El Rioja

Un pequeño entre los grandes

Carlos Mazo, en su viñedo en Aldeanueva de Ebro. | Foto: Leire Díez

Carlos Mazo ha escapado de todo lo que rodea a su pueblo natal del que nunca quiso marcharse. Ha escapado de las grandes extensiones de viña plantadas en espaldera, con riego y mecanizadas en el entorno de Aldeanueva de Ebro. Ha escapado del tempranillo. Ha escapado también de los productos sistémicos. Carlos Mazo sabía dónde quería estar y de qué forma quería llegar. “No he hecho nada del otro mundo, solo recuperar la esencia del vino de mi pueblo, de una zona, de una región”. Y lo que ha logrado crear escapa de la percepción que muchas personas tienen cuando escuchan hablar de Rioja Oriental .

Su padre ya se echó las manos a la cabeza cuando le dijo que iba a plantar garnacha junto a la vieja viña de media hectárea que tenía de la familia en el paraje Yasa de las Cuevas y que, por si fuera poco, lo iba a hacer en conducción vertical. “¡Pero qué dices! Si es mucho más trabajo tener la viña así. Además, ¿no sería mejor arrancar las cepas viejas y poner tempranillo que trae más uvas?”. Y bien sabía Carlos qué era lo mejor, pero aún así tuvo la ayuda de su padre para hincar cada uno de los palos de madera en esa media hectárea. “Y sigo teniendo su apoyo, que ha estado conmigo vendimiando como el que más y siempre lo ves al pie del cañón”.

Sus amigos agricultores también cuestionaron en un primer momento esas decisiones, “pero ahora entiende que es muy diferente cultivar viña para vender la uva a una bodega o cooperativa que hacerlo para elaborar tu propio vino”. Carlos reconoce que todavía está en el camino de crear el “vino típico” de esta zona, pero desde 2012, cuando inició su proyecto de Vinos en Voz Baja, avanza con paso firme: “Quiero lograr elaborar una garnacha fresca y golosa con un poquito más de grado alcohólico que lo que se encuentra en el resto de la región, pero un alcohol que le da alegría. Sigo buscando ese equilibrio de la fruta típica de Rioja en un vino que también tenga cuerpo, pero que no siga las líneas de crianza o reserva”.

Viñedo de Carlos Mazo en Aldeanueva de Ebro. | Foto: Leire Díez

En las 25.000 botellas que comercializa hasta el momento ha sabido entender cómo son sus viñas y qué capacidad tienen de reflejar la región con una explotación tan pequeña (nueve parcelas que suman unas seis hectáreas en total). “He dividido los vinos en tres peldaños. En lo más alto, Paraje Planas Altas, el vino de la mejor parcela plantada en los años 50 que tenemos en Yasa de las Cuevas; después, dos viñas que están en Aldeanueva y que representan lo que es el municipio, con unas garnachas claramente diferenciadas de las garnachas de Quel, Arnedo o Tudelilla que no son tan mediterráneas, y por debajo, Costumbres, el vino de la explotación que mezcla viñas de diferentes municipios de la zona. Cuanto más arriba vamos, encontramos más finura, más acidez y mayor capacidad de guarda”, apunta.

Eso es justo lo que saca de esa antigua viña ubicada a escasos 460 metros de altitud, rodeada de pinos y campos sin cultivar, desde la que se vislumbra un amplio valle. Por un lado, Calahorra con San Adrián al fondo; en frente, Aldeanueva con Alfaro detrás; el Moncayo difuminado a la derecha y seguido, la Sierra de los Agudos y Monte Gatún. Una parcela donde convive una mezcla de cepas de garnacha, principalmente, tinta velasco y calagraño, que en este entorno lleva por nombre pasera. Una variedad, además, denostada por muchos productores por su escasa capacidad aromática.

“Al traer racimos muy grandes con bayas enormes, tipo a la moscatel, no gustaban a los enólogos en esa época en la que se buscaban uvas pequeñas más concentradas. El calagraño se entiende más como un complemento para otras variedades porque es una uva muy austera que apenas aporta aromas, pero sí tiene buena acidez. El problema es que no hay que enfocarla en lo que aporta, sino en que se trata de una variedad minoritaria que es parte de la región. Es más, seguro que en todas las viñas había alguna que otra cepa de calagraño porque yo las tengo, pero como las cepas viejas acabaron arrancándose…”, lamenta Carlos.

Cepa de calagraño en el viñedo de Carlos Mazo en Aldeanueva de Ebro. | Foto: Leire Díez

El tiene hasta 300 cepas en un corro en Yasa de las Cuevas y elabora su blanco y el tinto procedente de esta parcela con ellas. “Yo no he visto que perjudique al vino, así que ¿por qué voy a desechar esta uva? Siempre llevo la garnacha como eje central de todos mis vinos, pero no separo ninguna cepa diferente que forme parte de las viñas. Por eso también decidí plantar en conducción vertical, para poner el foco en la planta a título individual, no en el renque en general, además de los beneficios que eso da para la uva porque se cría como un vaso y se queda muy ventilada”, incide mientras sortea estas cepas plantadas hace dos años. Linde a esta parcela está otro terreno todavía lleco que próximamente Carlos llenará también de más garnacha.

Aunque deja claro que su intención no es crecer en volumen, sino “seleccionar bien cada parcela, mejorar y ajustar cada vino a la viña, entender bien los vinos y venderlos rápido”. Porque más allá del espacio del que dispone en su bodega, con dos años de edad y al más puro estilo de bodega garage, su idea no es hacer vinos de guarda. “Embotellar y vender. Algo rápido, porque quiero que sean vinos frescos y bebibles en cualquier momento”. Tras un amplio ventanal que da la bienvenida a lo que se podría considerar como su wine bar, “un espacio abierto a todo aquel que quiera probar un vino y disfrutar”, descansan cinco barricas, varios depósitos, un par de cubas de madera y una treintena de garrafas de vidrio. Un reducido espacio en el que aflora la maestría de Carlos para retratar la esencia de un paraje, un pueblo y una zona.

Bodega de Viñedo de Carlos Mazo en Aldeanueva de Ebro. | Foto: Leire Díez

Ahora su tarea, y la de otros tantos con los que comparte perfil de vitivinicultor, es demostrar que existe una generación de bodegueros como él: jóvenes, con unas dimensiones que no superan las 50.000 botellas anuales y que no son otra generación más que ha copiado los pasos de sus antecesores. “Somos la primera generación de unos proyectos diferentes, que buscan regresar al origen. Da pena que no se haya quedado más gente en este territorio en el que yo he desarrollado mi proyecto porque es una maravilla. Pero también creo que eso ha ocurrido por la falta de referentes. Aquí se puede hablar de Álvaro Palacios y para de contar”.

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