Raúl Tamayo pisa un suelo donde abunda la arena intercalada con vetas blancas formadas por el yeso. «Esto no lo he visto en ninguna otra zona de Rioja, y mira que he estudiado los diferentes suelos que la componen, pero lo del sulfato de calcio diría que es algo único de los viñedos del Najerilla y que solo lo he conocido en la zona norte de Alsacia», matiza el enólogo de Nivarius y Proelio, las bodegas que conforman el grupo Palacios Vinos de Finca asentadas en el municipio de Nalda. Su vendimia estos días viaja hasta esta zona más occidental de la denominación y que este año ha sido una de las más agraciadas ante una meteorología convulsa que ha puesto en alerta a todo el sector.
Poco a poco y con estudios en profundidad, Proelio se ha hecho con una veintena de hectáreas repartidas en unas 53 viñas entre los términos de Badarán y Cárdenas, donde priman las cepas viejas de garnacha y viura. Una zona que, en palabras de Raúl, «es de donde se sacan los vinos con mayor personalidad de la bodega». De hecho, dos de los cuatro parcelarios de la firma salen del Najerilla. Uno de ellos es La Canal del Rojo, que nace en Badarán, y parte de las uvas con las que se elabora proceden de esta viña ubicada en la Finca El Hombo, de donde se esperan sacar unos rendimientos esta campaña de unos 4.000 kilos por hectárea. Al fondo de los renques, una cuadrilla de andaluces recorre las hileras de cepas dispuestas en un marco menor de plantación del que es habitual hoy en día, por lo que su antiguo dueño tuvo que arrancar un renque de cada cinco para poder meter el tractor.
La zona atrajo la atención de Raúl y de todo el grupo de Palacios Vinos de Finca nada más visitarla. «Javier Palacios, fundador de la compañía, lo tenía claro cuando aterrizó en Rioja. Él quería comprar tiempo, ¿y cómo se consigue eso? Pues principalmente comprando viña vieja». Así se adentró esta firma en la cuna de las garnachas, la acidez y los terrenos sin concentración parcelaria todavía con algunos recovecos por descubrir. Una obsesión por el territorio que ya caracterizaba a este emprendedor riojano (que, curiosamente, inició su andadura en el mundo del vino en Ribera del Duero) y que comparte a la perfección con Raúl, un enamorado del subsuelo y el patrimonio vitícola de antaño. Él es quien se dedica a explorar cada suelo, cada clon y cada identidad de la zona para desempolvarla y devolverla al mapa del que nunca debió salir. «Hay tal cantidad de riqueza clonal en estas tierras que sería una pena que un día llegaran a perderse, por eso nosotros nos dedicamos a replantar faltas y viñas completas usando material genético autóctono y variado, como hacían antes, en lugar de plantar toda una viña con el mismo clon como es habitual ver ahora en las plantaciones más recientes», destaca.
Y el motivo de este exhaustivo trabajo también recae en el factor cualitativo porque Raúl asegura que las viñas viejas son más propensas a dar buena calidad que las jóvenes y no se trata de una cuestión de edad, si no por la composición del viñedo en origen: «Antes no plantaban viña en una tierra fértil donde se podía sembrar hortaliza o plantar patatas o remolacha. La viña iba a parar a la tierra más pobre y eso ya entonces era sinónimo de calidad. Se dedicaban a hacer selección de individuos, lo que suponía una menor erosión genética porque de una viña que les gustaba cogían el material vegetal, pero de varios individuos, de los más adaptados a ese terreno. Todo ese ADN antiguo en los viñedos viejos implica que hay múltiples individuos formando parte de un vino. A diferencia de esta práctica, ahora lo que se hace es una reproducción clonal, es decir, coger un mismo clon y poner todos los individuos de una misma manera. Por eso las viñas jóvenes no tienen esa diversidad genética que sí preservan las de mayor edad y que a su vez da mayor seguridad frente a posibles enfermedades que sean letales para un determinado clon».
El claro ejemplo del pasado y el presente al que alude Raúl lo tiene en esta viña de garnacha que, pasadas las once de la mañana y con el sol incidiendo con ganas a las puertas de despedir septiembre, continúan cortando la decena de trabajadores ya con el almuerzo cubierto. Un paraje que linda, además, con otra viña de garnacha que el equipo de Proelio plantó hace tres años al vaso pero con la misma genética y raíz que las garnachas viejas y desde la que se vislumbra a lo lejos las localidades de Cordovín y Alesanco. Sin embargo, a pocos metros de la propiedad de la bodega se levantan los postes de metal en una viña de tempranillo que en su día reemplazó a una autóctona. Raúl coge un grano de cada viñedo y hace una cata rápida de uvas en la que se nota la diferencia al instante: la garnacha, con mucha más acidez a pesar de las temperaturas de este año y con una piel más dura, mientras que el tempranillo tiene un sabor más suave y la piel se deshace en la boca. «¿Qué uva te dice más? ¿Cuál transmite más? ¿Por qué será que en esta zona no encontramos tempranillo en las viñas viejas? Pues porque no se adaptaba bien, mientras que la garnacha y la viura sí funcionan, produciendo un vino que se conserva, y se conservaba antes, perfectamente. Y a esa conclusión llegaron después de diversas pruebas y fallos hasta que dieron con ella», explica el enólogo.
En ese afán de conseguir que los viñedos del futuro sean lo más idénticos posible a los del pasado, Proelio se aleja del sistema bordelés que se defiende en algunos casos y donde abunda la barrica pequeña y el despalillado. Ellos apuestan por ir a la Rioja más auténtica, a la de una época prebordelesa. Así que no despalillan, únicamente estrujan la uva y apuestan por recipientes de madera de mayor tamaño para que esta no sea la predominante en los vinos. Por si fuera poco, a la hora de hacer esas nuevas plantaciones se alejan de los portainjertos productivos como es el 110 Richter. Así, para sus garnachas han optado por 3309 C Rupestris de Lot.
Raúl insiste que en Rioja la clave a día de hoy es vender identidad, una zona o un terruño, y esta parte del Najerilla lo tiene. «Aunque la gente hable de suelos arcilloferrosos, aquí más que arcilla lo que hay es arena con pequeños cristales de sulfato cálcico incrustado y que se disuelven con la arena, dotando de acidez a los vinos, así como de una textura diferente y particular. Y a la garnacha le gusta la arena, por lo que aquí obtenemos unas garnachas con buena acidez, alejadas de esos aromas muy maduros y pesados que no nos gustan. La máxima de esta compañía siempre ha sido que cada vino exprese el suelo del que procede, así que para eso antes hay que conocer el suelo y también saber qué terrenos te aportan esa calidad que buscas en función del vino que quieras elaborar y el que tenemos aquí, además, goza de ser el único de origen terciario de la mitad sur de La Rioja porque por lo general suelen ser del cuaternario. Así que es una zona única se mire por donde se mire».
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