El Rioja

Una vendimia singular en el Cerro de San Miguel

Juan Bautista García, de Bodegas Paco García. | Fotos: Leire Díez

Decenas de cajones de 400 kilos se apilan sobre la estructura de un remolque que va marcando su ruta con unas rodadas que se adentran poco a poco en la tierra, todavía húmeda consecuencia de las últimas lluvias, engordando los neumáticos con una gruesa capa de barro. Un operario va llenando estos cajones con los cunachos que llegan en un goteo continuo de manos de unos cuantos vendimiadores que esconden su cabeza entre las hojas de parra. Van en busca de unos racimos de tempranillo que han estado aguardando valientes a pesar de las inclemencias del tiempo para estar en su mejor momento de cosecha. Así comienza la vendimia de tintas 2023 en Bodegas Paco García y lo hacen desde El Cerro de San Miguel.

La firma de Murillo de Río Leza se ha estrenado en las uvas de este Viñedo Singular de 2,14 hectáreas y de cuyas cepas confían recoger unos 6.000 kilos (casi el cincuenta por ciento de lo que le permite el Consejo Regulador). Antes de esta cita apenas habían estado un par de noches de finales de agosto vendimiando unas parcelas de blanco por el riesgo que corrían en aquellos días en los que los termómetros se dispararon a más de 40 grados. Y lo que viene a partir de ahora son jornadas intercaladas de trabajo. Hoy se vendimia, luego se para un par de días y de nuevo, vuelta a la labor. Todo en función del grado alcohólico que guarde la planta, que ese ya es otro asunto difícil de controlar ante tanta inestabilidad meteorológica que ha dejado mucha heterogeneidad en el viñedo.

Juan Bautista García recorre esos renques de tempranillo, algunos ya vendimiados, junto a su madre Julia, “la dueña de todo esto”. Él se incorporó en 2008 a la bodega que sus padres fundaron siete años antes, cogiendo las riendas de un proyecto familiar que ahora avanza a pasos de gigante entre nuevas compras de parcelas y nuevas vinificaciones experimentales. “Nosotros tenemos la suerte de poder hacer eso, avanzar con la evolución del viñedo. Y si hay que parar, se para y se arranca cuando toque. Si hoy se cortan ocho mil kilos, se elaboran ocho mil kilos y ya está. Pero una estructura grande como puede ser una cooperativa lo tiene más complicado y una vez empieza ya no para, o al igual que si no tienes una cuadrilla fija y tienes que ajustarte a sus turnos, te guste o no, esté lista la viña o no. Aquí trabajamos con varias personas que están con nosotros durante todo el año y otros a quienes cogemos siempre para campañas, así que no hay imprevistos”, agradece mientras no pierde detalle de unas cajas que van cubriéndose de racimos a buen ritmo, advirtiendo de que en poco tiempo habrá que encaminarse a la bodega.

Este Viñedo Singular está plantado al vaso, pero cuenta con un sistema de conducción de la vegetación, que no de la poda, de la mano de postes. Se busca así la aireación foliar y también la de los racimos. “Así se cultivaba antes, al vaso, pero nosotros añadimos estas estructuras para evitar que las vegetación quede arrastrada por el suelo, lo que nos obligaría a pasar con un tractor despuntando. Pero hay que tener en cuenta la normativa, y es que un Viñedo Singular no se puede despuntar más de dos veces porque ese año venga muy vigoroso, ya que se supone que este tipo de viñas han de regularse solas, es decir, deben tener un equilibrio natural que sostenga la calidad de la uva”, recalca Juan.

Es un fiel defensor de las viñas viejas y su potencial, pero insiste en que “no por ser viejo la calidad ya está asegurada”. Este viñedo lo plantó su abuelo materno, Bautista, en el 1980 en una zona que antaño se conocía como el Hoyo de San Miguel, entre Murillo y Agoncillo. Un paraje ubicado en lo que era la Dehesa y que llegaba casi a las 5 hectáreas, algo no muy común entonces, pero que después acabó partido en dos para repartirlo entre la madre de Juan y su hermano, ahora linderos. La zona, sin embargo, derivó en el Cerro de San Miguel, ya que es la parte alta del Hoyo, y la Dehesa se trasladó más hacia el término de Agoncillo.

