El Rioja

La boina de la vanguardia en el Najerilla

David Moreno impulsó de la nada una bodega pionera que hoy dirigen sus hijas

David Moreno, en su bodega en Badarán. | Fotos: Leire Díez

Amanece en lo alto de Camprovín, a casi 700 metros de altura, en una viña vieja de viura con alguna otra cepa de tinto intercalada. Los cestos se van sucediendo ocupando tres renques al mismo tiempo mientras un pequeño tractor hace maniobras para adentrarse entre la vegetación que dibuja líneas en curva que se adaptan a la pendiente y a la colina. Una «joya» que data del 1964, por lo que Gemma Moreno cruza los dedos para que su dueño no llegue nunca a arrancarla. Esta es una de las tantas parcelas que provén de uva a Bodegas David Moreno y que este año ocupa la segunda jornada de vendimias en la bodega familiar de Badarán. El día anterior se dieron cita en Cárdenas con la viura inaugural de esta campaña y por delante tienen algo más de 13 días para cortar las 130 hectáreas que gestionan repartidas también entre Alesón, Azofra, Arenzana y Tricio.

El último día de tijeras y cunachos será, un año más, después del cierre oficial de vendimias en la DOCa Rioja que fija el Consejo Regulador. Es lo que tiene estar en la mitad occidental de la denominación y a una altura prominente, donde la acidez es su gran caballo de batalla, especialmente en años tan cálidos como este. Y la suerte de la familia es que en esta zona del Alto Najerilla abundan las viñas viejas gracias a que no existe concentración parcelaria. La media de edad de las parcelas que controla la bodega ronda los 60 y 70 años, mientras que las garnachas llegan a los 80 años. «Seguimos buscando viña vieja y, en la medida que podemos, compramos esas parcelas, aunque eso ya no es tan fácil porque no todo el mundo quiere vender».

Gemma Moreno, durante la vendimia en una finca de Camprovín.

Junto a Gemma, su hermana Paula es el otro pilar que fundamenta esta historia familiar de amantes del vino. Estos días de cosecha no se separa de la báscula de la bodega ante la atenta mirada de su padre, el timón de un sueño que surgió de la nada y que no quita ojo de cada paso que se da en su morada. David Moreno afronta ya su 43 vendimia y aunque los años hablan por sí solos, este sueño no cuenta con los tradicionales cimientos de generaciones pasadas. De su padre y su abuelo se llevó el saber hacer buen vino y catarlo, aunque ambos fueron panaderos, pero ni siquiera tuvo un calado familiar ni una viña que vendimiar. Ese aprendizaje le permitió elaborar alguna que otra cuba de vino, «cosa de 300 o 400 cántaras», que luego vendía a sus compañeros de la fábrica Seat de Barcelona donde trabajó de ingeniero técnico como oficial de primera.

«En cualquier celebración que tenía allá en Barcelona siempre me tocaba a mí elegir el vino solo por ser riojano. Con 16 años ya me pedían la opinión sobre un vino y lo cierto es que sabía tan poco como ellos, aunque bueno, seguro que había probado más que ellos». Poco a poco fue construyendo las raíces de su sueño y fue, por fin, con 33 años cuando David se decidió a abandonar un puesto de alta responsabilidad para empezar de cero una aventura desde su natal Badarán.

Lo que no abandonó fue su boina, ni lo ha hecho después a pesar del paso de los años. Un atuendo por el que ya se le reconoce dentro y fuera de su pueblo. El de la boina de Badarán, aquel que creó una bodega en una época en la que no había ninguna otra de allí hasta Cenicero. «Es más, yo llegué a embotellar vino en mis instalaciones para alguna cooperativa de la zona del Najerilla y bodegas de alrededor que fueron surgiendo después», recuerda. Aunque la bodega comenzó a construirse en 1988, durante los ocho años previos David elaboraba en calados que le cedían las gentes del pueblo a cambio de unas cuantas cántaras de vino y de pagar la luz. «Entonces nadie embotellaba y la mayoría solo hacía vino para casa o para vender en garrafones, por lo que muchos miraban lo que hacía con caras raras». Aquel primer vino de la añada de 1980 salió sin etiqueta, aunque sí con la precinta del Consejo Regulador, demostrando así que este cosechero iba a la vanguardia del sector.

