Gastronomía

La fiesta que forja una identidad

Arnedo exalta en plena calle su pasión por los ajetes tiernos y los huevos asados

Existe en La Rioja una frontera interior. Es un silencioso telón de acero. Las autoridades políticas le quitan hierro al asunto. No verbalizarlo ayuda a no reconocer esta situación que tiene a La Rioja partida en dos. La polarización de la sociedad riojana la provoca el ajete fresco bajos las brasas. Porque en La Rioja están los que gozan con el ajete tierno asado y los que han pasado su vida sin prestarle demasiada atención a este productazo, ignorando lo que se están perdiendo.

De Logroño para arriba no sabemos la pasión que sienten los riojabajeños por el ajete fresco y el huevo a la lumbre. Y da igual si son de Calahorra, de Arnedo, de Autol o de Pradejón. Si hacen lumbre para asar habrá ajetes frescos en primavera y cuando el sarmiento pierda su gran potencia calorífica pondrán sobre las ascuas sobrantes unos cuantos huevos para que se hagan.

Anteriormente han disfrutado de lo habitual del cerdo y del cordero en la parrilla. Ahí somos hermanos. Pero si tienes la suerte de caer en una fiesta carnívora riojabajeña te sorprenderá este ritual que cuidan con esmero. Porque lo del ajete fresco asado es cultural. Nadie sabe cuándo surgió, pero lo cierto es que La Rioja Baja y Arnedo en particular se entregan en primavera al ajete asado.

Y los arnedanos, que son de celebrar, tienen este Jueves Santo el día grande. Hace veinte años, por aquello de festejar la Semana Santa en la calle, unos visionarios sacaron a la plaza eso de asar ajetes frescos en las bajeras y en familia. Y lo que pasa en la calle pronto llama la atención, genera las primeras filas y cuando lo que se da es una degustación tan sabrosa el éxito está más que asegurado. Y ahora los turistas, también riojanos, se acercan a Arnedo para conocer un poco mejor qué es eso del ajete asado del que tanto hablan y que de Logroño para arriba apenas han catado.

Enclavado en un espacio geográfico muy particular, los arnedanos cuidan lo propio. Ricardo, de Logroño, recuerda aquella primera vez, finales de la década de los ochenta, cuando le recibieron en Arnedo con los brazos abiertos. Se organizaba allí por estas fechas un torneo de fútbol. El típico de Semana Santa. Su equipo ganó al Arnedo. Y por la tarde debía jugar las semifinales. No era cuestión de volver hasta Logroño. Tan hospitalarios como siempre, cada jugador del Arnedo se llevó a un niño del equipo contrario que les acababa de ganar para comer con sus respectivas familias. Era fiesta en Arnedo. Y a él le llevaron a una bajera. Y comenzó una fiesta nunca antes vista por él, que rozaba los diez años. Comenzaron a asar trozos de carne reconocibles, pero pasados tantos años su memoria gustativa aún recuerda aquellos ajetes frescos asados que nunca antes había probado y que allí conoció por primera vez.

Esa tradición familiar ha salido a la calle para conquistar al gran público. Se le ha encontrado una fecha, y poco a poco los riojanos van reconociendo esta tradición que surge de La Rioja Baja para el resto de la comunidad. “Es que es algo que siempre se ha hecho en casa. Cuando llega este tiempo se asan ajetes bajo las cenizas y se pone un docena de huevos para que se vayan haciendo”, apunta Fernando, un riojabajeño que se mueve con naturalidad por ese triángulo que conforman Arnedo, Calahorra., Autol y Quel. “Lo que nos sorprende a nosotros es que por la capital y más allá no se tenga esta tradición”.

Y Fernando, como la mayoría de arnedanos, es de enseñar el misterio del ajete asado junto al huevito que precisa de sal una vez cocinado a la lumbre. ¿Cómo saben cuándo están hechos? “Lo notas”, apunta. ¿Y cómo sabes qué el huevo está crudo, cuál está pasado por agua, y cuál se ha quedado duro? No cogen tiempo, el calor del ascua bajo el huevo ni es uniforme ni constante, además tampoco puede ser excesivo porque el huevo puede explotar. “No sé, es algo que también se ve”. Fernando quiere enseñar cómo lo hacen pero tampoco sabe cómo explicarlo mejor. Porque sencillamente él sabe todas estas cosas porque las ha visto desde su más tierna infancia. Sabe cuándo está el ajete y el huevo en su punto porque sencillamente se ve, “no hay más”. Gracias, Fernando.

Del huerto a la lumbre

Pero esta fiesta del ajete arranca en diciembre y se inicia a orillas del Cidacos, en esa tierra fértil regada por el flujo constante del agua. Miles de pequeñas huertas particulares plantan sus cosas, y en diciembre se prepara el primer gran producto de la huerta que llega con la primavera. Ajo a ajo se siembra lo que para finales de marzo y principio de abril serán los ajetes frescos, que no es otra cosa que ajos todavía poco maduros. Ajos tiernos arrancados a tiempo para comer su corazón antes de que surja la cabeza de ajos. Requiere de poca agua, de mucho sol, y de tierra rica y suave. El invierno hace el resto, para que los arnedanos y los riojabajeños disfruten de esta fiesta que celebra nada más y nada menos la capacidad de las gentes para cuidar sus tradiciones más familiares, más íntimas, ésas que forjan una identidad.

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