El Rioja

Viña Lanciano y la barrica: sinergia líquida

La crianza de un vino con una personalidad tan marcada como Viña Lanciano es una de las claves que lo hacen singular. Una materia prima que ha sido cuidadosamente seleccionada en el viñedo y vinificada en la bodega necesita una barrica a su altura, capaz de bailar en armonía con el vino durante toda su estancia en contacto con el roble.

Viña Lanciano es un vino que pasa parte de su vida, antes de salir al mercado, en contacto con la barrica. Eso hace que el roble, la madera más habitual en la crianza del vino, y la barrica, sean de vital importancia en su elaboración. Un tinto con el carácter de Viña Lanciano, que procede de un viñedo y unas variedades que hacen de él un vino maduro, complejo y estructurado, necesita barricas que acompañen su viaje hacia la excelencia.

Ya desde la fermentación maloláctica de Viña Lanciano, la madera entra en juego porque es en barricas de roble francés donde se realiza esta transformación. Cada parcela, y variedad, la lleva a cabo por separado, con el objetivo de que cada uno de los vinos resultantes tenga una personalidad propia y aporte complejidad al conjunto ya mezclado tras el coupage.

Tras este paso, la barrica vuelve a ser de vital relevancia cuando llega el momento de la crianza. Pero antes, demos unos pasos atrás, y hablemos de por qué este recipiente se ha ido ganando un lugar de honor en la elaboración de grandes vinos.

La barrica, como recipiente para guardar el vino, tiene una historia en la que intervienen varias culturas, todas ellas, cómo no, amigas de Sucello, Baco, Dionisio y sus placeres. Tres mil años antes de Cristo, el pueblo celta ya dejó rastro del uso de barricas durante sus asentamientos en Europa Central. Pero es posible que en la cuenca mediterránea, que recibía vinos procedentes de Siria y Armenia, pudiera utilizar, además de ánforas y pellejos, toneles para transportar el vino.

Los celtas perfeccionaron las proto barricas introduciendo innovaciones como las duelas y los aros de mimbre y madera. Las barricas, tal como se conocen hoy, empiezan a aparecer en el siglo V y van desplazando a las ánforas porque son mucho más fáciles de transportar.

La Guerra de los Cien Años (que en realidad, fueron 116) en los siglos XIV y XV fue determinante para instaurar la barrica como el medio de transporte idóneo del vino. Los ingleses, enfrentados en este conflicto con Francia, dejaron de comprar vino a los galos y, con el avance del enfrentamiento, optaron por demandárselos a Portugal y España.

El transporte marítimo hizo las veces de laboratorio de innovación para que se considerase la barrica como un elemento importante en la crianza de los vinos, ya que, durante el tiempo que duraba el viaje, los vinos en contacto con la madera se iban oxigenando de forma controlada y adquiriendo sabores que mejoraban el resultado final. La madera se había convertido en un imprescindible en la elaboración de vinos de calidad y aptos para el transporte, que empezó a hacerse también por tren en el siglo XIX.

¿Por qué roble?

Si bien no fue el primer material escogido para elaborar las barricas, el roble se fue perfilando como materia prima ideal para la crianza del vino y se imponga sobre otros materiales que también se usan pero en menor medida, como la acacia, el castaño o el cerezo. También es el material en el que reposan las añadas de Viña Lanciano, que se vale de barricas de distintas procedencias y perfiles para ganar en complejidad. Pero vayamos por partes.

El roble permite una perfecta interacción del vino con el oxígeno. Los poros de las duelas dan pie a una microoxigenación que contribuye a estabilizar el color del vino. A su vez, el vino va tomando propiedades de la madera, compuestos fenólicos y taninos y pule sus polifenoles, compuestos que aportan color, astringencia y textura al fino. En resumen, el vino va adquiriendo más finura y una textura más pulida y amable.

Es una herramienta duradera y su resistencia hace que pueda guardar varios cientos de litros de vino durante años sin dañarse. Su forma curva y redondeada facilita el traslado y transporte del vino en la bodega. La madera de roble también aporta al vino aromas particulares que cambian según sea su origen; particularmente suman toques especiados, tostados y de vainilla o coco. A vinos con tempranillo, como Viña Lanciano, les aporta una redondez necesaria para matizar su potencia y estructura.

Si bien el roble francés se asocia con aromas elegantes de vainilla, clavo o canela, notas de frutos secos y hasta flores, el americano aporta reminiscencias de coco, caramelo y toques tropicales, además de ahumados. El roble americano se ha utilizado tradicionalmente en vinos clásicos de Rioja, aunque el francés ha ido ganando presencia por la elegancia y finura que consigue en los vinos.

Más novedoso en Rioja es el uso de roble del Cáucaso, que también se asocia con aromas avainillados, florales y hasta balsámicos o de regaliz. Sin ser tan conocida como la madera francesa o americana, también interviene en la crianza de los vinos de Viña Lanciano, y su papel es proporcionar una buena armonía entre toques balsámicos y una finura con matices especiados.

Toda la madera que se utiliza en las barricas donde envejecen los vinos de LAN tiene certificación de gestión forestal sostenible, incluido el más inédito roble español, un material escaso que destaca por los matices balsámicos, de pinar, sotobosque o tabaco que puede aportar al vino.

Hay que sumar, para complicar la elección de las barricas, el tostado, un procedimiento que consiste en someter a fuego el interior de la barrica durante más o menos tiempo, para conseguir la elasticidad necesaria que permite modelar las duelas y lograr que esas notas de caramelo, especias y ahumados también se transfieran al vino. En Viña Lanciano se utilizan tostados suaves que no distorsionen la excepcional materia prima que viene del campo, ya que se busca siempre una sinergia total del vino con la madera.

¿Qué roble escoger? La gran decisión

Uno de los retos más interesantes del equipo técnico de Viña Lanciano es, precisamente, la toma de decisiones mediante cata para escoger vinos que ya han pasado por barrica y conseguir el perfil deseado para cada vino. Victoria Vicente define esta cata como “la más bonita y minuciosa” de la elaboración, ya que se van comparando vinos iguales que se han criado en barricas diferentes, o vinos diferentes que se crían en barricas idénticas. Eso permite hacerse una fotografía clara del perfil de los vinos antes del coupage.

Si bien las barricas más habituales para la crianza de vino en Rioja tienen una capacidad de 225 litros y se conocen como bordelesas, la búsqueda de estilos de vino más frescos y fluidos, que tengan un mayor protagonismo de la fruta ha llevado a LAN a comenzar a envejecer vinos en barricas más grandes, de 500 litros, que permiten una menor relación de contacto entre madera y vino, lo que disminuye la aportación de aromas y sabores de madera al vino.

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