La vendimia siguiente, la del 81, le obsequió con 5.000 cántaras de vino. Y así fue ganando terreno y nombre en la zona. En 1995 recuerda que la mayor parte de lo que vendía era a granel porque embotellar «costaba lo suyo», por lo que su principal apuesta iba por el camino del vino joven. «Entonces lo de ser criador estaba muy limitado a unos pocos con eso de que exigían tener un parque con 500 barricas», apunta, pero David no se resignó. En 1999 se puso al nivel de las grandes bodegas de Haro con su sprimersa 500 barricas y ahí comenzó su andadura para hacer de la bodega un templo de la crianza de vinos. Ahora, con esos 500.000 litros anuales, el 70 por ciento es vino criado.

David Moreno junto a su hija Paula, en las instalaciones de la bodega familiar.

«El vino me lo ha dado todo, pero sobre todo me gusta porque es algo que da mucha felicidad y a lo largo de todos estos años he visto cómo la gente viene a nuestra casa con alegría y se va igual o más de contenta, aunque también ha habido momentos difíciles. Las crisis van y vienen, pero yo siempre las afronto con optimismo y eso es lo que me ha ayudado a superar todas las tormentas», asegura, recordando algunas de las tempestades vividas, como cuando tuvo que pagar la uva al doble de lo que valía durante años por los contratos que había firmado. «Y no me eché para atrás. Esos fueron años duros, como también lo fue aquel en el que la uva se puso a 400 pesetas el kilo. Un barbaridad, ¡cuatro veces más que lo que está hoy en día!». Pero como buen «hombre de números» que es, hizo cuentas y calculó todo al milímetro para sacar adelante la bodega, ayudándose también de la venta de graneles a otras bodegas para «evitar llegar a negativo y que tu barco siga en el mar aunque haya olas mejores y peores».

David siempre se ha mantenido a flote y se ha encargado de transmitir a sus hijas esa seguridad «y que sean buenas pagadoras porque así nunca tendrán problemas». Y añade a la lección la que cree que ha sido la clave de su éxito: «Aquí nunca se han hecho grandes inversiones a largo plazo. Aquí todo se ha hecho cada poco tiempo, nada de hipotecas, y pidiendo lo justo para seguir esforzándonos y trabajando. Si haces algo a largo plazo te crees que el dinero es tuyo y no es así; el dinero es del banco. Por eso hay que abordar proyectos que seas capaz de pagar y en el menor plazo posible».

La de ahora cree, a duras penas, que es «la peor crisis» que ha vivido. Continúa siendo optimista, pero teme los que se puedan quedar por el camino, especialmente desde el lado productor. «La veo grave y sobre todo para el campo, porque en el caso de las bodegas, si al menos las instalaciones están pagadas pues puedes tirar para adelante vendas más o menos. Pero es que en el campo se ha plantado sin concienciación. Se ha ido plantando viña porque había alegría ante unos buenos precios del vino, por lo que las bodegas también querían que se plantara más. Pero ha llegado un momento de bajada de consumo de vino y entrada de nuevos países productores y ahora el problema es enorme. Aquí en La Rioja la verdadera crisis comenzó aquel año en el que la uva se pagó a 400 pesetas porque fue entonces cuando el resto de comunidades autónomas vieron el negocio que había y comenzaron a embotellar vino y mejorar sus instalaciones. A los dos años, La Rioja ya vendió un 30 o 40 por ciento menos de vino embotellado. Aquello fue la catástrofe después de la revolución», recuerda David, que llegó a perder clientes extranjeros por esa repentina subida del precio del vino.

Observa con incertidumbre este horizonte convulso en la denominación que le ha acogido, pero no se doblega y se mantiene al pie del cañón en una de las zonas productivas de Rioja que más se ha revalorizado en los últimos años gracias al cambio climático. «Una zona donde hace veinte años las cubas buenas no pasaban de los 12 grados y había que mejorar esos vinos con uvas de Rioja Oriental, mientras que ahora se pueden coger 14 grados, y más en la garnacha tinta», apunta. «Tengo un contrato que dice que hasta los 90 años no me jubilo, y si hay que renovarlo se renueva», bromea con esa sonrisa que le caracteriza, y que no borra de su cara, ni en los días más grises. En unas semanas cumple sus 76 años, así que aún le queda guerra por dar.

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