El Rioja

Un viaje de 100 kilómetros entre la temeridad y la pasión

Alejandro Perfecto y su padre José Antonio, en una de sus viñas viejas de garnacha en Aldeanueva de Ebro

Alejandro Perfecto venía forjando un sueño desde hace años. En su imaginario, mientras ocupaba sus horas en una empresa de productos enológicos, tenía los cimientos principales bien cosidos, con algún hilo colgando, sí, pero con unas bases consolidadas que se sostenían sobre el terreno de barrancos de una de las zonas más ricas de Aldeanueva de Ebro (si de calidad de uva venimos a hablar).

La materia prima la tenía, gracias a su padre José Antonio que plantó en los años 80 varias parcelas de garnacha que ahora lucen lustrosas, y los conocimientos también estaban ahí gracias a esos estudios de Enología que cursó hace unos años. Solo quedaba dar el salto, algo que sucedió el pasado mes de diciembre cuando se hizo autónomo y empezó a gestionar las viñas familiares más viejas, menos productivas, esas que en los años de abundancia incluso se quedaban sin vendimiar. Y así llegó Temerario, su sueño “honesto y con pasión”.

“Lo de temerario, primero, viene del mote que tiene mi padre en el pueblo, aunque también el nombre es algo evidente, ¿no? Esto que estoy haciendo tiene un poco de temerario y atrevido. Siempre con los pies en la tierra, eh, que tampoco me he lanzado al vacío con este proyecto, pero elaborar mi propio vino era algo que me removía la cabeza desde hace tiempo y me alegro de que por fin esté dando esos primeros pasos”.

Lleva pocos días de vendimias y apenas le quedan otro par de ellos para cortar lo que va a parar a los depósitos de Temerario, porque luego toca continuar con el resto de hectáreas que la familia lleva a la cooperativa del municipio. Pero sus uvas tienen un destino diferente: un viaje con poco más de cien kilómetros de distancia para empezar a fermentar. La enóloga Barbara Palacios le ha abierto las puertas de su bodega en Haro para hacerle un hueco a esta cosecha temeraria con la que se va a estrenar su amigo mientras que el equipo de Bodegas Exopto le cede las cajas. Porque de esto también va el vino, de crear lazos humanos, y esto también es parte del proceso de crecimiento.

Esta semana le ha tocado el turno a dos de esas viejas garnachas que emanan de “la otra Aldeanueva, de esa zona de viñas que pocos saben que están aquí”. Entre medio hay alguna que otra cepa de tempranillo, algunas de blanco y también de la garnacha roya. Y todo va para dentro, al mismo depósito, por eso de “reflejar la singularidad del terreno cien por cien, con autenticidad”. Se trata del paraje de Valcaliente, con el monte Agudo vigilante desde lo alto y donde Calahorra, Autol y Aldeanueva se dan la mano. Allí el equipo Perfecto tiene un par de pequeñas parcelas que juntas apenas sumarán las 0,7 hectáreas, pero que tienen un desempeño clave en el desarrollo del proyecto de Alejandro. Ambas son la base del futuro monovarietal de garnacha que se estrenará con la añada 2023 y de la que el enólogo espera recoger unos 1.700 kilos de uva.

Mientras que en otras zonas de Rioja todavía no se ha empezado ni con las blancas, el enólogo temerario va a hacer alguna que otra prueba. “Vendimiamos esta garnacha por las previsiones de tormentas que daban, pero hemos dejado sin cortar otra que estaba en el mismo punto, para no jugarnos todo a una. A ver lo que pasa. Este año tenemos que tomarnos esa libertad de probar para saber si nos equivocamos o no y ver cómo se pueden trabajar las viñas para sacarles el máximo partido”, ríe mientras sonríe a su padre. Una cuadrilla de marroquíes y su hermano Guillermo son quienes andan recorriendo cada renque para llenar los cestos, mientras Alejandro va cargándolos en el palé que han colocado en la parte trasera del tractor y espolvoreando una mezcla casera de sulfitante, ascórbico y tanino sobre los racimos para evitar que se oxiden en las próximas horas, especialmente las bayas que puedan romperse. “Así durante el viaje no se oxida el color ni se pierden precursores aromáticos ni nada de lo bueno que traiga la uva, al mismo tiempo que se limita la proliferación de microorganismos hasta llegar a bodega”.

