La Rioja

Mujeres y jóvenes: la vida sigue igual

Cuatro chicas de entre 18 y 20 años hablan de las experiencias machistas que tienen que soportar

Son conscientes de que todavía hacen falta muchos 8M para que la igualdad real sea algo que se viva en su día a día. Tienen entre 18 y 20 años y viven en Logroño. Podrían tener más o menos años y vivir en cualquier ciudad de La Rioja, de España. La conversación sería la misma.  Cuentan de primera mano todas las veces que se han sentido inferiores, que han pasado miedo, que se han agobiado por situaciones desagradables, que les han hecho irse a casa incómodas, que han tenido que oír comentarios molestos o han retirado manos de partes de su cuerpo a las que ellas no habían dado permiso a acceder.

Paula, Nuria, Allende y Marta toman café con leche y hielo en una terraza céntrica de la capital. La conversación discurre de la misma forma que ocurriría con cualquier otro grupo de chicas. “Es que estás pendiente ya de lo que va a pasar por la noche antes de salir de casa, cuando te estás vistiendo, cuando te maquillas, cuando escuchas lo de ‘¿Eso no es demasiado escotado o demasiado corto o demasiado ajustado?'”.  Salir una noche supone estar alerta en todo momento. Incluso en la tienda, al comprarse ropa. “Muchas veces me he probado algo, he visto que estaba guapísima y no me lo he comprado porque piensas que es demasiado escotado o demasiado corto y sabes que te va a dar problemas”.

Volver a casa supone toda una experiencia cargada de miedo. “Muchas veces tienes que alargar la noche o irte antes por ir acompañada, y si vas sola vas hablando con una amiga por el móvil, buscando calles más iluminadas o con el manojo de llaves en la mano”. Cientos de veces han tenido que ser acompañadas por amigos o por novios, o llamar a sus padres para que vayan a buscarlas a un lugar más céntrico. “En casa te dejan más rato si saben que vuelves acompañada, eso no le pasa a nuestros hermanos, aunque sean más jóvenes que nosotras”.

Y entre el momento de salir y el de llegar a casa, miles de experiencias negativas. “No sólo de noche, incluso de día, depende de la ropa que lleves, hay veces que te sientes observada de arriba abajo, o tienes que oír comentarios de grupos o sentir como alguien te echa la mano al culo…”. “Encima, si les dices algo se sienten ofendidos porque creen que te tienes que sentir halagada”.

Lo peor es la normalización. “Y es que tienes que oír ‘qué mal hay en soltar un piropo’. ¿Perdona?. A mi me halaga que un amigo me diga lo guapa que estoy, pero no de una persona que no conozco de nada”. A veces las críticas llegan de otras mujeres. “Eso es lo que más duele”.

“Te sientes tan mal, terminas volviendo a casa llorando. Notas que alguien te ha echado la mano a la pierna o al culo, te vuelves y ves a toda una cuadrilla riéndose, es muy humillante”. Luego están los que no se dan por vencidos. “No entiendo cómo no se dan cuenta de que si quieres algo con un chico va a notarlo, no hace falta que esté toda la noche detrás agobiando”. No saben ni las veces que han tenido que inventarse que tenían novio para quitarse a un ‘moscardón’ de encima. “Y cuando dices que tienes novio, no te dejan por respeto hacia ti sino por no tener bronca con él”. “Algún amigo se ha tenido que pasar por novio para que te dejasen en paz”.

“Luego tienes que oír que el feminismo es una chorrada, pero hacen falta dar aún muchos pasos para que nos sintamos igual de seguras que nuestros amigos”. Las malas experiencias son continuas. “Te pones a bailar y siempre hay alguno que se cree con el derecho de acercarse más de la cuenta, yo perreo con quien quiero”.

El problema de la noche no es único. En casa también notan que las cosas aún no han cambiado lo suficiente. “Lo que se nos pide a nosotras no es lo mismo que les piden a nuestros hermanos o a nuestros primos: si mi madre sale una noche y hay que hacer cena ya sé que me toca a mí si queremos cenar, aunque sea meter una pizza en el horno, como si mi hermano no pudiese hacerlo”.

Además, siguen viendo cómo sus madres llevan la carga de la casa. “Aunque nuestros padres ya participan algunos en las labores de casa, la carga sigue siendo de ellas, son ellas las que saben qué falta en el frigorífico, que día es la cita del médico…”. “Estamos hartas de oír que un hombre es un buen padre porque va a buscar al niño al colegio o porque lo lleva al médico. Cuando las madres lo hacen día a día es algo que se da como lo normal, y si no lo hacen son malas madres”.

Tampoco las cosas han cambiado en cuanto a la presión social. “Se nos juzga por cualquier cosa que decidimos hacer: si no tienes novio, te preguntan para cuándo; si tienes varias parejas en poco tiempo te tachan de fresca; si no te casas, que te vas a quedar para vestir santos. Da igual, somos juzgadas constantemente”.

Las redes sociales tampoco las ayudan. Casi ninguna chica de su edad tiene en su estado de WhatsApp el ‘está en línea’. “El control por parte de algunas parejas a amigas es asfixiante: ‘¿Dónde estas? ¿Con quién estás?’…”. Reconocen que también sucede en el sentido contrario. “Pero la reacción es distinta cuando tienes una pareja controladora dependiendo si el que ejerce el control es chico o chica”. Los celos son el día a día de estos jóvenes.

También a través del móvil tienen que soportar acoso. “El otro día me escribió un chico al que no conocía de nada preguntándome si iba a salir a dar una vuelta, que su novia no salía y estaba solo”. No contestar y bloqueo son su única salida.

Saben que quedan aún muchos pasos que dar, por eso sienten que es tan importante que existan días dedicados a reivindicar la igualdad. “No es un día para felicitarnos, deja de mandar mensajes diciendo feliz día de la mujer y empieza a hacer algo para que nos sintamos igual que vosotros”.

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