El Rioja

Cordovín, un pueblo hecho a imagen y semejanza del vino

Cordovín, un pueblo hecho a imagen y semejanza del vino

José Miguel y Adrián Benés, dos de los cuatro promotores de Bodegas Valcuerna. | Fotos: Leire Díez

En una época, esos ríos y sierras que hoy separan parajes y suelos de diferentes composiciones llegaron a apoderarse de un carácter fronterizo constituyendo corredores naturales a veces difíciles de defender a partir del siglo VIII, cuando los árabes pusieron pie en tierras riojanas e hicieron de Tudela la Marca Superior (centro administrativo y estratégico) de Al-Ándalus en esta zona fronteriza. Aunque la mayor ocupación se registró en La Rioja Baja y en el entorno del Valle del Ebro, siendo estas las zonas que mayor patrimonio histórico y cultural musulmán heredaron, un historiador cordobés del siglo X, Ahmad al-Râzî, señaló también a Nájera como una de las villas más fuertes junto a Calahorra, Arnedo y Viguera. Por lo que el legado musulmán también se extendió a un pequeño radio de la actual comarca de Nájera.

Un legado que se ve en los nombres de muchos municipios riojanos hoy en día cuya denominación comienza por ‘Al’, pero también en otros en los que no se repite dicho patrón, como es Cordovín, al que se le atribuye más a la época de la reconquista cristiana y, en concreto a la ciudad de Córdoba, por lo que se puede intuir que fueron los repobladores mozárabes procedentes de esta ciudad quienes le pusieron el nombre. Historias y legados aparte, las gentes de Cordovín de hoy han hecho su propia interpretación etimológica de su pueblo para referirse a este como el corazón del vino. Razón tampoco les falta, pues en este núcleo con apenas 300 habitantes el corazón late desde las raíces de sus viñas y la sangre que corre por sus venas se llama clarete.

Esta es la herencia que quieren dejar los pobladores a sus sucesores, la de una villa hecha a imagen y semejanza de un vino, su clarete, reconocido más allá de sus fronteras y de las de Rioja. Y esta tarea de mantener Cordovín en el mapa vinícola, y a veces incluso de reescribir su nombre de donde nunca debió borrarse, tienen gran importancia la escasa decena de bodegas elaboradoras que todavía se mantienen en pie. Muchas de ellas lo hacen desde el que fuera el barrio de bodegas del municipio, germen de su historia vitivinícola, y que todavía conserva con cierto encanto decenas de las antiguas estampas con el sello del Consejo Regulador de la DOCa Rioja que antes decoraban cada una de las puertas que daban paso a un calado donde se elaboraba cada fruto de vendimias.

Cuenta Adrián Benés que llegó a haber en Cordovín más de 63 bodegas inscritas y en funcionamiento en los años 90 y ahora es la suya la que forma parte del patrimonio del municipio. Bodegas Valcuerna son Adrián, Arturo, José Miguel y Sergio, dos hermanos y dos primos que llevan juntos desde que eran niños, pero que fue en 2011 cuando los viñedos familiares y el afán por mantener viva la identidad de un pueblo unió sus caminos profesionales. La viticultura siempre rodeó a sus familias, que estrecharon lazos cuando dos hermanos se casaron con dos hermanas, y a partir de ahí nació una nueva generación de unos jóvenes que se definen como vitivinicultores con origen.

Valcuerna, que alude a un término comprendido entre Cordovín y Badarán, supone así el cierre de un ciclo de viticultores como fueron sus padres, madres, abuelas y abuelos apostando por la elaboración de esas viñas viejas (en su mayoría de garnacha que perduraron por la tradición que existe con el clarete) que sucumbieron a la tentación del arranque a diferencia de lo que no se pudo evitar sin embargo en otras casas. “Como decía mi padre, aquí la viña vieja es de antes de la Guerra Civil y algunas se acercan ya a los cien años”, recuerda Adrián. Y es de esas cepas más viejas de donde extraen las mejores uvas para sus diferentes gamas de vinos parcelarios, conjuntos de parcelas, vinos de comarca y de paraje donde la viura y el tempranillo también toman gran protagonismo. Bajo la marca CDVIN, que se refiere a Conjunto de Viticultores Independientes (aunque también podría hacer las veces de símil con Cordovín) y en cuyo proyecto toman parte otros tres elaboradores, la familia comercializa Valcuerna, un vino que emana de esas garnachas viejas con alguna cepa que otra de blanco escondida y que se vendimian con cajas. Junto a los términos de Badarán y Cordovín, también trabajan viñas en el triángulo de Nájera, Alesanco y Cárdenas.

A estas alturas, toda su materia prima descansa ya a buen recaudo en los depósitos y cubos, por lo que se han escapado de posibles focos de botrytis que aparecieran con el calor en esta “vendimia tan rara” que se ha vivido, “como a trompicones y con nerviosismo, mucho nerviosismo”. Fue el pasado 13 de septiembre cuando comenzaron a cortar los primeros racimos de tempranillo blanco, aunque con destino otras bodegas fuera de Cordovín, porque del medio centenar de hectáreas de viñedo que gestiona este equipo en familia, apenas una pequeña parte se queda en sus instalaciones del barrio de bodegas. “El primer día que metimos uva a la bodega fue el 19 de septiembre y empezamos con el sauvignon blanc, pero luego también llevamos viña de otra gente, además de vender uva a bodegas y pequeños elaboradores que buscan cosas concretas como maturana blanca, garnacha blanca o malvasía y que piden vendimiar con cajas. También hay casos en los que es la propia bodega quien trae su cuadrilla y vendimia la viña”, apunta Adrián. Así que la vendimia en este hogar de Cordovín se torna compleja y larga más allá de los contratiempos meteorológicos.

“Somos un pueblo humilde, pero tenemos una gran riqueza bajo tierra”, ensalza el más joven de los cuatro desde una viña de la familia que, “según papeles”, cumple este año cien años. “Estos suelos de arena tienen mucha acidez que se traslada a las uvas y al vino y es justo por ese motivo por lo que llegan hasta esta zona del Alto Najerilla bodegas, y algunas de renombre, en busca de esa calidad y tipicidad para sus vinos que no encuentran en ningún otro lado de Rioja. Ya se dice en el pueblo, quien viene un año y se lleva un remolque o dos en cajas o palots, al año siguiente volverá para llevarse lo mismo o más”.

Adrián, Arturo, José Miguel y Sergio reconocen que el camino en esto del mundo del vino está tortuoso, porque para ocupar el lugar donde están ahora, con esos 200.000 kilos de uva elaborados, “ha habido que moverse mucho, trabajar y explorar”. Por suerte ya contaban con el calado de la familia que mantiene nada más entrar el trujal tradicional y en las profundidades, una pila de barricas perfectamente organizadas en un estrecho hueco con un pequeño botellero al fondo. Allí descansa la añada de 2008 del que fue el primer vino que estos cuatro elaboraron (aunque la de 2011 fue la primera en salir etiquetada) y que hicieron ya por su cuenta, sin la supervisión de las voces y miradas más veteranas de sus padres, quienes se quedaron en la fase de granelistas sin llegar nunca a embotellar, pero llevando sus claretes lejos del territorio fronterizo del Najerilla. “Nos tienen contado que en nuestra bodega se llegó a elaborar el primer blanco de Cordovín y a petición de una bodega de Rioja Oriental, donde buscaban compensar el elevado grado que allí sacaban con el de esta zona”. Han reformado así un hogar con historia y raíces para dar cabida a un proyecto con nombre de territorio y en clave joven.

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