La Rioja

Calahorra despide a su capitán: “Hasta el peor delincuente tiene una madre”

Calahorra despide a su capitán: “Hasta el peor delincuente tiene madre”

Hay personas que no tienen mancha en su historial. Son profesionales de los pies a la cabeza. Su trabajo lo desempeñan con garantías y con pasión por las cosas bien hechas. Después hay otro tipo de personas. Son las que además de todo lo anterior, se hacen con el cariño y el respeto de sus compañeros, subordinados y de todo el que se cruza con él a lo largo de su vida. Sólo hay que hablar con cualquier agente de la Guardia Civil en la zona, posiblemente también en cualquiera de sus destinos anteriores, para saber que el capitán Zarauza pertenece a este segundo grupo. De los que entristece tener que despedir, de los que uno nunca se olvida.

Tras quince años en Calahorra, el capitán José Manuel Zarauza se despide de la ciudad y lo hace con el sabor agridulce del que ha ascendido por méritos propios y del que nunca hubiese querido dejar el destino donde ha pasado los tres últimos lustros. A algunos aún les cuesta acostumbrarse a llamarlo capitán. Quizás porque el nombramiento ha sido reciente, quizás porque para hablar con Zarauza nunca tuvieron que utilizar el cargo. Algunos aún lo llaman ‘el neno’, una forma cariñosa que él siempre ha tenido para dirigirse a los chavales recién llegados.

José Manuel Zarauza aún era un jovenzuelo cuando decidió ser “guardia”. Su padre había preparado un futuro diferente para él. Ferroviario orensano, siempre había creído que su hijo seguiría sus pasos. Entonces pertenecer a RENFE era un trabajo que ofrecía estabilidad en una Galicia rural en la que las salidas eran pocas. Había estudiado en el instituto de Orense e incluso llegó a presentarse a los exámenes para entrar en RENFE, pero no consiguió plaza en ninguna de las dos ocasiones y todo eso lo ganó la Guardia Civil. Porque si lo suyo quizás no fue una vocación a primera vista, se enamoró de su trabajo conforme lo fue conociendo desde dentro.

Su primer destino en prácticas fue en la costa catalana. De allí aún recuerda una de sus primeras intervenciones. “Era una niña pequeña que se había perdido en la playa y que tenía que tomar una medicación cada muy pocas horas. Su padre era alemán y estaba desesperado. Imagínate buscar a una niña alemana en pleno agosto en una playa de la costa catalana. Era como buscar una aguja en un pajar”, recuerda con el acento gallego que a pesar de más de media vida sin vivir allí no ha querido perder.

La encontraron a tiempo de que tomase la medicación. “Recuerdo que el padre nos sacó un fajo de marcos y como no los aceptamos, nos dijo: si alguna vez pasan por mi país, recuerden que mi casa es la suya”. Esas pequeñas cosas son las que le hacen al capitán Zarauza ser feliz con su trabajo. El servicio público, el ser consciente de que has podido salvar una vida. Y no han sido pocas en estas décadas entregado en cuerpo y alma al cuerpo.

Años complicados en el País Vasco

Antes de llegar a Calahorra hubo otros destinos. Uno de los más complicados fue a los GAR (Grupo de Acción Rápida) en San Sebastián. Un grupo con la misión específica: la lucha contra elementos terroristas y la ejecución de operaciones que entrañen gran riesgo y requieran una respuesta rápida a través de reconocimientos especiales. Aún así el ahora capitán Zarauza siempre pone por delante el valor de los demás. “Para nosotros no era tan complicado como para los compañeros que vivían en municipios pequeños donde la vida era asfixiante en aquella época”.

Años duros en los que la vida era sinónimo de estar siempre pendiente de un posible atentado. Aún lo recuerda como si no hubiesen pasando casi treinta años. “Había que estar pendiente de todo. Teníamos que tener mucho cuidado. Colgar la ropa de trabajo dentro de casa para que nadie supiese a qué nos dedicábamos”, rememora con la tristeza de recordar el miedo que pasó su familia con su destino al País Vasco. “Nos hemos preparado para eso. No corremos tanto riesgo como parece”. Intentaba tranquilizar siempre a su madre.

“Nos enseñaban que los coches los teníamos que llevar impolutos por si alguien lo tocaba que quedasen las huellas…”. Tantos protocolos que a veces era imposible no tener un descuido. “Recuerdo que un día fui al dentista, al montarme en el coche hacía mucho calor y bajé la ventanilla. Al salir me la dejé bajada y, cuando volví y vi la ventanilla bajada, me quedé aterrorizado. No recordaba haberla bajado. Mira que soy moreno de piel, pues debí quedarme pálido como un azulejo”.

En los GAR en La Rioja y su amistad con Gayoso

Pronto lo trasladarían al GAR de La Rioja. “Lo primero que me chocó de La Rioja fue el alto nivel de vida que había. Recuerdo que le decía a mi madre cuando la llamaba: ‘Mamá aquí no hay gente pidiendo por las calles como en Orense'”. Poco a poco se fue enamorando de esta tierra.

