Toros

Campo, toros y toreo a la riojana: Diego Urdiales, tentando en lo de Lumbreras

Foto: Raquel Manzanares/Riojapress

Una especie de veranillo sobrevenido llena de esplendor y color el mediodía del vigesimotercer día del año. El sol, aunque emplazado en el tercio del cielo todavía, brilla radiante y calienta con la desparpajada tibieza propia de la primavera. Diego Urdiales acaba de llegar a ‘Río Bravo’, finca propiedad de la familia Lumbreras, y la tópica conversación del tiempo resulta obligada. Las palabras de los calores de este enero viajan al recuerdo de la crudeza de aquellos inviernos no tan lejanos que se vivían por tierras de Salamanca. ‘Lo primero que hacían los ganaderos cada mañana era romper el hielo de los abrevaderos para que los animales pudieran beber’. Era entonces cuando el chorretón de coñac al primer café, el revuelto o el ‘sol y sombra’ se prescribían por pura supervivencia.

‘Se me agarrotaba todo el cuerpo; era imposible coger el capote. Nunca olvidaré una voltereta que me llevé en lo de Montalvo. Tenía tanto frío que pensaba que me había partido por la mitad’. Cuenta estas cosas Urdiales cumpliendo a pies juntillas aquello que Juan Belmonte dejó para la posteridad: ‘para ser torero, primero hay que parecerlo’. Viste Urdiales camisa blanca, jersey marino de punto y una impecable calzona azul que al poco será protegida por zahones de exquisita guarnicionería. El hilo aún blanco que une las costuras de los botos los delata recientes y apenas curtidos. Un pañuelo azul de seda, estampado con las típicas cerámicas sevillanas en tonos celestes y fucsias, rompe con aquella sobriedad sin cercenar la más mínima pizca de elegancia. La gorrilla en tonos beiges sirve para tocar el cuidado y hermoso conjunto.

‘Cuando ustedes quieran, señores’. La voz del ganadero Carlos Lumbreras se torna firme y contundente para armar de seriedad y solemnidad los prolegómenos del tentadero. Tiene desde hace semanas toda la camada de erales para la próxima temporada colocada y firmada. La escasez de animales en el campo es preocupante. También los éxitos del pasado más reciente han contribuido a que el teléfono de los Lumbreras haya sonado unos meses antes de lo habitual. ‘He procurado servir a las empresas de todos los años manteniendo el precio de otras temporadas. A los que estuvieron en las malas, ahora que parecen venir tiempos mejores, no se les puede descuidar’. Cosas de las gentes del campo, sensatas y agradecidas como nadie.

‘¡Va vaca!’. Una erala colorada y lucera, esbelta, aunque bien comida, y de mirada vivaz corretea abanta y sin mucha fijeza el redondel de la placita de tientas. ‘¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!’ ‘¡Mira bonita!’ ‘¡Ja!’ El resoplar del animal y el roce de los pitones en el capote de Urdiales se convierten en la banda sonora del momento. Acude con demasiada cautela al caballo de picar y, sólo cuando deja atrás los medios, parece irse hacia el castigo con cierta determinación. ‘Ponedla otra vez desde donde se arranca’. Con ésta, ya son 5 las veces que el animal es colocado en suerte; la exigencia del ganadero en el primer tercio es máxima.

Ha tirado Urdiales de todo el oficio y experiencia que dan 25 años de alternativa, con sus mieles y sus hieles. También de temple, de gusto y de tacto. Y de esa torería que siempre lleva a cuestas. De generoso embroque, la embestida de la erala colorada y lucera se diluye antes de llegar a la plenitud del muletazo. Tan brusca y violenta. Toreó Urdiales sobre las piernas y aún pudo relajarse en pasajes sueltos, que surgieron desde el aplomo, condensaron empaque y, aunque aislados, delinearon trazos de hondura y profundidad.

Un eral, a modo de plato principal, aguarda su veredicto vital todavía en la manga de los corrales. Es negro de capa; algo chico, pero apretado de carnes, hondo y cuajado. ‘¡Je! ¡Je, toro, je! ¡Je!’ Todo el brío y los muchos pies que muestra de salida son recogidos y reducidos en las telas de Urdiales. Sacude y echa los brazos hacia adelante el torero para presentar y ofrecer los vuelos de un capote que embebe y ordena las embestidas del fornido novillo. Pecho, cintura y compás. Y temple, cadencia y armonía. La suerte cargada y la figura cimbreada y vencida hacia el animal. Bajas las manos, lacio el capote y asentadas las plantas. Sueltan las muñecas aquellas acometidas para ser nuevamente recogidas con las yemas de los dedos y dirigidas con las palmas de las manos. Todo torea en Urdiales y cada lance parece convertirse en el eje gravitacional de toda existencia.

‘El Víctor’, hombre de confianza de Urdiales y desde la tronera de un burladero, se erige como apuntador: ‘Siempre puesta y abajo’. ‘¡Toque y voz, Diego!’. Órdenes encriptadas que encierran el enigma del toreo: la distancia y el sitio preciso; los tiempos y las alturas exactas. Todo en su justa medida y proporción. Trata Urdiales de hacer todo aquello sin perder naturalidad ni verticalidad. ‘¡Aprieta y luego la sueltas!’. Y Urdiales ofrece su pecho al animal, mientras el metálico sonido de un cencerro no muy lejano se entremezcla con el revoloteo de nutridas bandadas de gorriones y el tímido trino de alguna avecilla alegre que parece entender los secretos de la torería.

Las pretensiones del ganadero en el caballo de picar han vuelto a ser superiores. El eral es pronto, embiste con genio y parece pensarse cada una de sus acometidas. ‘¡Qué listo es, macho!’. Toro y torero ganan ajuste en los medios. Con las embestidas cada vez más cortas, el pundonor de Urdiales crece hasta enrabietarse. El esfuerzo sin denuedo del torero es colosal. Habita Urdiales ensimismado en la preparación de la temporada del aniversario. ‘Joder, es más exigente que muchos toros con cuatro años que he tentado por ahí’. ‘Pues imagínatelo con 480 kilos, una cuarta más de altura y dos petacos por delante…’ apuntilla ‘El Víctor’.

Finalizada la prueba, Carlos Lumbreras y Diego Urdiales se funden en un abrazo a modo de felicitación. Se profesan el máximo de los respetos y la admiración entre ambos es total y mutua. Sin ser el tentadero soñado, bien ha servido para ahondar en el sino del toreo: un ganadero que seguirá persiguiendo embestidas encastadas, exigentes y profundas y un torero que no cejará en el anhelo de encontrar la pureza, la verdad y la hondura en cada lance. Quizás, los dos ya hayan alcanzado alguna vez toda esa plenitud efímera que entierra en sí el toreo. Sea como fuere, lo cierto es que ganadero y torero seguirán intentando alcanzar la gloria del toreo con el alma.

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