La Rioja

Fiel a la herencia familiar: “Sentí que debía continuar con Botas Rioja”

Iván Barbero cogió el año pasado las riendas del negocio familiar, único en La Rioja

Iván Barbero, en su taller artesano en Varea. | Fotos: Leire Díez

Iván Barbero, tijeras en mano y con su particular bata roja, está concentrado cortando el borde del látex que ha introducido en una bota de vino de piel de serraje mientras la máquina de coser bordados no deja de funcionar. El teléfono suena con frecuencia. Pedido tras pedido. “Estas botas las necesito para ya”, se escucha al otro lado de su móvil. El “para ya”, asegura este artesano riojano, es la máxima que comparten la mayoría de peticiones de sus clientes. Y es que sin tienda física los encargos llegan en su mayoría a través de la tienda ‘online’ y también por teléfono.

Barbero es la nueva generación de la conocida empresa familiar Botas Rioja, la que hasta julio del año pasado se asentaba en la céntrica calle logroñesa Sagasta con su padre Félix al frente desde 1981. Aunque los orígenes de este oficio de aguja, hilo y mucha paciencia se remontan años atrás cuando el abuelo, también llamado Félix, abrió su primera tienda taller en la capital, esta vez en la calle Marqués de San Nicolás y de apenas diez metros cuadrados, heredando la tradición de las pieles que venía trabajando su familia. El último de esta saga hasta la fecha, que asegura ser la sexta generación del oficio, ha dejado a un lado la atención al público de manera presencial e invierte su tiempo en el taller, ubicado ahora en Varea, y en la gestión de los pedidos.

“Todo fue muy rápido. Una enfermedad alejó a mi padre del negocio en agosto del año pasado y había que decidir si continuar o no. No me lo pensé apenas, sentí que debía continuar con el oficio. Sabía de qué iba el trabajo porque es algo que ha acompañado a la familia desde siempre y antes ya había trabajado algunos años con mi padre, así que me animé, pero sin dejar mi trabajo en la fábrica. Así que estando yo solo, a poco jaleo que haya, todo recae en mí. La clave es organizarte bien porque el tiempo da para lo que da, aunque tampoco me exijo llegar a toda la demanda que podría tener, si no sería algo imposible de gestionar”, reconoce.

Estos días anda inmerso en todos los encargos para San Bernabé, pero entre medias atiende a sus clientes habituales, a vinotecas, bodegas, ferreterías, peñas y asociaciones,… “Recuerdo que cuando estaban mis padres al cargo del negocio, y contaban con algo de ayuda también, la temporada alta era desde Semana Santa hasta el Pilar, pero ahora que estoy yo solo para mí siempre es temporada alta”, ríe. El año pasado, cuando cogió las riendas del taller en septiembre, se topó con que San Mateo estaba a la vuelta de la esquina y el stock que había no iba dar para cubrir toda la demanda. “Se hizo lo que se pudo, pero fue una locura porque además se aprobó el poder meter la bota al chupinazo un día antes de la fiesta”, reconoce mientras avanza en sus quehaceres, ajustando el hilo encerado a una nueva bota.

Varias máquinas de coser y de bordados son la única tecnología que existe en este pequeño taller artesano en el que, calcula, elabora unas 40 botas semanales. Un tope que se ha puesto a nivel personal y “por salud”, porque los brazos y la espalda comienzan a notar el esfuerzo de la fuerza que se hace para poner el brocal o el cuello.

Las pieles que emplea en su taller, todas de origen nacional, se reparten en función del grosor y, por ende, la calidad que ofrecen. De la piel de ternera extrae la piel flor que es la primera capa, la de máxima calidad, y que usa para aquellas botas que van con bordados, mientras que las siguientes capas, las de serraje (llamada así porque se sierra en capas), tienen una mejor relación calidad precio. También vende botas con piel de cabra, cuyo proceso de elaboración difiere algo con el resto por ser un producto más basto, más grueso. “Para que se ablanden se golpean en una especie de lavadora en la que están dando vueltas, aunque antes les metían unas cuerdas y las golpeaban a mano para que fueran cogiendo la forma”, explica.

Una materia prima que cada vez es más difícil de conseguir por la falta de relevo generacional. “Había dos hermanos en Burgos con los que tratábamos bastante y que hacían encurtidos fuertes, pero tuvieron que cesar su actividad. Otra empresa de pieles cerró también a principios de año, así que el género de calidad escasea cada vez más”.

Barbero lleva desde octubre hasta hace poco menos de un mes probando diferentes materiales alternativos al látex, con unos y otros proveedores, hasta que ha dado con el que parece puede ser la opción idónea. “Es algo más moderno y no hay ningún riesgo de que contenga alérgenos, mientras que el látex sí que tiene una mínima posibilidad de que tenga. El problema es que no es sencillo dar con este tipo de materiales y el precio también es más elevado que el látex. Porque esa es otra, los costes también nos han subido en todos los productos”.

Mantiene así el negocio familiar a la escala que para él es viable, entendiéndolo más como “un hobby” que le supone un extra económico, pero que conserva por “la pasión y el vínculo familiar” que existe. Es el único botero en La Rioja, y de los pocos que quedan a nivel nacional, donde calcula que habrá pocos más de una decena, así que avanza con ilusión y ganas, pero con la certeza de que llegará el día en el que zurza la última bota y nadie más herede el oficio.

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