La Rioja

Un viaje con valor al centro de la pobreza

La riojana Alba Blanco viajó hasta Hông Ngự como voluntaria para enseñar inglés a niños

Alba Blanco junto a su amiga Paula con quien realizó el voluntariado en Vietnam

En el instituto, la asignatura de Inglés era la que más detestaba con diferencia, pero cuatro años y medio en Irlanda le sirvieron a Alba Blanco, riojana y maestra de Secundaria y Bachillerato, para acabar hablando el idioma con muy buena soltura. Aquel cambio de vida jamás estuvo entre su planes, y mucho menos que el nivel de inglés adquirido le llevaría a más de 10.000 kilómetros de distancia para dar clases a niños y jóvenes.

A mediados de febrero Alba emprendió un nuevo viaje a la otra punta del mundo. En Hông Ngự, un pueblo al sur de Vietnam próximo a la frontera con Camboya, le esperaban unos estudiantes ansiosos por aprender esta lengua. Aunque luego se sorprendieron más al ver a su nueva profesora, con ese pelo rizado y que iba a pie a cualquier sitio. “Allí todos tienen una moto, aunque luego la comida escasee, pero la cogen para todo. Nadie va andando”. El voluntariado siempre había rondado la cabeza de esta joven maestra, aunque la pandemia retrasó esta posibilidad hasta septiembre del año pasado, cuando comenzó a gestionarlo todo para ponerse en ruta en compañía de su amiga Paula.

Durante un mes el colegio donde impartían las clases ha sido también su hogar en una país que va más allá de las playas paradisiacas. Allí la moneda está casi devaluada (el dong vietnamita es la segunda moneda con el valor más bajo del mundo) y para poder ir al colegio antes hay que poner dinero de antemano. Será por eso que los alumnos de Alba “hacían lo imposible” por aprender. Les bastaba un par de pizarras, algún ordenador que apenas se usaba, mesas y sillas que ocupaban todas las semanas de lunes a sábado en un centro dedicado a profesores voluntarios.

“Es muy gratificante dar clases a niños que ponen todo de su parte cuando sabes que ellos solo hablan vietnamita, porque en el caso de los más mayores sí que podíamos mantener una conversación fluida en inglés, pero con los pequeños costaba comunicarse. Recuerdo que había algunos alumnos que no podían pagar la escuela y aún así les dábamos clases. Es que valoran las cosas de una forma muy diferente a la de aquí. La pena es que antes de la pandemia el centro tenía el doble de capacidad, pero luego redujeron el número de alumnos y ya no han vuelto a ampliar”, apunta la joven riojana, quien compartió estancia junto a otros dos voluntarios más.

Allí llegó llena de curiosidad y se encontró con una sociedad desconocida que la trató como a una más de la familia: “Hay que entender que son gente que apenas ha salido de su pueblo o ciudad, por lo que le sorprende cualquier cosa o persona que venga de fuera. Así que estaban todo el rato haciéndonos fotos y queriendo hablar con nosotras. Hasta nos invitaban a sus casas a cenar aunque no nos conocieran de nada. Sin duda, el dicho que existe de que lo poco que tienen te lo dan es cierto porque allí hacían todo lo posible porque estuviéramos a gusto, más allá de que los profesores están muy bien valorados en su cultura”.

La experiencia que se lleva Alba ha sido “única, muy especial”, y no descarta hacer otro voluntariado en un futuro. “El coste es elevado porque el vuelo es muy caro y también tienes que pagar visado y vacunas, pero yo tenía claro que quería hacer este viaje”, incide. A pesar de ello es consciente de la cara ‘B’ que existe alrededor de la labor de voluntariado en el extranjero. Se cumple así la idea de que hacer un viaje de este tipo sale más caro de lo esperado.

Alba contactó previamente con varias entidades y organizaciones que preparan este tipo de voluntariados a países en vías de desarrollo, pero se topó con otra realidad: más allá de sufragarse una misma todos los costes del viaje, dichas organizaciones reclamaban unos 300 euros semanales. “Y no fue cosa de una o dos empresas que así lo exigían, sino que había muchas. Tenía claro que no iba a pagar un extra más por algo que a mí me suponía un tiempo y un esfuerzo”, asegura, “así que hay que tenerlo en cuenta y saber que hay otras posibilidades para evitar que se lucren aquellas que dicen ser ONG, porque la mayoría tienen ánimo de lucro”.

Así dió con Worldpackers, una plataforma colaborativa ‘online’ que conecta a voluntarios con anfitriones de todo el mundo en las que se intercambia trabajo por alojamiento. “Todo fue muy sencillo, bastaba con rellenar un formulario para crear un perfil, incluyendo tus destinos de preferencia y el trabajo a desempeñar. Yo tuve suerte porque me tocó la primera opción que seleccioné y me pusieron en contacto directamente con el colegio en el que iba a dar clases. Ellos se encargaron de todo a la hora de organizar el viaje y de los visados y, además, cuentan con un seguro con asistencia 24 horas para garantizarte la viabilidad del voluntariado mientras que abonas una tarifa al año por mantener ese perfil, al igual que los anfitriones que te acogen”, explica.

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