“Yo creo que las uvas están perfectas para vendimiar”, valora al meterse un grano en la boca. “Luego habrá que ver cómo sale el vino, aunque de eso sabemos más que de llevar las viñas, ¿o qué?”. Y entra su padre en la conversación: “Sí, pero luego habrá que ver cómo se vende ese vino, ¿o qué?”. Alejandro vuelve a responder con una sonrisa. El veterano de la familia sigue mostrándose escéptico ante el devenir del proyecto. “Creo que todavía no se lo cree. Es que también hay que entender que mi padre y su generación vienen de una época en la que solo importaba llenar bien el cunacho, con dos cepas de tempranillo, y arrear a la cooperativa. Pero eso ya no vale; la uva sin más ya no vale. Y si en su día no arrancó estas viñas fue simplemente porque yo se lo pedí, asegurándole que de aquí podía salir muy buena uva y que algún día yo me haría cargo de ellas. Ahora lo que quiero hacer es demostrar que en mi pueblo hay garnachas de muy buena calidad, de poca producción y con las que se puede hacer un gran vino. Ya vale de que le pongan mala fama a esta zona porque aquí hay potencial”. Dicho queda.

Viñas, además, que también están sin riego. Y no tienen ni un signo de estrés hídrico después de haber aguantado como valientes las temperaturas de este mes de agosto. Alejandro retiró las gomas del riego a principios de año, aunque esas cepas llevaban casi unos diez años sin ver el agua por goteo. “Le dije a mi hermano y entre los dos las retiramos. Total, cuando íbamos con la azada a quitar las hierbas del hilo ese plástico nos molestaba para trabajar y, si no iba a hacer uso alguno, pues estaba mejor fuera”, asegura, mientras señala los rollos de goma negra a pocos metros de las cepas. Unas ramificaciones que entrelazan sus brazos ganando altura y creando obras que merecen ser contadas.

Alejandro ya tiene su primer rosado de garnacha fermentando. Van a ser cinco los vinos con los que se estrene. Cinco vinos porque serán cinco vendimias. Habrá dos vinos de garnacha, un rosado, un blanco de viura y un mazuelo. Todo parcelarios y ni un vino de tempranillo. “Pero todavía no hemos definido los vinos. Lo primero vamos a elaborarlos y luego ya veremos qué es lo que sale al mercado. Lo que tengo claro es que quiero que los vinos hablen más allá de lo que yo pueda transmitir. Porque vino siempre hemos hecho en casa y para los de casa, pero trabajar las uvas cuyo destino es hacer un vino que se va a descorchar fuera de casa, eso nunca lo hemos hecho”, reconoce honesto. Confía, aún así, que el rosado pueda lanzarse de cara al próximo verano.

Sus cálculos son recoger entre 9.000 y 10.000 kilos de uva y elaborar dos barricas de 500 litros para cada uno de estos vinos. Y es que esto es posible gracias a la superficie que tienen plantada de cada una de estas variedades. Como dice el cabeza de proyecto, esta explotación familiar sale fuera de lo que es común en Aldeanueva. Y es que de las 16 hectáreas con las que cuentan en propiedad, algo más de la mitad están en vaso  y su viña más grande, de 3,5 hectáreas, es todo mazuelo. A ella se suman las 1,5 hectáreas de viura, unas seis de garnacha repartidas en varias parcelas y el resto, de tempranillo tinto. “Ya ves, poco habitual en este pueblo, pero todavía tenemos margen de mejora en cuanto a la gestión del campo”.

Estas cinco vendimias las está cargando en la Citroën Jumper que ha alquilado para esta campaña y en la que en cada viaje de temeridad y pasión porta unos 1.800 o 2.000 kilos de uva de una punta a otra de la DOCa Rioja. “En casa ya me decían que cómo iba a llevar las uvas hasta Haro para elaborarlas, pero es que viviendo allá me sale mejor para poder estar controlando las fermentaciones. Además, aquí mi hermano y mi padre ya tienen suficiente trabajo con lo suyo”. Vendimias, por tanto, de muchos kilómetros para adentrarse, contra viento y marea, en medio de un contexto vitivinícola de cambios en Rioja.

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