Toros

Una faena de Urdiales a modo de brisa entre el bochorno

A eso de las 18:30, trepaba el calor por los tendidos de la plaza de toros de Alfaro como un hervor. Hasta las 18:45 no se acomodó el personal, castigando así a los que habían sido puntuales a la cita con el ardor de la piedra. Más calor que expectación, y eso que ésta era mucha, para ver el mismo cartel de la tarde del histórico rabo del pasado abril en Sevilla. Sin aquel ‘Ligerito’, claro está, y sin un ápice de la clase de lo de Garcigrande, lo que hoy se lidiaba con el hierro de Guadalmena.

Eso fue. Un encierro carente de toreabilidad, que viene a decirse ahora. Tan deslucido como distraído. De aquí para allí sin apenas emplearse. Tan en las antípodas de una terna tan sutil. Y todo ello, pese a las caras tan toreras de los toros, que también es como se llama hoy a lo que no tiene presencia ni impronta. El lote de Morante fue un tanto indecente.

Sólo Urdiales se impuso al calor. O mejor dicho, su toreo, que es el toreo, vino a poderle a los elementos. También fue el lote de Urdiales el de mayor apariencia. Por ofensivo el primero y por cuajo y hondura el cuarto. Apretó de salida aquel segundo y Urdiales vino a sacárselo a los medios con profesionalidad y solvencia. Repetía con codicia hasta antes de un espectacular volatín y también después en banderillas. Pareció resentirse de aquello cuando Urdiales cogió la muleta, pero el riojano, a base de acertar con las distancias y las alturas y de ofrecer el temple exacto, no sólo logró mantener al toro de Guadalmena en pie, si no que también le hizo embestir. A regañadientes empezó a moverse el toro y ahí empezaron a nacer los derechazos desde el mando y la firmeza. Cada vez más largos y sentidos. Crecía el empaque a la vez que el mérito y el valor. Y en esas que llegó la serie definitiva. La de la figura encajada y los riñones hundidos. La del trazo genial y la de la impostura cabal. La estocada fue perfecta. De justicia el doble trofeo.

Corretón, distraído y siempre cabeceando llegó el cuarto a la muleta. Hubo antes un esbozo de verónica de cante grande, pero de final tropezado. El olé se tornó en ‘Ahhhrgggg’. Un ‘oooooaaahhhrrgggg’, más o menos. Otra vez el temple y la firmeza de Urdiales llegaron para limar aquellas asperezas. Otra vez el mando y el valor. Corriendo bien la mano y dejando las telas en el sitio donde los cabeceos se tornan en embestidas. Más o menos. Pero era aún por el izquierdo y, para cuando Urdiales volvió a la mano derecha, ya no había nada que sacar.

Recibió Morante a su primero con tres verónicas, chicuelina y media. Pero para cuando esto había ocurrido, el de Guadalmenta ya había perdido las manos un par de veces. Otras tantas para cuando salió del caballo. Optó Morante por las medias alturas. Siempre por la suavidad que nunca rimaba con aquella brusquedad de toro inválido. Pinceladas aisladas, repletas de empaque y torería, alguna hubo. Poco más.

Saludó Morante con una mano a su segundo oponente. También con un farol y un ramillete de verónicas que se remataban por alto para evitar derrumbes. Hubo un desarme entre medias. Comenzó la faena con un molinete que fue una caricia interminable. Y uno del desprecio a modo de cartel. No hubo mayor conjunción. O el de Guadalmena tropezaba las telas perdía las manos. Por unas cosas u otras y también por no pocas probaturas, aquel molinete terminó siendo el cénit del trasteo. No alcanzaron aquel nivel las manoletinas finales. Dos pinchazos y el toro que se echó.

Del caballo salió suelto y en busca de los chiqueros el lidiado en tercer lugar. Allí que se emplazó, en terrenos de toriles, y sólo embestía a arreones hacia los adentros. Abrevió Ortega con las telas, pero se eternizó con la espada. De nula clase fue también el sexto, al que Ortega no quiso ni ver. Con las primeras gotas de la
tormenta llegó también la bronca.

Plaza de toros de Alfaro. Tres cuartos de plaza.

Toros de Guadalmena, desiguales de presentación, de escasa presencia los lidiados en primer y cuarto lugar. De escaso juego y muy poca clase. El menos malo vino a ser el segundo.

Morante de la Pueba: silencio y saludos.

Diego Urdiales: dos orejas y saludos.

Juan Ortega: silencio y bronca.

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