La Rioja

El legado de la oveja chamarita con punto final

Javier Jiménez, frente a su rebaño de chamaritas en Muro de Aguas. | Fotos: Leire Díez

Javier Jiménez es uno de los pocos pastores que todavía quedan en el Valle del Alhama. Desde Muro de Aguas, su pueblo natal, atiende unas 900 ovejas chamaritas con el mismo afán que aprendió de su padre José, también ganadero en estas tierras altas de la comarca de Cervera donde esta raza autóctona riojana se adapta a las mil maravillas. Junto a su rebaño calcula que apenas quedarán otros 12 o 13 de ovejas chamaritas en toda La Rioja. Pero, como todo, esto también tiene un final.

“La primera vez que me tocó hacerme cargo de las ovejas tendría 15 o 16 años. Mi padre decidió sacarse el carné de coche y entre mi madre y yo apañamos el ganado. Aún recuerdo que aquellos días fueron un mundo para mí, ahí vi lo que de verdad era eso de ser pastor”. Y hasta ahora. Desde aquella primera inmersión en la ganadería, cuando su padre José contaba con unas 400 cabezas, Javier ha ido aumentando la explotación hasta llegar a esas 900 junto a una partida de cabras. También ha mejorado el manejo de estas, con varios sistemas de GPS colocados en las ovejas para controlar desde el móvil dónde están, aunque siempre salen a pastar con él.

Si el mundo evoluciona, hay que evolucionar con él. Lo que pasa que no siempre evoluciona para bien. “Tenemos una explotación muy bien montada, pero yo en cuatro o cinco años me voy a jubilar. Entonces va a venir otro problema: ¿quién me va a comprar el ganado? Porque en mi casa nadie va a seguir con esto. El hijo sí me ayuda encargándose de sembrar y empacar el forraje, pero él no se va a hacer cargo del ganado cuando yo lo deje”. En el pueblo, además, el panorama no es muy optimista tampoco. Junto a Javier, en Muro hay otros dos ganaderos más con ovejas. Uno joven que no va a continuar durante mucho más tiempo y otro que ya está a las puertas de la jubilación. “Es triste decirlo, pero este sector va directo al fracaso”.

Mientras tanto, hay que seguir alimentando a lo que da de comer. Pasado un diciembre que no hay ido del todo bien por unos corderos que tardaron en llegar y no estuvieron listos para Navidad, ahora Javier pone la vista en febrero, para cuando espera otra tanda de corderos a los que dará salida a través de su entrante habitual, un intermediario entre el ganadero y la carnicería. Tiene varias épocas de parideras a lo largo del año, con diciembre y verano como las fechas de mayor ajetreo, pero asegura que el trabajo es abundante siempre. “No podría dejar organizarlo para que pariesen todas a la vez porque aquí estoy solo y es difícil apañarse uno. Si estoy atendiendo al ganado que está pariendo no puedo estar pendiente también del que está en el monte”.

En el merendero de su casa los hijos le sorprendieron un buen día con algunas fotografías colgadas en las paredes de aquellos años en los que el abuelo José iba pastor por los montes que rodean Muro de Aguas. “Aquel día me emocioné mucho al verlas. Esas fotos se las hizo mi hija, a la que siempre le ha gustado mucho acompañarle con el rebaño. Y a mí también me hace algunas de vez en cuando”, recuerda al observar con quietud esas imágenes impresas en lienzo como si fuera la primera vez. Emoción tal vez también por verse cada vez más reflejado en ellas. “Mira, por aquí es de donde salía del pueblo con las ovejas. Y ya aquí está en lo alto del monte. Él, por ejemplo, nunca hizo trashumancia. Y esa manta… la manta que nunca se quitaba de encima para no pasar frío”.

Las temidas cuatro patas

El depredador que ya acecha más allá de los montes, el que ocupa debates y discusiones, también ha llegado a Muro de Aguas. “Aunque de momento, ¡y digo de momento!, aún no ha atacado a ningún animal. A ver lo que tarda…”. Hace poco más de un mes avistaron a un lobo a pocos kilómetros del municipio, en la zona del Alto de Vallaroso, “pero uno solo no es tan preocupante”, matiza Javier. Diferente es el caso de Enciso, donde por esas mismas fechas también se vio una manada con hasta cinco lobos en una zona en la que hasta hace menos de un año nunca se había visto rastro de este animal. “Y ahora te encuentras con que hay ataques a vacas y ciervos incluso”.

“Las administraciones no quieren poner manos en pared y llegará el año en el que el ganado de todo tipo se extinga. Ya pasó en su día con los ciervos, que al principio no dejaban cazar ninguno, pero empezaron a arrasar sembrados y cada vez se veían manadas más grandes y entonces ya, cuando aquello se les había ido de las manos, dieron permiso para cazarlos. La diferencia es que esos animales destrozaban el campo, pero estos atacan. Es un problema muy serio y se les está descontrolando”, remarca.

Javier insiste en que la única arma de defensa frente al lobo son sus mastines, aunque su trabajo le cuesta alimentarlos. Cada cinco días gasta un saco de 25 kilos de pienso compuesto para dar de comer a esas seis bocas y cada cuatro meses trae unos 800 kilos que le cuestan casi a 1.000 euros. “Te dan una subvención para que tengas un mastín por cada 150 ovejas y aún piensan que con eso hacen algo por protegernos del lobo. El mastín protege al rebaño, sí, pero no es la solución porque algún día van a acabar atacando también a los perros”.

Un asunto, además, del que toda la sociedad ha de ser conocedora. Por ello es que en el bar de Muro de Aguas existe un cartel informativo sobre las recomendaciones de cómo actuar con los mastines. “Hay muchos senderistas o gente que viene a ver el pueblo que tiene que saber que esos perros están ahí para proteger al ganado y evitar cualquier amenaza que ellos puedan sentir, por lo que es mejor no tocarles ni acercarse ni siquiera a ellos. El mastín marca su territorio y si entras en él, puede haber problemas”.

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