La Rioja

La Clavelina: 35 años amasando excelencia

La Clavelina: 35 años amasando excelencia

Todo siempre tiene un inicio y el de la pastelería La Clavelina tiene nombre de mujer. El empuje de María Ángeles hace 35 años fue el que propició que hoy sus dos hijos (Alfonso y David) hayan convertido el negocio familiar en una de las pastelerías más brillantes no sólo de La Rioja, sino posiblemente de todo el país.

Emprendedora cuando esa palabra ni siquiera existía en el vocabulario de los comunes mortales, sin que hubiese una tradición familiar detrás ni nada que asegurase que el negocio iba a tirar adelante, de su afición hizo su profesión. En un local de poco más de 40 metros en Quel montó su obrador, su despachito y empezó a vender cuatro cositas que hacía con el mejor de los gustos y el placer por encandilar a su clientela que pronto de convertiría en asidua.

“Mi hermano y yo éramos unas chavalillos, yo tendría doce años y él, siete. Entonces echábamos una mano a repartir los encargos a domicilio para descargar a mi madre de algo de trabajo”, cuenta Alfonso desde el obrador que todavía mantienen en Quel.

Y poco a poco como quien no quiere la cosa, el amor por la pastelería fue entrando por sus venas. Primero los veranos y los fines de semana mientras estaban estudiando, después poco a poco introduciéndose en un mundo que hasta hace unos años había sido totalmente desconocido para ellos… La realidad fue que conforme el negocio familiar iba creciendo ellos iban sumergiéndose más en un mundo en el que su madre sigue siendo la guardiana de las esencias aún a día de hoy.

“Después de hacer la mili decidí entrar en el negocio familiar”, y por aquella época se decidió dar un paso más y en 1996 abrieron la pastelería en Arnedo. “Teníamos muchos clientes ya de allí en Quel que se trasladaban cuatro kilómetros para comprarnos, así que decidimos probar”. Buscar una estructura más sólida. Crecer para seguir andando por aquellos años montaron algo novedoso por estos lares: una cafetería pastelería en la que pasar un rato agradable junto a un café, algo dulce y una buena conversación.

Mientras el obrador de Quel se convertía en una especie de laboratorio donde se empezaba a innovar en un momento en el que nadie había oído hablar aún de la I+D. “Empezamos a hacer cositas especiales, aunque todavía quedaba mucho recorrido especialmente porque creo que en ese momento ni nosotros creíamos en nosotros mismos”. El germen innovador de María Ángeles estaba ahí presente pero faltaba un empujón.

Lo que les faltaba llegó en 2009. “Que Andrés Sirvent y Paco Carretero contasen con nosotros para ir a Rímini a la Copa del Mundo de Heladería nos dio ese punto de confianza que nos hacía falta. Ganamos sí, pero lo importante fue que cambiamos el concepto, que nos dimos cuenta de que teníamos margen de mejora, hasta entonces teníamos miedo a ser atrevido y ahí lo perdimos”.

Después comenzaron a llegar los premios, uno tras otro. En la Feria de la Golmajería, en el concurso del Ajo Asado. En La Rioja y fuera de ella. Uno tras otro. Y empezaron a innovar. “Cada quince días había algo distinto en la pastelería…”

Y como la vida laboral siempre, de una forma u otra, va ligada a la personal con la llegada de los pequeños de la casa llegó el momento de pisar el freno. “Nos sirvió para darnos cuenta de que estábamos corriendo demasiado, que hacer novedades en tan poco tiempo estaba sirviendo para que la gente no llegase a probar algunas de nuestras creaciones, fue un momento de reflexión”.

Entonces decidieron buscar la excelencia máxima, la calidad, explicar bien cada una de sus creaciones, llegar al público. Y en esas estaban cuando apareció la pandemia. “No se podía salir de casa y encontramos ahí un nicho de mercado con los desayunos a domicilio para mantener a nuestros clientes”. Con la vuelta de la gente a las calles abrieron su terraza y decidieron también hacer un par de pinchos a la semana. Helado de ajo, macarrón de queso. Delicados, sutiles y de casa, con el producto de proximidad como mayor aliado.

Un camino de más de tres décadas que este año se ha visto recompensado con un Solete de la Guía Repsol. “Sabíamos de nuestro nivel pero no nos esperábamos una recompensa así”, asegura Alfonso.

Y con el afán por seguir dando lo mejor, este año han puesto en circulación los famosos rolls de Nueva York. “Es la primera vez que nos hemos sentido desbordados, hemos llegado a hacer 1.200 a la semana”. Con los quesos Celia de la zona o los vistazos de la región, siempre buscando sinergias con las empresas locales y disfrutando de los 35 años de andadura que celebrarán el próximo 24 de junio.

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