Toros

Julián Somalo: «Me voy tras haber salvaguardado la integridad del toro»

Uno nunca ha llegado a saber qué fue antes en el tiempo. Si la feria de San Mateo o la presencia de Julián Somalo del Castillo en el equipo veterinario de la plaza de toros de Logroño. 37 años lleva Julián manejándose por los corrales, el callejón y el palco de La Manzanera y La Ribera. Esta de 2023 será su última feria en la que ejercerá como veterinario.

Julián Somalo se aparta de la primera línea del toro para continuar tan sólo como el aficionado que nunca dejó de ser y presidir unos meses más el Ilustre Colegio de Veterinarios de La Rioja.

– Julián, una vez escuché que cuando alguien supera los 35 años en una misma empresa ya nunca se puede retirar…

– ¡Pues yo llevo 37 años ininterrumpidos desde 1986 en la plaza de toros de Logroño! Tanto tiempo da para mucho y es el momento de poner fin. Cuento con muchas alegrías y algún que otro sinsabor, pero, de entre todo lo vivido, me quedo con el trato exquisito que el equipo veterinario y gubernativo de Logroño ha recibido por parte de la empresa, aunque haya habido algún desencuentro lógico porque los objetivos que perseguimos unos y otros son diferentes.

– ¿Cuáles son los objetivos de un veterinario en una plaza de toros?
– El de preservar la integridad y el trapío de los toros a lidiarse y asegurar ese bienestar de la dehesa en los corrales de la plaza. Puedo afirmar que esos objetivos se han alcanzado. Logroño es la plaza que más cuernos ha enviado a analizar para salvaguardar esa integridad. Hubo un tiempo en el que enviábamos pitones a Madrid todas las temporadas y La Rioja es una de las comunidades donde más se ha sancionado por manipulación fraudulenta de cuernos.

– ¿Cómo ha evolucionado el toro del Logroño en estos 37 años?
– Ha variado muchísimo. Cuando yo comencé en el 86 era un toro donde predominaba el peso. Aquí los toros que no pesaban entre 570 y 600 no eran del agrado de la afición. Eso ha evolucionado. Recuerdo un toro de casi 700kg que lidió Juan Mora. Ese era el tipo de toro que la afición de Logroño demandaba, muy parecido al de Madrid y Bilbao. Por los 80 y 90, Logroño no era plaza de primera categoría, pero en la práctica sí. Los ganaderos sabían a lo que venían a Logroño y así me lo aseguraban en los coloquios donde coincidía con ellos.

– Pero los kilos no son trapío
– Evidentemente. Mira en aquellas décadas de los 80 y 90 había una presión enorme por parte de las asociaciones taurinas y de los numerosos medios de comunicación regionales que se hacían eco de los toros en sus rotativos y emisiones. Juntos, prensa, asociaciones y nosotros como veterinarios, conseguimos demostrar que los kilos no eran trapío y recuerdo que Cebada Gago se llevó aquel prestigioso trofeo ‘Pepe Eizaga’ a la mejor corrida de presentación y comportamiento con toros de menos de 500kgs.

Aquello fue un hito porque se demostró que los ganaderos sobrealimentaban a los toros para alcanzar el peso exigido y conllevó a que surgieran graves problemas patológicos y metabólicos en los animales. Era habitual entonces que los toros perdieran las pezuñas, por ejemplo. Fue por entonces también cuando los ganaderos empezaron a requerir la presencia del veterinario en las ganaderías, que hasta entonces habían sido cotos cerrados.

– Pero el toro en Logroño ha evolucionado en otros aspectos

– Claro, claro. Siempre hubo como mínimo una corrida torista. Ya fuera de Victorino, Cebada, Dolores Aguirre, Baltasar Ibán y al menos otra de santacoloma. Y eso ha evolucionado al mismo ritmo que la propia Fiesta, que se ha decantado por el encaste Domecq todas las tardes. Los toreros han sabido imponer sus gustos y el toro que se lidia es acorde a sus exigencias. Antes, lo he escuchado más de una vez, los carteles no se cerraban hasta muy pocas semanas antes de celebrarse la feria y ahora en enero ya se sabe qué toreros van a estar en una u otra feria.

Así que hay encastes que abocan a la desaparición perdiendo un enorme caudal genético porque las figuras no quieren lidiar esos toros. Eso juega en contra de la emoción que nunca debe faltar en una plaza de toros.

– ¿Pesa mucho el pañuelo verde cuando uno sube al palco?

– El pañuelo verde pesa porque pone en juego los intereses de todos los que participan en una tarde de toros: torero, ganadero, empresario y público. Y es imposible contentar a todos con una decisión.

Por ejemplo, cuando el presidente de la plaza era Félix Cámara, que para mí fue un maestro en conocimientos, saber estar y equidad, el criterio era que, por muchas protestas que hubiera, se dejaba entrar la segunda vez al caballo (no siempre fue obligatoria esa segunda entrada) y eso nos permitía tener muchos más argumentos a la hora de sacar el pañuelo verde. Cámara lo llevo hasta el final y eso causó muchas broncas hacia el palco, pero también decía que la bronca entre tres (por él y los dos asesores) era menos bronca.

Hubo un tiempo en que conseguimos tener una señal entre el veterinario del palco y los cinco veterinarios del callejón para que el de arriba conociera el criterio a la hora de asesorar al presidente en el momento de decidir si de devolver o no un toro. Y eso, pese a ser un gesto de transparencia y profesionalidad, me ocasionó problemas. Al final, creo que la empresa lo entendió y me lo perdonó.

