Clípeo es fortaleza, protección y también arte, como el caparazón rígido que cubre a ese escarabajo que asciende sigiloso por una de las cepas de Eduardo, Miguel y Javier formando parte, sin saberlo, de un sueño hecho realidad en San Vicente de la Sonsierra. Estos tres amigos unidos por el ciclo del vino han creado así la fortaleza de un paisaje vitícola, la protección de su biodiversidad y el arte de su explotación. Sin ninguna vinculación previa al sector, han ido especializándose tanto en lo enológico como en el campo para apostar por una pasión. «Queremos ver hasta dónde somos capaces de llegar, poniendo el viñedo en el centro de todo y también la riqueza de microorganismos que habitan en él».
2015 fue el punto de partida de este proyecto conjunto en el que ese gusto por el vino y las ambiciones llevaron a este trío a llamar a la puerta del enólogo Juan Carlos Sancha, quien se convertiría entonces en su padrino, un director técnico encargado de hacer realidad las ideas y deseos de unos enamorados del ‘terroir’. Aunque también le deben gran parte del éxito de su breve recorrido a Abel Mendoza, quien les ha mostrado los entresijos de un sector complejo y les ha «hecho el camino un poco más fácil». La de 2015 fue la primera añada de su monovarietal Clípeo Garnacha, a la que luego se unieron el Clípeo Tempranillo Blanco cien por cien y, en la siguiente añada, otro monovarietal de maturana blanca. A diferencia del curso que suelen seguir este tipo de proyectos, Clípeo tuvo primero bien definido el perfil de los vinos que quería hacer, con su marca y, seguido, con sus clientes bien consolidados, antes de contar con una bodega física. La búsqueda de unos buenos suelos les llevó a uno de los focos que más late en Rioja: San Vicente de la Sonsierra, un territorio ‘vigneron’ perfecto para dar rienda suelta a nuevos y pequeños proyectos como es Clípeo. Un pueblo, además, al que agradecen su hospitalidad. Allí se hicieron con su hectárea de viña repartida en dos parcelas «que ocupan dos de las mejores zonas de San Vicente» y que ya trabajan para su conversión a ecológico (el resto de uva la compran a proveedores con el mismo rigor respecto al cultivo y la calidad).
Dicen estar rodeados de los grandes de Rioja (Contador, Macán y Remírez de Ganuza) cuando pisan la tierra de ‘El bombón’, una conocida zona de la villa de la Sonsierra y donde este equipo cuenta con cepas de tempranillo. La presión por hacer unos grandes vinos, por tanto, es máxima, pero el prestigio de estar ahí, también. Es aquí, en San Vicente, donde han creado por fin el hogar para sus vinos, donde elaborarlos y criarlos. Ese hogar es la recién inaugurada bodega Cueva La Alcaldía, aunque para llegar hasta esta joya arquitectónica antes anduvieron varios años en dos bodegas de alquiler, una de ellas la de Sancha. «Estuvimos barajando diferentes ubicaciones, desde Laguardia hasta incluso Villalba, pero dimos con este lugar y supimos que era perfecto. Cumplía tanto con el paisaje que buscábamos como con las características de la bodega, aunque pasaron unos cuatro años desde que la compramos hasta que por fin hemos podido elaborar, principalmente debido a la pandemia», relatan.
Una compra, además, que fue por partes porque en un principio solo nos vendían lo que era la Cueva de La Alcaldía, y luego ya nos hicimos con la otra bodega contigua que se había destinado durante años a la elaboración. Curiosamente esta fue la primera bodega de San Vicente que se inscribió en el Consejo Regulador y ahora se ha convertido en la última en sumarse al registro de bodegas elaboradoras en Rioja, ya que en su día se dio de baja cuando ya no se hacía vino en ella». Un espacio que ahora estos tres socios y amigos han recuperado y rehabilitado a su gusto y con la funcionalidad necesaria para volver a ser escenario de vinificación. La Cueva La Alcaldía también tiene su propia historia y es que antaño fue el lugar de encuentro y reunión de los vecinos de la villa donde cada 24 de diciembre se ofrecía el primer vino del año.
Estrenando este 2023 instalaciones y añada, ya por fin desde su bodega y con sus propias uvas, este equipo asegura que todo es más fácil ya con el trabajo de comercialización hecho. «Aunque no ha sido fácil», apuntan al unísono. «Es más, lo hemos tenido más fácil a la hora de hacernos un hueco con distribuidores muy especializados que en entornos que parecía más sencillo colocar nuestro vino, pero al final es que nosotros no vamos a precio y hay distribuidores que sí funcionan así». Principalmente, exportan a Reino Unido, Portugal, Holanda, Brasil y Austria, y reconocen que en la mayoría de ocasiones han sido los compradores quienes han llamado a su puerta.
En estas fechas posvendimia se encuentran inmersos en los descubes de dos barricas de El bombón, lo último que vendimiaron el pasado 2 de octubre y el ajetreo se palpa en esta pequeña bodega que cuenta también con unos profundos calados bajo tierra excavados a mano y que Clípeo ha devuelto a la vida con la crianza de sus vinos. «Aquí aplicamos un método de mínima intervención con sistema integral en barricas de 500 litros, sin estrujado y con un sistema gravedad porque introducimos la uva por la planta de arriba, como hacían antes
«Tenemos claro que queremos ser pequeños productores, con enfoque parcelario y de viñedo. De hecho toda la gama en Clipeo son monovarietales y parcelarios porque todos vienen de parcelas concretas. Antes de tener la bodega, las visitas las hacíamos en la viña, enseñando de dónde procedían nuestros vinos y haciendo hincapié en ese factor de la tierra, pero siempre nos preguntaban que dónde hacíamos el vino, dónde estaba nuestra bodega. Aquí no está tan interiorizado el modelo de Borgoña, donde hay quienes tienen sus viñedos pero luego contactan con otros elaboradores de prestigio para que embotellen su vino. Y esto está totalmente reconocido allí y estos vinos pueden llegar a ser incluso vinos de primer nivel sin que su autor tenga una bodega física. Pero este modelo aquí, comercialmente, no se ve con la misma perspectiva de vinos de alta calidad. Por suerte, el enfoque está cambiando y cada vez más se piensa que la magia ya sucede en las viñas y no tanto en las bodegas», asegura Eduardo.
Esa magia ellos la hacen desde sus parcelas en San Vicente de donde elaboran su última creación: Clípeo Tempranillo 2022. Un monovarietal, cómo no, que procede de El bombón y que completa su gama Clípeo de vinos de producciones muy limitadas (unas 1.200 del Garnacha, 800 del Maturana y unas 3.000 previstas para el Tempranillo). Además, el equipo cuenta con otra gama de vinos que salen del Najerilla y muestran un estilo más tradicional bajo la marca Alcaudón. «Son volúmenes mayores, por lo que sirven más como vinos de de rotación que nos permiten atender las demandas de los clientes». A todos ellos se suma Cerro la Isa, un parcelario de garnacha y multivarietal de blancos que emana de Baños de Río Tobía y que comenzó como un encargo del trío de Clípeo para luego convertirse en un proyecto conjunto con Juan Carlos Sancha, por lo que la comercialización de las botellas se realiza a medias entre los dos.
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