Poco antes de romper el paseíllo, la diferencia de los novilleros era abismal. Tres tardes se había vestido de torero Fabio Jiménez esta temporada; las mismas que Jorge Molina había hecho el paseíllo únicamente en Las Ventas. Al finalizar el festejo, la diferencia continuaba en vigor, pero sólo la numérica. Pareció ser Fabio el novillero de las tres tardes en Madrid este año. Por firmeza, mando, poder, sentido de las distancias, concepto y personalidad. Fabio, pese al pobre juego de sus novillos, se mostró como un novillero maduro y sobradamente formado.
No es que la tarde de Jorge Molina fuera mala, que tampoco. Pero no dio la sensación de ser el tercer novillero del escalafón y, mucho menos, de estar preparado para una, a buen seguro, pronta alternativa.
Cabe destacar la buena presentación de los novillos de ‘Chamaco’. Sobre todo, los lidiados en el ecuador del festejo: hondos, cuajados, ofensivos y apretados de carnes. Con menos plaza fueron los lidiados en primer y cuarto lugar, más sueltos de carnes, pero de muy correcta presentación también. En lo que al comportamiento respecta, fue este un tanto deslucido, siempre venido a menos, distraído en conjunto y sin apenas clase.
Quizás, el de más recorrido fue el tercero, algo que Molina supo aprovechar en el primer tramo de su trasteo. Acortó las distancias cuando cogió la muleta con la izquierda, el toro se resintió de aquello, sacó genio y hasta medio pareció imponerse al novillero de mayor experiencia. Cuando Molina volvió a la mano derecha, aquel viaje había llegado al maldito destino de las paradas y los finales distraídos. Por cierto, el novillo derribó al picador cuando acudió a este al relance luego que el novillero toledano lo saludara por chicuelinas. Lo mató mal.
La prontitud y la fijeza fueron las virtudes del novillo que abrió plaza. Sus defectos fueron la falta de fuerzas, el escaso recorrido, su embestida rebrincada y sus constantes cabeceos. Pareció limar algunas de estas asperezas Molina, pero cuando se echó la muleta a la izquierda y acortó las distancias, resurgieron las malas artes del de ‘Chamaco’. Hubo un natural de enorme nivel.
Se gustó Fabio Jiménez en el saludo a la verónica de sus dos oponentes, jugando muy bien los brazos, ganando terreno, templando las embestidas, siempre con la figura erguida e impregnando todo aquello del empaque que solo tienen unos pocos elegidos.
Mandón y torero, a partes iguales, fue el inicio de su primer trasteo. Se resintió el novillo de imponente estampa de aquel toreo por bajo y aquel son o aquella manera de repetir las embestidas se quedó en nada demasiado pronto. Optó Fabio por la delicadeza en los cites, la ausencia de toques y la sutileza del temple. Sin perder firmeza ni aplomo. Aguantando parones e intentando hacer siempre el toreo. Las manoletinas finales fueron lo más aplaudido y también lo menos bueno. Se atascó con la espada.
Por alto inicio su trasteo al sexto. Más liviano y menos mandón. Tal y como las circunstancias lo requerían. Ni por esas. El de ‘Chamaco’ volvió a pararse y hete ahí que Fabio supo tirar de su oponente a base de colocación, sitio, tiempos, temple, paciencia, mando y torería. De todo ello tuvieron aquellas series de naturales que llegaron mecidas, sosegadas y serenas. Hubo una trincherilla de cartel, que vino a ser lo más accesorio de un trasteo meritorio, firme y de exacto concepto.
Cerró Jiménez al toro a dos manos y dejó una estocada un tanto desprendida. Y cuando ya no podía salir nada mal, llegó el lío de los pañuelos, las mulillas, las no dos orejas y el sursuncorda que nunca viene a cuento. Lo de siempre, el público pidiendo los dos trofeos, el palco insistiendo a los mulilleros que abreviaran su labor, el pañuelo que aparece a última hora, la gente que piensa que es el segundo trofeo, la petición que para, el subalterno que le entrega al alguacilillo las dos orejas y, cuando este se las va a entregar al torero, el presidente grita que ¡una!, ¡una! El dislate de casi siempre y lo de casi siempre: que hacen falta palcos con mayor sensatez, más lógica y mayor sentido común. Al final, Fabio paseó una oreja y el poso del que parece torear todas las tardes del año.
Plaza de toros de Alfaro. Media entrada.
4 novillos de ‘Chamaco’, muy bien presentados, en particular segundo y tercero, con mucha plaza. Deslucidos en conjunto, siempre a menos y sin apenas clase.
Jorge Molina: saludos y silencio.
Fabio Jiménez: silencio tras aviso y una oreja (que merecieron ser dos).
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