El Rioja

“La gente ahora entiende más de vino y reclama lo mismo detrás de la barra”

Dos sumilleres riojanas, Anca Teodoresku y Ana Quiñones, repasan el presente y futuro de la profesión

Anca Teodoresku y Ana Quiñones posan en la calle San Juan de Logroño.

El vino irrumpió en sus vidas de improviso hace ya unos años, pero qué podían esperar estando en la tierra donde se embotellan los terruños de alta calidad. Anca Teodoresku y Ana Quiñones, ambas sumilleres en La Rioja, cruzan miradas por primera vez para saborear un tinto y conversar sobre el pasado, presente y futuro de la sumillería desde la céntrica calle San Juan.

Ingeniera Mecánica de formación, Anca cargó las maletas en su Rumanía natal destino la tierra del vino hace casi dos décadas y aquí se le abrieron las puertas del Restaurante Tastavín, donde ha aprendido desde entonces a entender y vender el vino. “Cuando llegué no probaba una sola gota y solo bebía cerveza, pero poco a poco, probando y probando cada vez más vinos, he conocido otro mundo, gracias también a los grandes paladares de esta región que me han acompañado en la experiencia”.

La arnedana Ana Quiñones tampoco se planteó nunca dedicarse al vino como lo hace ahora, pero el hecho de comenzar en la restauración la fue encaminando hacia el sector poco a poco, hasta que dio con un curso de sumillería y le cogió el gusto. Ahora se dedica a la organización de eventos desde su propia empresa, Afeque, donde procura que el vino esté siempre presente. “Quiero sacar el vino a la calle para extender la cultura que gira en torno a él, así como darle visibilidad a las bodegas de Rioja Oriental”.

Con su tierra tiene un deber que sobrepasa lo profesional. “La Rioja Baja, en materia de vinos, siempre ha estado por detrás de La Rioja Alta en cuanto a reconocimiento. Es cierto que allá hay más bodegas, pero incluso desde el Gobierno regional no se les ha dado el mismo tratamiento siempre a ambas zonas. Por eso tenemos mucho trabajo por delante para situar a Rioja Oriental donde se merece”, señala.

Un asunto con el que Anca coincide: “Reconozco que nosotros al principio no teníamos apenas referencias de las bodegas de Rioja Oriental, pero con el tiempo hemos ido ocupando nuestro restaurante con grandes vinos de esta zona, que tienen el mismo potencial que los que proceden de otras zonas vitícolas de Rioja. Y así se lo hago saber a mis clientes”.

Y puestas a lanzar al aire alguna crítica, la sumiller del Tastavín se atreve: “Lo que veo muchas veces tras la barra es que los propios bodegueros no se aventuran a probar más allá de sus vinos. Es increíble. Con lo interesante que es probar y comparar otras regiones para aprender”. Todavía recuerda cuando comenzaron en el restaurante con apenas 60 referencias y los clientes les llamaban “locos”. El conocimiento que había antes por parte de los clientes hacia el vino, asegura, era “casi nulo”, pero ahora ya tienen más de un centenar y “la gente sabe que aquí encuentra variedad, así que toca estar en constante renovación”.

¿Y qué nivel de conocimiento tienen ahora los consumidores? “Pues yo creo que ahora saben mucho más, ya no solo de los diferentes tipos de vino, sino de las diferentes regiones, los métodos de elaboración y de las propias bodegas. Y en esa transformación y evolución, el enoturismo ha sido el gran protagonista porque ahora pocas son las bodegas que no se puedan visitar”, opina Ana.

Una apertura de puertas al mundo del vino de la que nadie escapa. Pero algunos se topan de frente con una realidad en el sector de la hostelería. “Es de aplaudir que la gente ahora entienda más de vino, pero a su vez reclama lo mismo o incluso mayor conocimiento detrás de la barra y en esa asignatura todavía no sacamos buena nota”. Ambas sumilleres coinciden en la escasa profesionalización del mundo de la sumillería.

“Sí es cierto que desde la propia Asociación de Sumilleres de La Rioja se está empezando a hacer un trabajo muy importante en materia de formación, así como desde la Escuela de Hostelería de Santo Domingo. Pero el mayor problema, sin duda, radica en la falta de personal en hostelería porque pocos jóvenes están dispuestos a meterse en este mundo tan sacrificado”, añade la arnedana.

Y puestos a formarse en materia de vino, copa en mano ambas insisten en que “muchas veces es imposible afrontar el elevado coste de los cursos de sumillería, que en muchos casos superan los 2.000 euros”. En su lugar, reclaman, deberían estar subvencionados por las administraciones. “Pero, sobre todo, lo que hace falta en La Rioja es una escuela de sumilleres”. Un reto que esperan llegue a medio plazo, “porque a corto plazo ya es imposible”.

Anca insiste, además, en que “siendo considerados un gran escaparate para foráneos y extranjeros, debemos colocar a nuestros profesionales al nivel del prestigio que tiene esta zona inculcando el cuidado del vino y su servicio a quienes vienen por detrás para que lo vivan con la misma pasión”. Pero esto, apunta Ana, es un trabajo de todos: “Administraciones, propietarios de bares, bodegas…. Más si cabe cuando vamos a ser los anfitriones de la VII Conferencia Mundial sobre Turismo Enológico”.

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