todas las poblaciones de La Rioja, excepto los casos más complejos desde el punto quirúrgico y los trasplantes de donante vivo que se hacen en el Hospital de Cruces de Bilbao.
Ceniceros, sin ser médico pero convertido en un auténtico experto de la materia, explica que en términos generales los donantes suelen ser personas fallecidas. «Hubo un momento en el que los accidentes de tráfico eran una fuente importante de donantes, pero afortunadamente eso ha desaparecido y hoy es una cifra marginal. Hoy en día lo más común es que los donantes sean personas que saben que van a fallecer y aprueban su donación, o enfermos ya sedados que anteriormente ha compartido con la familia su deseo de ser donante. Esta es la mayor fuente de donantes cadáver».
En cuanto al trasplante de personas vivas, «antes era mucho más esporádico, pero hoy en día se está intentando fomentar en la medida que la gente lo desee. Cada vez somos más personas necesitadas de un trasplante y aunque las listas de espera no son terriblemente largas, a veces puede haber problemas de compatibilidad y la donación en vivo de familiares es una muy buena opción».
Sea como fuere la donación, César destaca que siempre se lleva a cabo bajo la supervisión de un coordinador de trasplantes que trabaja en el hospital y se encarga de gestionar el proceso con las familias. «Dialoga con ellos en un momento difícil y les plantea la opción. Son profesionales muy especializados que comprende los sentimientos de la familia y entiende que darles la posibilidad de dar vida a otra persona es difícil».
Con todo lo vivido y aprendido desde sus 26 años, César Ceniceros ocupa actualmente la presidencia de ALCER Rioja (Asociación para la lucha contra Enfermedades renales), de la que forman parte 250 personas. Una asociación que informa y da apoyo a los 400 enfermos renales que hay hoy en día en La Rioja y a los que inculca el valor de la prevención.
«Hay que tener en cuenta los cuidados en la alimentación, tomarse la tensión periódicamente y seguir ciertas pautas saludable eliminando riesgos. Y para los enfermos crónicos queremos que poco a poco se vaya introduciendo la pauta del ejercicio físico porque la enfermedad renal hace que la fragilidad de la persona sea superior al resto. La medicación nos debilita los huesos y para compensarlo hay que introducir el ejercicio casi como una pauta más de tratamiento para el enfermo renal».
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