El Rioja

La alfareña que triunfa con la merlot desde los Riscos de Bilibio

La alfareña Bárbara Palacios triunfa con esta uva desde los Riscos de Bilibio

Bárbara Palacios con su perro Pupi, en su viña de merlot en Haro

La niebla corre airosa a las faldas de los Riscos de Bilibio, en la muga con Álava, dejando invisible la ermita de San Felices de Haro, aunque en la ciudad jarrera brille radiante Lorenzo. Sobre esa tierra arcillo calcárea se extienden apenas cinco hectáreas de cepas de merlot a unos 500 metros de altitud que la viticultora y enóloga (“y comercial”) Bárbara Palacios recorre tijera eléctrica en mano. Será de las pocas viñas en la DOCa Rioja, “si no la única”, plantadas con esta variedad autóctona de Burdeos.

Será por ese amor que siente hacia la acidez de esta uva y su perfecta compatibilidad con el tempranillo que le puso a su cachorro de nombre Merlot. Y de ese cariño mutuo surgió Barbarot Wines en 2005. Sobran las explicaciones para ubicar a esta descendiente de la saga Palacios Remondo (fundada en 1948) en el sector vitivinícola. Abuelo, padre y tíos bodegueros. Pero ella ha preferido caminar por otros horizontes, aunque hasta cumplidos los 20 no quisiera saber nada de barro y maceraciones.

– ¿Cómo acaba una alfareña de nacimiento en tierras de La Rioja Alta?

– Esta parcela la compró mi abuelo José cuando estaba en Palacios Remondo y la idea era plantar viña para hacer un Rioja que mezclase uvas de La Rioja Alta y La Rioja Baja. Tanto esta como La Montesa en el monte Yerga se plantaron a la vez, en 1990, y de hecho luego se lanzó el vino 2 Viñedos Los Riscos La Montesa. Mi padre Anotnio apostó por la merlot para esta finca aprovechando que Rioja había abierto la puerta a nuevas variedades foráneas y recordando sus propiedades de aquellos años que estudió en Francia. Pero llegó la crisis del 92. Mi abuelo intentó vender esta viña a otra bodega, pero mis padres se adelantaron y la compraron. La decisión determinante llegó después, cuando llamaron a la puerta de mis padres para la misma operación. ‘¿Vas a querer esta viña o la vendemos?’. Ahí tendría poco más de 20 años, pero tenía claro que esa viña había sido especial para ellos y ahora lo era para mí.

Bárbara Palacios, en su viña de merlot en Haro.

– Y alegrías te ha regalado para rato.

– ¡Y tantas! Fíjate que hasta aquí vienen las grandes como Muga o Bilbaínas porque estos suelos con gran cal activa permiten hacer vinos de larga guarda, aportan taninos muy redondos y permiten hacer cosas muy interesantes. Hasta en los años más duros resiste bien y es una locura el vigor que tiene, por eso apuesto por la cubierta vegetal para hacerle un poco de competencia. Sin duda, fue una gran apuesta de mi padre que me atrapa cada vez más.

– ¿Qué tiene la merlot que te gusta tanto?

– El factor diferencial número uno es la acidez de esta variedad. Nos permite jugar con pH bastante bajos que aportan al vino mucha protección ante cualquier tipo de oxidaciones, además de una larga vida para el tema de crianzas. Además, la merlot es una variedad de ciclo bastante corto, pero como está en altura se equilibra muy bien con la maduración del tempranillo que plantamos después, en 1999, a los lindes de esta parcela. A mis dos vinos les pongo el 15 por ciento de merlot, que es lo que permite el Consejo Regulador, y les aporta mucha elegancia.

Bárbara Palacios, en su viña de merlot en Haro.

– ¿De dónde viene el nombre Pupi de tu segundo vino y en qué se diferencia de Barbarot?

– Pupi es el nombre de mi perro. Cuando lo trajimos era un cachorrito y justo habíamos plantado dos parcelitas contiguas al merlot con las que elaboramos el nuevo vino, así que es una forma de reflejar un nuevo proyecto con nuevas. Al igual que Barbarot nace como homenaje a mi anterior perro, Merlot. Aunque ambos lleven la etiqueta de genérico, diría que Pupi tiende más a un estilo de crianza por el tiempo que pasa en barrica. Además, Barbarot es un vino más gastronómico, más de sentarse a comer y dejarle que se exprese, no de copeo. Por eso creamos Pupi, para esos momentos más de aperitivo. Y la aceptación que está teniendo es buenísima. Solo espero poder elaborar toda mi uva algún día, porque parte la sigo vendiendo a otra bodega.

– ¿Qué se siente al echar la vista atrás y ver lo construido hasta ahora?

– Cuentan en mi casa como anécdota que de niña me dormía atando cepas. Pero mírame ahora. Creo que la evolución es importante, ¿no? –ríe–. Después de estudiar en Burdeos y reconocer que el mundo del vino me había embaucado pasé muchos años viviendo las vendimias en otros países. Francia, Italia, Australia, Nueva Zelanda, Chile, Argentina… Pero llegó el momento de pisar tierra de nuevo. En 2008 monté la bodega en Briones y después me gradué en Enología en Logroño en un momento en el que me hacía mis 4.000 botellas. Ahora hago 15.000, que para muchos serán pocas, pero yo aquí veo un avance importante. Una vez te adentras en esto con toda la ilusión, ves tu nombre ahí en una etiqueta y te das cuenta de que estás haciendo lo que te gusta y como más te gusta, pues es un placer. Y sobre todo cuando echas un sorbo de tu vino y dices, ‘¡Jo, qué bueno está!’.

Bárbara Palacios, en su viña de merlot en Haro.

– ¿Qué es lo más complicado de gestionar sola este proyecto?

– Pues, claramente, la parte comercial. Lo demás es solo trabajo y en campaña siempre contrato mano de obra porque al final son siete hectáreas de viñedo y no doy abasto. Tampoco digo que hacer vino sea fácil, pero el hacer llegar los vinos a los mercados es sin duda lo que más me cuesta. Me muevo principalmente en exportación, por Inglaterra, Suiza, Noruega… Aquí hay mucha competencia y a veces me cierran puertas porque no llevo unos precios acordes para una marca no tan conocida. Unas barreras que no encuentro en el mercado internacional. Allá no te discuten céntimos y aquí en España sí. Pero poco a poco voy abriendo más puertas y este año he apostado por ir también a las ferias.

– Y de puertas de bodega para adentro, ¿cómo te entiendes?

– Lo cierto es que en el tema de los vinos nunca estoy sola. Ahí, a mi lado, siempre me acompaña mi padre. Él dejó la bodega familiar cuando falleció mi abuelo, pero arrastra 40 años en el sector vitivinícola, así que experiencia es lo que le sobra. Sobre todo me ayuda a la hora de catar y la verdad es que nos entendemos muy bien porque compartimos muchas opiniones. Vamos por la misma línea y eso es una suerte enorme.

– Barbarot Wines pisó el acelerador casi a la par que nació el movimiento ‘Rioja ‘n’ Roll’ del que eres miembro. ¿Cómo influyó aquello en la Bárbara de entonces?

– Fue clave porque me ayudó a conocer a gente que quería avanzar por el mismo camino que yo en esta denominación, con las mismas inquietudes e ilusiones en torno al mundo del vino. Ahora ya nos hemos constituido como una asociación, pero cuando surgió también fue gracias a que voces como las de Tim Atkin o Luis Gutiérrez comenzaron a interesarse por aquello que se estaba cociendo en Rioja más allá de las grandes bodegas.

Subir