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La Rioja, el mejor destino para un fin de semana de enoturismo, gastronomía y cultura

*Artículo realizado en colaboración La Rioja Turismo

Cualquier oportunidad es buena para visitar Logroño. Poca cosa más hay que pensar: un fin de semana de enoturismo, gastronomía y cultura. Sin dejar a un lado, por supuesto, la gran oferta gastronómica e histórica que ofrece la ciudad. Entre montañas y bañada por el Ebro, la capital riojana es un buen punto de partida para hacer eso que tanto se lleva ahora: el enoturismo, pero hay mucho más.

No hace falta madrugar en exceso, que para eso estamos de ‘finde’. Una vez en la calle, y para tomar un primer contacto con el espacio, varias son las visitas guiadas que se pueden llevar a cabo para recorrer todo el centro de la ciudad, conociendo y descubriendo los acontecimientos mas destacados de su historia y, por supuesto, curiosidades y secretos que pocos conocen.

Tras el paseo, y con ganas de más, le toca el turno a la visita de uno o más de los ocho templos del vino que hay en la ciudad. Bodegas centenarias, históricas, pero también modernas e innovadoras. Allí, además de conocer todo el proceso de elaboración de vino y las técnicas de producción más novedosas, podrás coger fuerzas a través de catas variadas con sus respectivos maridajes.

Tras la visita, nuevo paseo y parada para comer. Ni qué decir tiene que La Rioja es, además de conocida por sus vinos, por su gastronomía. Y la capital es un ejemplo de ello. Cientos de bares y restaurantes para elegir. Y en todos, sus pinchos, su carta y su cocina de siempre, la tradicional. Esa que gusta a pequeños y mayores. Esa que sabe a ‘casa’. Pero también pudes darte un capricho en uno de los dos restaurantes con Estrella Michelin que hay en la ciudad: Kiro Sushi e Ikaro.

Con el estómago lleno, o bien elegimos un pequeño regreso a descansar en cualquiera de los alojamientos que ofrece la ciudad o continuamos disfrutando. Una visita a la Concatedral de Santa María de La Redonda es de obligado cumplimiento, donde encontrarás un pequeño lienzo de la Crucifixión de Miguel Ángel. Y continuando con las visitas culturales y arquitectónicas, parada en la Iglesia de Santiago El Real, por donde pasan todos los peregrinos que recorren el Camino. Y además, en la calle Marqués de San Nicolás, Santa María de Palacio, una iglesia histórica del siglo XII que cuenta con claustros conservados en su interior.

Toda esta zona de la denominada calle Mayor es digna de ver y disfrutar al detalle. Pasito a pasito. El corazón de Logroño que late con más fuerza en el momento que te acercas a la Laurel o la calle San Juan. Toca cerrar la noche por todo lo alto, y qué mejor forma que asentando el estómago en las dos calles más sabrosas de Logroño. Tapas, pinchos, raciones y el mejor vino. No hay más palabras.

Y al día siguiente…

Para empezar el día tras un maravilloso desayuno, una mirada al pasado de la ciudad. Y ahí están, ahí están viendo pasar el tiempo, las Murallas de Logroño y el Cubo del Revellín, refugio de los logroñeses cuando las tropas franco-navarras asediaron la ciudad en el año 1521. Seguimos con la historia, esta vez, gracia al impresionante calado de San Gregorio del siglo XVII, exponente del espacio histórico dedicado a la elaboración del vino.

Un paseo por la calle Portales, los que unos llaman centro neurálgico de Logroño. Su nombre se debe a los soportales que le hicieron ser conocida también como Paseo de Invierno gracias al abrigo que supone el caminar bajo techo y para distinguirla del Paseo de Verano, que correspondería al Espolón, precisamanete la siguiente parada. Un Paseo entre Gran Vía y Portales. Un gran parque donde disfrutar de cuidados jardines y donde se encuentra la reconocida fuente con el monumento al General Espartero. Lugar ideal para descansar en alguno de sus múltiples bancos.

Si te quedas con ganas de más, la Laurel y La San Juan siguen ahí para deleitarte con más gastronomía. La cuestión es coger fuerzas para, por la tarde, poner rumbo a los parques verdes que se encuentran situados a la orilla del Ebro y bajo los cuatro puentes de Logroño: el parque del Ebro y el de la Ribera. Cada baldosa de la ciudad bien merece una parada. Así que, pasen y vean.

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