– ¿Y en los corrales? ¿Qué aspectos se tienen en cuenta a la hora de rechazar un toro?
– Primero, junto al equipo gubernativo, se comprueba que el camión de transporte de los animales llega precintado desde origen y que cada toro viene con la documentación exigida. Se descargan los toros uno a uno y se pesan. Nosotros no vemos ese peso. Como tampoco rechazamos toros por aparente cojera en el primer reconocimiento, a no ser que tenga pata rota, claro. Ese toro que puede venir acalambrado del viaje y se deja evolucionar para comprobar si se ha recuperado de esa lesión en el segundo reconocimiento, que ya es definitorio.

El primer objetivo que perseguimos es la integridad. Que no llegue astillado, ni escobillado, y que no tengamos sospecha de manipulación. Se analiza que la conformación y trapío sean los adecuados a su encaste, con especial atención a los ojos y pezuñas y, por supuesto, si tuviera algún tipo de lesión o patología.

– ¿Cuántos toros se rechazan en los reconocimientos?
La empresa, salvo corridas concretas, trae a Logroño 7 u 8 toros del mismo hierro además de varios sobreros procedentes especialmente de las ferias de Bilbao y San Sebastián. Rechazamos toros, puedes estar seguro de ello. Aunque es cierto que dependemos de muchos factores.

– ¿Y cuando hay figuras en el cartel? ¿Se hace todo de la misma forma?
– Es evidente que, cuando hay figuras en el cartel, el toro no es el mismo. Siempre reúne el trapío y la integridad que se exige para todas las tardes, pero evidentemente las figuras vienen con sus toros a Logroño y al resto de las plazas.

– Pero habrá más presiones…
No, la presión es la misma. Nosotros sabemos la ganadería que reconocemos porque miramos la documentación, pero todo es igual. Hombre, no es lo mismo reconocer un Victorino, Escolar, Adolfo… que cualquier otro toro a los que te refieres.

– Me hablaba antes de algún sinsabor.
Siempre hay alguno. Los más habituales han sido con ganaderos cuando se han enviado astas de sus toros a analizar. Y, por encima de todo, esa sensación de tristeza que te deja las personas con las que has compartido muchas horas de toros, como el veterinario Julio Llaría, el policía Francisco Pulido, el empresario de la Plaza D. Manuel Martinez Flamarique o la más reciente pérdida de Mª Eugenia San Miguel por nombrar algunos.

– ¿Tantas astas se envían para analizar?
– El pasado año, según mi información, de toda España sólo tres cuernos se enviaron al laboratorio y los datos de los años anteriores no han sido mucho mejores. Plazas como la de Madrid nunca manda cuernos y, por supuesto, ninguna de tercera.

Yo he dicho muchas veces que me gustaría que de cada corrida se enviaran al azar los cuernos de dos toros para así tener datos fiables de en qué terreno nos movemos.

Nosotros, aunque no hayamos tenido sospecha de manipulación, realizamos las pruebas en la plaza para nuestro conocimiento personal. Analizamos biometrías, la línea alba, el estuche córneo…

– ¿Y cuál es el criterio para enviar o no enviar esos cuernos? Porque, caso de que vuestro análisis parezcan manipuladas, creo tener entendido que esos pitones ya no pueden enviarse a Madrid y, en consecuencia, proponer a nadie para sanción.

–  Cualquier sospecha que apreciemos en el reconocimiento se la comunicamos al presidente. El presidente al empresario y este al ganadero. Entonces, el ganadero tiene la posibilidad de lidiarlo o sustituirlo por otro, pero, si el toro sospechoso se lidia se envía a analizar. Si por el contrario no se avisara de esa circunstancia al ganadero tras el reconocimiento y se enviaran a Madrid y dieran positivo, siempre pueden argumentar motivos debidos a la lidia, algo que tienen en cuenta los jueces para no entrar en el asunto.

– Háblame de esas alegrías que se lleva de la plaza de toros.
– Esta principalmente (Julián muestra orgulloso el ‘Porrón de la Peña 21’). ‘En reconocimiento por su trayectoria en la plaza de toros de Logroño. Noviembre de 1997’. ¡La Peña 21! ¡la más critica, la más dura, la más de todo va y nos da esto!

– ¿Te lo volverían a dar hoy?
– Entiendo que me lo deberían de dar. Ahora es el momento. Por la trayectoria de lucha permanente por la afición. Piensa que la afición ha cambiado mucho. Entonces nos sentíamos totalmente arropados por ella.

– Cuénteme más alegrías.
– Todo lo demás han sido alegrías. Cuando haces algo que te gusta y apasiona son todo alegrías. De otra forma, no hubiera aguantado 37 años. Que esto es duro, ¿eh?

– ¿Cómo se puede ser veterinario y aficionado a los toros?
– Es lo mejor que te puede pasar. Poder ver al animal mas bello que hay y tenerlo cerca, poder reconocerlo, visitarlo en el campo… eso no tiene precio. Mira, tuve la suerte de conocer al escritor Antolín Ratón Pastor, que escribió un relato en torno a un toro que yo reconocía y al que iba a visitar para hablarle y prepararle para la lidia. En este texto completamente ficticio, su lidia le correspondió a ‘Jesulín de Ubrique’ y lo indultó. Eso me permitió estar presente en la habitación del hotel cuando el torero se vestía de luces una tarde que toreó en Logroño. Fue una gran satisfacción

En mi vida laboral en el matadero hablaba a diario con los animales sabiendo que iban a ser sacrificados. Somos la profesión que vela por su bienestar, la más cercana a ellos, los que más los respetamos. Entiendo que haya compañeros y ciudadanos en general a los que no les gusten los toros, pero tienen que respetar a los que sí nos gusta el mundo de los toros.

– A partir de ahora, ¿seguirá siendo aficionado?
– ¡Por supuesto! ¡Eso siempre!

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