La Rioja

Riojanos en las entrañas del horror nazi

Algunos murieron por inanición (era imposible compensar, con lo que apenas comían, los trabajos forzados en la mina de granito de Mauthausen); otros, en cámaras de gas; algunos, ahogados en toneles, apaleados; otros, asesinados por disparos de los niños alemanes que se divertían en los campos de concentración probando su puntería con seres humanos o en las conocidas como ‘escaleras de la muerte’. Ese fue el fin de algunos de los riojanos que terminaron sus días en los campos de exterminio nazis.

Todos con un denominador común: ser republicanos. Presos políticos que habían vivido una guerra civil, habían tenido que salir de su casa por  pertenecer al bando perdedor y se habían encontrado de bruces con una guerra mundial, abandonados por su país a los pies de un régimen que los utilizó hasta que muchos terminaron convertidos en auténticos despojos humanos.

La mayoría llegó tras exiliarse en Francia (casi  siempre a través de las fronteras catalanas), y cuando los alemanes tomaron el país quedaron cautivos. En 1938 la Gestapo y la policía franquista habían firmado un acuerdo de colaboración y la entrega mutua de detenidos. La embajada de Alemania en Madrid dirigió varias cartas al Ministerio de Asuntos Exteriores preguntando por un grupo de civiles españoles que se encontraban en un campo de refugiados de la localidad francesa de Angulema. No hay constancia escrita de la respuesta, pero el ejército alemán subió a los españoles de Angulema a un tren de ganado y los envió al campo de concentración de Mauthausen. “No hay españoles fuera de España”, había dicho Serrano Suñer. Así, los españoles que llegaron a Mauthausen fueron considerados apátridas; triángulo verde con una S de ‘spanier’, evidenciando aún así su procedencia.

El proceso de investigación ha determinado que no fueron dieciocho, como se creía hasta ahora, sino casi una treintena los que fueron deportados a los campos de Buchenwald, Dachau, Gusen, Auschwitz, Neuengamme o Mauthausen. “Es una lista que nunca va a estar definitivamente completa porque es muy difícil saber con exactitud cuántos riojanos estuvieron allí por las particularidades de los deportados españoles, que en muchos casos antes habían pasado por otros países; poco a poco vamos investigando y vamos sabiendo de más. Tenemos dos o tres dudas porque en los ficheros, por ejemplo, pone Nieva y es difícil certificar si es Nieva de Cameros o Nieva en Segovia”, cuenta Carlos Muntión, una de las personas que mejor conocen la historia de esta casi treintena de riojanos que vivieron los peores horrores de la Segunda Guerra Mundial.

En el primer tren con deportados a los campos de concentración nazis, el conocido como el ‘convoy de los 927’, viajaban cuatro riojanos. Uno de ellos, Fermín Arce. Un vagón que se había utilizado hasta entonces para transportar bestias llevaba a Fermín con su mujer Teresa y sus tres hijos hasta Austria. Era periodista en Bilbao para la CNT pe,ro había nacido en Cuzcurrita. Separaron a la familia. A Fermín y a su hijo mayor, con 17 años, los dejaron en Mauthausen; a su mujer y a los dos niños los entregaron a los ‘nacionales’ después de 18 días de viaje de vuelta en un continente en guerra. En 1945 volvieron a reagruparse en Francia.

La única riojana, de momento

Uno de los últimos descubrimientos es que también sufrió las penurias de un campo de concentración una mujer riojana que vivió de lleno la infinita crueldad del nazismo. Los vaivenes de Daría Urquiza, nacida en Casalarreina, antes de llegar al campo de mujeres de Ravensbrück (el único campo de concentración destinado sólo a mujeres), fueron interminables. Mujer rural, en 1937 se trasladó a vivir a Bilbao. Cuando el ejercito franquista tomó la ciudad a principios de julio del 36 su pista se traslada hasta Santander con su hija María Luis Romero, y se sabe que en Gijón cogió un barco hacia Francia.

Después entró en Cataluña, posiblemente a colaborar con la resistencia, y de nuevo terminó en el país galo y desde ahí al horror. Quizás fueron más las riojanas en ese campo de concentración. El principal inconveniente en el arduo trabajo de documentación e investigación es que muchas de las mujeres españolas entraron en las factorías de la muerte como francesas, porque fue en este país donde las detuvieron, y fueron deportadas con el apellido del marido, una costumbre arraigada en Francia, o con el apodo que tenían en la Resistencia.

