El Rioja

Culto musical a siete décadas de vinos en el corazón de Haro

“Beber un vino viejo es lo más cercano a viajar en el tiempo”. Y es que hay deseos que no siempre se pueden cumplir; placeres que escapan de la realidad. Pero también hay trucos para acercarse a esos deleites e imaginar, echando mano de todos los sentidos, la historia de una identidad, de una tierra. La ‘Marquesina’ de Bodegas Bilbaínas-Viña Pomal fue este viernes el escenario de una cata magistral conducida por Luis Gutiérrez, el escritor y crítico de vinos para la publicación de Robert Parker ‘The Wine Advocate’. Un recorrido por siete décadas del Barrio de la Estación de Haro de la mano de vinos icónicos, algunos de ellos ya fuera del mercado, de CVNE, Gómez Cruzado, La Rioja Alta S.A., Bodegas Bilbaínas-Viña Pomal, MUGA y Bodegas RODA. Unas 200 personas disfrutaron de un espectáculo sensorial también para sus oídos y es que el ‘Maquinista’ se encargó de que esta fuera una cata musical a través de las voces más reconocidas de las últimas siete décadas, desde Adele y Green Day a los Beatles y los Rolling Stones, pasando por Simon&Garfunkel.

El viaje comenzó con ‘Got to leave’, de Pink Dread, en una versión de ‘Un beso y una flor’ de Nino Bravo. Pancrudo 2021 de Gómez Cruzado fue el encargado de abrir la velada y Juan Bautista Sáenz, enólogo de la casa, reivindicó con este vino el potencial de esas garnachas del Najerilla. Gutiérrez coincidió con él: “Hemos pasado por un complejo de inferioridad con ciertas variedades como la garnacha y el cambio bueno es que haora hemos comenzado a creer en lo nuestro. Ahora la garnacha está de moda”. Montes Obarenes 2016 continuó este trayecto reivindicando el potencial de los blancos de Rioja. “Un vino fresco y vivo que demuestra la historia que conservan los vinos de guarda”.

Siguiente década hacia atrás: Gran Reserva 904 de 2005. Guillermo de Aranzabal, presidente de La Rioja Alta S.A., recuerda aquella añada: “Hubo muchos cambios de plantilla en la bodega y también se produjo el punto de inflexión en el que se empezaron a hacer cosas interesantes como vendimias en cajas pequeñas, transporte refrigerado, compra de viñedos en lugar de uvas, renovación del parque de barricas,…”. El crítico de vinos también la recuerda: “En cinco años había aumentado la superficie de viñedo en Rioja un 20 por ciento, rozando ya las 60.000 hectáreas”. Y tras acercar la nariz a la copa, lo dejó claro: “Esto no puede ser otra cosa que Rioja. Un vino que está para dejarlo durante mucho tiempo en bodega”.

La de 1997 no será recordada en esta denominación como una buena añada. Agustín Santolaya, director general de Bodegas Roda reconoce que fue un año muy complicado. Mucho frío, heladas, mildiu. “Una añada poco apreciada, pero teníamos algo bueno y es que se nos daba bien seleccionar y el resutaldo se ve en este vino. Hay muchos vinos de este año en Rioja o Ribera que están cuesta abajo y este Roda se ve que es atrevido”, reflejó con su Roda I.

Nueva parada: Gran Reserva 890 de 1981. De Aranzabal incidió en que, “aunque el año famoso fue el 82, el 81 fue mucho mejor en cuanto a los vinos que se obtuvieron”, de ahí que se lelvara 99 puntos. Recuerda también que antes era más fácil hacer grandes reservas finos y elegantes en Rioja Alta porque la maduración era diferente. “Aquel año la uva maduró lentamente y eso trajo más aromas y complejidad en los vinos”, destacó Gutierréz, “aunque siempre digo que cada vez me gustan más las añadas malas y los vinos sin fruta”.

Y conforme se retrocedían décadas en la historia, la proporción de varietales también iba cambiando con una garnacha cada vez más protagonista. “Es que aquí somos muy garnacheros”, dejó caer Gutiérrez mientras Manuel Muga presentaba el Prado Enea de 1970. Aquí, junto a la garnacha y el tempranillo como predominante, la botella también albergaba graciano y mazuelo.

El viaje musical, cultural y enológico iba acercándose a su fin. El Maquinista hizo entonces parada en la década de los 60, la última ya de esta travesía por el histórico Barrio de la Estación de Haro. Viña Pomal Gran Reserva 1966 rellenó las copas y Maite Calvo, la directora técnica de Bodegas Bilbaínas, subió al escenario: “Este vino se elaboraba con viñas propias de Haro, y de las mejores. Además, se usaba garnacha y no tempranillo porque esta uva maduraba mejor y era más fácil sacar de aquí un grado alcohólico decente, rondando los 12 grados, para poder hacer luego un vino para envejecer”. “Una maravilla de vino, con buena acidez. Una pena no tener aquí a los autores de estos vinos”, añadió el crítico.

Aunque tampoco se pudo disfrutar este viernes de la presencia de ‘El Brujo’, el histórico enólogo de CVNE, sí se saboreó una de sus mágicas creaciones. Ezequiel García fue quien dio forma al Viña Real Gran Reserva de la añada 1962 en una época en la que, como apuntó María Larrea, los trabajadores de la bodega cobraban 774 pesetas a la semana y una garrafa de vino que equivalía a una cántara (16 litros). Esta joya se descorchó en la ‘Marquesina’ de Bilbaínas ante la expectación de los allí presentes, aflorando entonces ese tempranillo de las viñas de Elciego, la garnacha de Tudelilla y las cepas blancas de Rioja Alavesa. “Un vino con mucha crianza, porque hasta 1968 no se embotelló y luego pasó un par de años antes de salir al mercado”.

Esta fue la última estación que se visitó en una cata magistral con Luis Gutiérrez a los mandos de esta locomotora que es el mundo del vino. La que sigue girando sus piñones, avanzando en la senda y creando historia para quienes vengan por detrás con ganas de hacer ese viaje al pasado a través de sus sentidos.

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