Allí coincidiría con Jesús Gayoso. “Tenía amistad con él. Lo conocía de la unidad. Fue hasta entrenador mío cuando yo hacía atletismo. Es algo que aún no me creo. No sólo era mi superior. Era un amigo siempre preocupado por su gente. Sus dos pasiones eran su familia y el GAR, sacarlo adelante para que tuviese un prestigio internacional”.

En 2006, el capitán Zarauza llegó por primera vez a Calahorra. Y después de años combatiendo el terrorismo, se encontró de bruces con el atentado en la ciudad riojabajeña. Entonces estaba de jefe de puesto. “Es cierto que había estado en el norte, pero nunca había sufrido un atentado”.

“Lo que más me sorprende es que en esos momentos uno no es consciente de las consecuencias que puede haber. Trabajamos con frialdad para intentar salvar al mayor número de personas. Va todo tan rápido que no eres consciente de que te estás jugando la vida”. Y recuerda que les avisaron con muy poco tiempo. “Minutos antes de que estallase la bomba estábamos muy cerca del coche avisando a la gente de que no podía salir de casa porque no nos dio tiempo a evacuar”.

Después de avisar a los vecinos sólo le quedó tiempo para advertir a los agentes que estaban en la puerta del cuartel. “Sabía por todo lo aprendido que la puerta del cuartel era un punto conflictivo a pesar de estar al otro lado porque las ondas expansivas se encajonan en túneles y allí había uno”.

El atentado de Calahorra

Fue una de las primeras personas en reconocer el coche bomba. “Cuando nos dieron el aviso enseguida vimos el coche. Era un coche bomba de libro. El maletero estaba totalmente hundido porque iba muy cargado”, explica. “Luego llegó el miedo a la segunda bomba. Era una furgoneta que había sido robada y que no se había retirado aún la denuncia. Hubo que ampliar el cordón policial”. Nadie de los que aún quedan allí olvidan el nombre del terrorista que puso la bomba: Julen Martitegui Lizaso. Incluso un agente calagurritano aún lleva en su cartera, trece años después, el papel donde escribió la matrícula del coche cuando dieron el aviso.

El recuerdo de ese día es contradictorio. “Con el paso del tiempo es satisfactorio porque logramos pillarlo, condenarlo y está pagando por los crímenes cometidos”. Aún recuerda al territorista visitando Calahorra, tras haberlo visto por las cámaras, en los días previos. “Sabemos que estuvieron unos días antes por el Mercadal, por el ARCCA, por el aparcamiento del Silo… estaban recabando información”.

Tras un par de años con destino en Calatayud, volvió a Calahorra en 2011 y pronto se haría cargo de la sección de Tráfico. “Lo peor de tráfico son, sin duda, los accidentes de tráfico. Uno nunca se acostumbra a eso. El último accidente de los jóvenes en Tudelilla fue muy duro porque era gente muy joven. El peor momento es ir con el equipo de psicólogos a hablar con la familia”.

Pero trabajar en un cuerpo como la Guardia Civil también tiene muchos momentos de satisfacción. “Recuerdo que desapareció una chica muy joven y después de días buscándola por todas partes la encontramos en una segunda vivienda de su familia, metida en un armario. Parece que tenía problemas psicológicos. De no haberla encontrado, probablemente hubiese fallecido. La madre no dejó de agradecérnoslo durante mucho tiempo”.

“Hasta el peor delincuente tiene madre”

Preocupado por la ética hasta el extremo, rememora que siempre ha llevado consigo una frase que le dijo su madre cuando entró en la Guardia Civil: “Hijo, recuerda que hasta el peor delincuente tiene una madre”. “Hay que tener en cuenta que nosotros cuando vestimos este uniforme no sólo nos representamos a nosotros mismos sino a miles de compañeros que han perdido la vida por salvar la de otros. Hay que ser extremadamente ejemplares”, reflexiona en voz alta.

Se sabe los kilómetros de carretera de la zona al dedillo. Y aún tiene en su cabeza alguno de esos recuerdos que con el paso del tiempo se convierten en las mejores anécdotas. “Recuerdo un accidente en la recta de Rincón. Era un italiano que iba con un vehículo de alquiler. Iba a realizar un giro a la izquierda y un camión le pasó literalmente por encima. El coche estaba totalmente aplastado y sólo se veía un brazo desfallecido. Cuando me llamaron para preguntar cuántas víctimas, dije que todas las que hubiese en el coche. Era imposible que nadie hubiese salido vivo. Pues me equivoqué, el hombre estaba ileso y sólo se había desmayado. Eso sí que fue un milagro”.

Y entre anécdotas y experiencias vitales, el capital Zarauza dejará Calahorra en unos días. El destino aún no está claro. “Hemos ascendido muchos a capitán y hay plazas que pueden resultar atractivas como Zaragoza o Burgos, pero eso depende de los méritos de cada uno. Mientras, en el cuartel de Calahorra todos lo echarán de menos.

“No se puede decir de él otra cosa que no sea que es un gran profesional y una bella persona, de lo mejorcito que ha pasado por aquí”, dicen una vez abandona la sala donde realizamos la entrevista. “Ojalá en unos años pueda volver porque es un placer trabajar con él”, sentencian. Sin despedida por las medidas sanitarias, pero con el adiós a un capitán que deja un buen sabor de boca en tierras riojanas.

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