Muerte asegurada tras años de hostigamiento

De los más de 25 riojanos (dejando de lado las posibles dudas) que pasaron por los campos de concentración alemanes y austriacos, una decena perdieron la vida. Muchos no duraron ni semanas en ese inframundo. “Algunos llegaron ya mayores, como Idefonso Nalda, de Tricio, que tenía 65 años, que en esa época era como tener ahora 80”, cuenta Muntión. El invierno del 41 fue terminal para él. La situación política previa a la Guerra Civil y el hostigamiento a la familia le empujaron a mudarse a diferentes municipios riojanos. Después de estar tiempo escondido en el granero de su hermano huyó a San Sebastián y de allí a Francia y después a Mauthausen. Al prisionero Ildefonso Nalda Nájera se le asignó el número 4219 en un abarrotado campo de concentración de donde fue trasferido al próximo de Gusen, cuyo Totenbuch (‘Libro de la muerte’) registra su defunción con 65 años.

También durante ese primer invierno falleció Antonio Díaz. Trabajador de la tierra. Era afiliado y delegado local del Sindicato de Trabajadores de la Tierra, perteneciente a la UGT. Al comenzar la Guerra Civil fue enrolado a la fuerza en las filas del ejército franquista. Herido en el frente de Teruel se pasó a las filas republicanas, en las que llegó a ser teniente en la XXXVII Brigada Mixta. Al terminar la guerra pasó a Francia. Detenido en Épinal el 21 de junio de 1940 fue internado en varios campos de concentración alemanes, entre ellos Mauthausen, a donde fue deportado el 8 de septiembre de 1940. De allí pasó al de Gusen, donde murió el 24 de enero de 1941.

De algunos se sabe bien su historia. De otros sólo hay una ficha técnica: lugar y fecha de nacimiento, fecha de deportación y fecha del fallecimiento o de la liberación. “Con los españoles pasó algo similar que con los judíos, no podían volver a casa porque les esperaba la dictadura franquista y posiblemente el fusilamiento”, explica Muntión. Eso además ha conseguido que la pista se haya perdido en infinidad de países y que sus familias no hayan sabido de su final hasta muchos años después.

Es el caso de Teodoro Pérez, de Calahorra. Una carta desde Barcelona en 1936 avisó a su hermano que iba a salir del país. Años antes se había ido a buscar fortuna a Barcelona. Allí prosperó, incluso podía mandar algo de dinero a sus hermanos que seguían en La Rioja. Sus sobrinas guardan la carta como un tesoro familiar. Poco supieron de él hasta 1945. Otro deportado que había podido sobrevivir a la brutal forma de vida en los campos de concentración paró un día por la calle a su hermano. “En las condiciones que estaba tu hermano cuando a mí me trasladaron de Mauthausen no creo que haya logrado sobrevivir”, le dijo.

Años después sus sobrinas, gracias a una asociación dedicada a estudiar este tipo de casos, supieron que huyendo de la Guerra Civil se topó de lleno con la Guerra Mundial, donde los franceses lo utilizaron como combatiente en la famosa Línea Maginot. Capturado por los alemanes, fue deportado en enero de 1941 al centro de exterminio de Mauthausen, donde sólo sobrevivió 10 meses con un número inscrito en la piel: el 3.333.

Un jugador de fútbol entre los 25 riojanos

Caso curioso es el de Eugenio Giménez. A Pepe Toled, un joven de Agoncillo que formaba parte del Deportivo Logroño, ese de Garriga, le pilló la Guerra Civil haciendo la mili en Granada. No volvió a La Rioja hasta muchos años después. Había sido deportado del campo de exterminio nazi de Buchenwald, donde fue liberado con la llegada de los ejércitos estadounidenses. Su destino fue, como el de tantos otros, Francia. Vivió en Biarritz, donde durante años mostró su sensibilidad a través de sus cuadros. El país vecino le dio lo que nunca hizo el suyo: un reconocimiento como superviviente de los campos de exterminio. En los años 80 volvió a Logroño.

El pasado jueves 27 de enero se celebró el Día Internacional del Holocausto. “Son importantes estas fechas concretas para que se hable de la situación que vivieron estos riojanos y sobre todo para aprender hacia donde no tenemos que volver en un momento en el que vemos por las calles banderas con símbolos nazis”, dice Muntión. “Incluso hay gente que sigue siendo negacionista del Holocausto. Ahora que ellos ya no están hay que seguir contando su historia”.

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