El Rioja

Las cinco vidas de El Arca

Queirón elabora la excelencia de uno de sus vinos de Quel procedente de ‘Viñedo Singular’

Rubén Pérez, enólogo de Queirón. | Foto: Bodega Queirón

Surca un mar arcillo-arenoso de apenas una hectárea una flota de antiguas embarcaciones a cuál más espectacular, con pequeñas velas que no dejan lugar al desvío y que se balancean con el cierzo. La madera sobre la que se sostienen goza de haber conocido y resistido a fuertes temporales en los tres siglos por los que ha navegado, por lo que no teme a futuras adversidades que puedan sobrevenir en tierras áridas de Quel. Un ‘Viñedo Singular’, el único que ostenta Queirón, que lleva por nombre El Arca en homenaje a la antigua edificación hídrica levantada en el siglo XIX con las piedras del castillo del municipio riojabajeño y que se ubica a pocos metros de la parcela. Allí, donde confluyen tres acequias diferentes con aguas que van a parar a Arnedo, Autol y Quel, luce una plantación de unas dos mil cepas de garnachas cuyos registros la sitúan en el 1892 se sostienen en un pobre suelo que tanto poderío esconde.

Una parcela que se suma a las cerca de 200 hectáreas que acumula la familia Pérez Cuevas dentro de las fronteras de Quel y donde prima el viñedo viejo rescatado de manos ya jubiladas u otras que nunca palparon las vides. Todo ello gracias a la labor de Leticia, la responsable de campo, pero también de su hermana Raquel, encargada de las relaciones comerciales, y su hermano Rubén, a los mandos de la producción. Este enólogo remarca que “una viña en vaso en esta zona es el 95 por ciento de la calidad que te pueda dar luego el vino, pero cuando incorporas un palo que levanta la parra para airear los racimos ya logras el cien por cien. Esos pequeños detalles son donde reside luego el plus de calidad que buscamos para el vino”.

A casi 500 metros de altitud, pero en la cara norte del municipio, en la zona conocida localmente como el campo dirección Calahorra, El Arca ha sido el primer viñedo de la familia Pérez Cuevas en vendimiarse esta temporada (el pasado 24 de septiembre). Mientras, el resto de parcelas que se erigen al otro lado del Cidacos, dirección Yerga, han esperado hasta octubre para continuar con la campaña de manera más intensa. Parcelas que se asientan en una zona fresca (con viñedo plantado a casi 800 metros), por lo que han sabido soportar la sequía estival, a pesar de la merma de producción asegurada y que puede rondar el 20 por ciento en Rioja Oriental, calcula Rubén.

Viñedo de El Arca en Quel. | Foto: Bodega Queirón

Un calor que también influirá en el vino resultante, dejando marcado el efecto añada en el vino. “Las altas temperaturas no han dejado trabajar bien a la planta y el grano se ha concentrado, dejando una piel más arrugada por la falta de agua y mayor grado alcohólico. La superficie en contacto del mosto con el hollejo es mayor este año, por eso en esta zona hay mayor extracción y, por tanto, se verán vinos con más color”. La singularidad de El Arca, sin embargo, no recae solo en el viñedo en sí. “No se puede hablar de un vino singular solo porque proceda de un viñedo que ha recibido tal distinción. Para hablar de un vino singular hay que hacer que la elaboración sea singular, diferente”, apunta el enólogo, quien ha querido que esa diferenciación traspase también la frontera de las fermentaciones.

Todo estaba en la cabeza de Rubén, después de una visita con la bodega chilena Lapostolle cuyas elaboraciones suscitaron su interés. Pero ahora, y desde 2017 con esa primera añada, también está en las botellas. Una vez vendimiada, los racimos de El Arca pasan dos selecciones, primero de racimo y después de granos. Seguido, se refrigeran en un camión a 7 grados antes de introducir las bayas en barricas nuevas de 300 litros antes de volver a colocar las tapas y comenzar la primera fermentación. “Ahí, durante diez días, se hacen los remontados girando las barricas a mano (tres veces al día, tres vueltas cada vez). Tratándose de la uva garnacha, es clave regular la temperatura para controlar la extracción. Con El Arca vamos a temperaturas más altas (entre 28 y 30 grados) porque esta variedad tiene menos color que un tempranillo o graciano, de ahí que necesite de más calor y más movimiento. Además, la garnacha tiene más aroma, así que con esa extracción desaparezcan esos primeros aromas que suelen proceder de algún defecto, como el raspón”, explica Rubén mientras realiza uno de esos remontados en la planta baja de la bodega.

Elaboración de El Arca en Queirón. | Foto: Bodega Queirón

La madera, una vez más, cobra un papel crucial en el desarrollo de este vino que llega a pasar hasta tres veces por diferentes barricas buscando en cada paso la excelencia. La elección de este tipo de barricas de roble americano con un ligero tostado no es casualidad. “Se escogen de bosques de Missouri y es que el roble americano tiene un grano más grueso que el francés, preferible para esta primera fermentación en la que las levaduras necesitan oxígeno. En cuanto al tostado, se elige uno ligero porque la parte de tanicidad de la pepita se junta con la tanicidad de la madera y se polimerizan para evitar esos aromas verdes que pueda sacar. Se busca mantener la integridad de toda la fruta que hay dentro, de ahí que también se escojan de 300 litros y no de menor capacidad”, puntualiza.

Y pasados esos diez días, se extrae el mosto lágrima, el primer sangrado del vino antes del mosto yema, mientras que la uva se lleva a la prensa. Ese mosto lágrima va a parar a barricas de 225 litros de roble francés de segundo uso, mientras que el mosto extraído de esas uvas prensadas va a otras barricas similares. “Ahí el vino se mantiene terminando de fermentar a la vez que se va limpiando por gravedad para lograr una densidad por debajo de dos gramos de azúcar sin que inicie la maloláctica. Esa segunda fermentación la hará el vino en la nave de barricas, con madera francesa nueva para que la microoxigenación sea mayor y así también se consiga más color para lograr volumen y redondez”, continúa, poniendo especial hincapié en la importancia de esta segunda fermentación para lograr sacar más a flote la fruta del vino.

Elaboración de El Arca en Queirón. | Foto: Bodega Queirón

Tercer paso por barrica, después de unos 15 meses, y El Arca va a por su cuarto viaje, esta vez meciéndose en un gran huevo de hormigón entre tres y cinco meses en el que se unen los dos mostos previamente separados en una mezcla donde se busca la perfección. En una planta más bajo tierra de una bodega en construcción durante diez años, Rubén llena unas copas de la añada 2021: “Al haber estado en barrica se te queda agarrada una tanicidad cuyos picos se pulirán y se redondean con el hormigón. Esa sedosidad que se quiere en el vino y que se consigue de ese mosto prensa más duro”.

Y llega el último viaje de El Arca antes de salir de bodega. Un sueño en el que unos 1.500 o 1.700 litros se sumirán profundamente durante unos cuatro meses rodeados de vidrio. Un recorrido que Rubén define como una orquesta de la que en un principio conocía cómo sonaba cada instrumento de manera individual. Pero decidió aunarlos todos y comprobar si esa melodía tenía la misma armonía en conjunto. Fueron pruebas y cambios hasta llegar a la excelencia.

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