La Rioja

La ruta del pan: vender en Logroño para fijar población en la sierra

Vender en Logroño para fijar población en la sierra

Rubén Martínez, del Horno de Pradillo, publicita en sus redes sociales estos días la venta de sus panes en Logroño. Pan de pueblo al alcance de los clientes de ciudad, quienes comprenden a la perfección que nada tiene que ver el pan congelado que encuentran en algunos establecimientos con ese que desde hace décadas se amasa en su obrador. “Y eso que en Logroño no nos podemos quejar. Hay panaderías muy buenas”.

La llegada de los panes de Rubén al asfalto de la ciudad no ha sido una decisión fácil. “Era eso o tener que cerrar”. La obligación le ha marcado esa ruta para dejar de hacer otras con las que es imposible sacar rentabilidad. “En esta zona estamos trescientas o cuatrocientas personas en invierno. Entre los gastos de las materias primas, la luz y los kilómetros es imposible que te salgan las cuentas. Por eso había que coger más mercado”, cuenta de un cambio que le supone un esfuerzo extra. “Ahora hay que levantarse aún más pronto para que la furgoneta pueda salir a las seis de la mañana hacia Logroño. Antes de que abran las tiendas donde repartimos”.

La acogida ha sido fantástica aunque a Rubén le da pena toda esa gente que se está quedando en la sierra sin pan después de que en enero finalizase el convenio con el Gobierno de La Rioja. “Nos reunimos con ellos, pero aún no se ha llegado a nada”. Sin el acuerdo que firmaron durante unos meses con el Ejecutivo, trabajar sólo en su zona era insostenible. “Somos cuatro personas las que trabajamos, así que hemos optado por vender pan en la capital para fijar población en el medio rural”, explica Rubén, quien reconoce que a él le encantaría “llevar el pan al Camero Viejo pero es imposible”.

Las cuentas no salen. “Vendes 110 barras a la semana y tienes que hacer 200 kilómetros. Al menos, con el convenio nos pagaban la gasolina y 35 euros la hora. No se ganaba mucho, pero al menos no se perdía dinero”.

Es verdad que cuando llega el verano todo cambia. “Aquí en verano trabaja todo el mundo, pero estamos hablando de dos meses. Desde que los chavales terminan el colegio hasta mediados de agosto. Es imposible sacar rentabilidad en dos meses para todo el año”. El problema se complicará con el tiempo. “Llegará un momento en el que los que lleguen en verano a los pueblos riojanos tampoco tendrán este servicio porque al final la gente termina tirando la toalla y cierra los negocios”.

Él, por el momento, ha encontrado la alianza perfecta: vender pan en la capital para que los negocios del mundo rural puedan seguir trabajando allí.

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