Pese a las tendencias vitícolas que predominaban a finales del siglo pasado primando el arranque de viñedo viejo en busca de nuevas plantaciones para sacar mayor producción, la madre de Juan quiso preservar la herencia de su padre en gran parte también porque ya contaban con la bodega, por lo que eran conscientes de que la diferenciación en cuanto a calidad de cara al mercado residía en el viñedo viejo. “Mi marido ahora se pondría malo si estuviera aquí, porque a él le gustaban más esas viñas que traían más uva, pero luego entendía que nuestro camino era otro diferente al de la mayoría de viticultores de la zona. Nosotros hacíamos vino y luego teníamos que ir a venderlo”, recuerda Julia, quien lleva en brazos a su pequeña perra China mientras avanza con paso ligero entre las cepas de su padre que bien se conoce.

Tal vez también esta viña jamás se arrancó porque ella es una gran enamorada de cada renque que la compone. “Fíjate que a mí el campo nunca me ha gustado mucho y cuando aún estaba mi padre prefería quedarme en la tienda de alimentación que teníamos antes, pero cuando tocaba venir a esta en particular, cambiaba rápido los papeles, mi marido se quedaba en la tienda y yo me venía aquí a vendimiar encantada. No sé por qué, pero le tengo un cariño especial, es muy hermosa”. Al fondo, una pequeña caseta de piedra y adobe que también construyó el abuelo Bautista hace de vigilante de este viñedo tan familiar y que ahora su nieto está inmerso en un plan para reformarla.

Los años pasan, pero la esencia perdura. Y aunque las uvas del Cerro de San Miguel tuvieran antes como destino los vinos a granel para otras bodegas, el cuidado con el que se han tratado en sus más de 40 años de vida no ha cambiado. “Aquí el viñedo se entiende de otra forma porque se busca siempre poca producción. Rondamos los 3.000 kilos hectárea y sembramos cubiertas vegetales para regular esa cosecha. En función de cómo venga año y el objetivo que haya se elige cultivos como avena, leguminosas o elementos nitrogenadores para regenerar la vida del suelo, su microbiología, y que este se oxigene. Este año, por ejemplo, tuvimos que levantarla en junio porque venía un verano muy seco. Habíamos sembrado renques alternos que ahora con las lluvias han vuelto a rebrotar”, explica señalando la hierba que pinta de verde una fila más que otra.

El remolque ya va cogiendo peso, y hundiendo más si cabe sus ruedas en esa tierra calcárea que marca el estilo de los vinos de Paco García, con unas 38 hectáreas de viña en propiedad repartidas entre Murillo, Ventas Blancas y Ribafrecha, más unas quince que gestionan de otros viticultores. Aunque la elaboración juega un papel importante en el resultado final y en especial en El Cerro de San Miguel, donde el vino también se hace en la bodega, no solo en el campo. Parte de sus uvas se elaboran en barreños de plástico, otras en ánforas de barro y otras en madera porque “cuando vas en busca de un vino especial que exprese el terruño del viñedo, cuanta menos tecnología haya, mejor”. Así que una vez abandone el paraje, Juan se adentrará en un laberinto de pequeñas elaboraciones que después se unirán para dar forma al resultado final.

“Cada material da una serie de peculiaridades diferentes al vino, pero al mezclarlas todas lo que se pretende es que el vino tenga esa personalidad y complejidad, pero sin notar los elementos que lleva. He elaborado un vino cien por cien en ánfora pero creo que el barro coge demasiada presencia, por ejemplo, por eso solo hago un porcentaje de la uva con este material. Y lo mismo hago con la barrica. En unos métodos buscamos extraer más fruto, en otros sacar más tanino, por ejemplo, pero todos tienen su fin y el objetivo es que la unión de todo sorprenda sin que se note lo que hay detrás. Esto es al final lo que marca la diferencia de este viñedo respecto a otros”, explica. Pero todo está perfectamente estudiado previamente para entender el comportamiento de cada material en contacto con el vino y también en función de la añada, porque la uva no siempre se comporta igual, por lo que su interacción con los materiales tampoco es la misma. Por ello es que en esta bodega de Murillo hay cabida para todo tipo de vasijas y experimentos abiertos a la prueba y error y, sobre todo, al disfrute y el aprendizaje.

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