El Rioja

El altar de Dionisio, una isla en un mar de viñas

En la finca El Tordillo de Bodegas Real Rubio se cultivan las catorce variedades de la DOCa Rioja

Cuenta la mitología griega que Dionisio era conocido por su amor al vino y el placer. La aventura y la exploración iban marcando su vida. Capaz de liberar las inhibiciones humanas y permitir a las personas conectarse con lo divino viajó por el mundo enseñando a los pueblos el arte de la vinificación y los dones de una bebida considerada el néctar de los dioses.

El altar de Dionisio en Rioja podría estar perfectamente en El Tordillo. Con Yerga de telón de fondo, la emblemática finca de la familia Rubio Ruiz es una muestra perfecta de lo que Rioja es y significa en la región. Allí se cultivan las catorce variedades de la Denominación. Todas están presentes en una sinfonía perfecta que ha dirigido de forma mágica Javier durante años y que ahora capitanea Víctor con una pasión por el campo difícil de ocultar.

Foto: Sergio Espinosa

Nueve blancas y cinco tintas en algo menos de 33 hectáreas que muestran la capacidad de cada una de ellas por amoldarse a la tierra y la multitud de opciones que ofrecen, una vez pasados por bodega, los vinos de Rioja en general, y los de Viñedos Real Rubio en particular.

“La idea fue hace unos años plantar aquí todas las variedades, algunas de forma experimental, para ver cómo se aclimataban a la meteorología de la zona y sobretodo al terreno”, cuenta Víctor, sexta generación de una familia entregada en cuerpo y alma a esto de hacer vino.

Una cuarta parte de su superficie es de graciano, cuya orientación, este-oeste, protege a las uvas de insolaciones excesivas. El sol pega fuerte incluso en el mes de octubre en una zona llana a los pies de las faldas, un lugar donde los viñedos van más allá del horizonte. Esta variedad constituye una de las más destacadas de la explotación familiar. Sus atributos varietales le confieren la acide necesaria a sus vinos.

Foto: Sergio Espinosa

“En la misma proporción conviven las garnachas, con más de seis décadas de vida están plantadas con orientación norte-sur”. Y así en una encrucijada de renales, también existe allí el tempranillo, la reina de Rioja, plantada en orientación norte-sur para evitar los daños que puedan venir del cierzo, que airea las viñas en los días en los que sopla fuerte,

El control del rendimiento de este viñedo se realiza mediante la siembra de cubierta vegetal a base de cereal. Seis hectáreas en ecológico, siete en transición y el proyecto Dionisio marcan el cultivo de una finca en la que una caseta y varias cubas de vino señalan los límites de un lugar en el que los cipreses y los matorrales autóctonos campan a sus anchas para convertirlo en un sitio casi único en Aldeanueva de Ebro.

Una charca para anfibios, casetas para las aves del entorno y los murciélagos, hoteles para los insectos, posaderos para las rapaces y setos que sirven como refugio para polarizadores, la finca se adentró hace unos meses es un proyecto que aglutina las señas de identidad de la bodega y de la familia: innovación, biodiversidad, respecto por el medioambiente y una producción sostenible y rentable.

Analizada flora y fauna, la familia cuenta con un inventario de los animales y la vegetación para establecer una serie de prioridades y objetivos de conservación. Aumentar la biodiversidad biológica en el punto de mira, el proyecto implementado en El Tordillo  ha contribuido con el paso de los meses a la restauración de la vegetación base para garantizar que otras especies de flora y fauna se establezcan en el espacio. Y asó mejorar los aspectos vinculados a la salud del ecosistema.

Bien soleado pero también bien aireado por el cierzo, su suelo arenoso y con gravas en la parte superior dan un contenido especial en arcilla que lo hace propicio para el cultivo de la uva en unas viñas que plantó su abuelo allá por el 78 y que guardan unas de las mejores garnachas de la zona.

Foto: Sergio Espinosa

En un año en el que en Rioja Oriental las vides ya empiezan a asomar sus tonos marrones, El Tordillo sigue vigoroso con sus tonos verdes y algunos rojizos que van asomando. Cuatrocientos metros de altitud avalan unas uvas que no han sufrido tanto como sus hermanas de otros términos aldeanos.

Una isla dentro de un mar de viñas. Víctor sabe que el trabajo en campo ya está hecho a pesar de los desvelos de esta alocada vendimia. Una higuera solitaria da sombra en una pequeña casilla con mirador que recuerda a la campiña italiana. El silencio de la zona obliga a tener que prestar atención para escuchar a lo lejos los coches que pasan por la carretera a Autol.

Así es donde los sentidos se hacen los dueños del territorio y donde Víctor se explaya hablando de su Borgoña premiado con Medalla de Oro en el concurso mundial de Bruselas en su primer año de vida. Destila amor por el vino por todos los poros de la piel, esa es la herencia generosa recibida de su familia. Él suma a este legado nuevas ideas, frescura y juventud y la firme voluntad de ser capaz de desarrollar todas las capacidades de los buenos vinos a partir de las mejores cualidades de los terruños.

Foto: Sergio Espinosa

Por detrás, más de cien años de la mano de los abuelos de sus abuelos, que iniciaron la cultura vitícola en el entorno del monte Yerga, cultivando viñedos a una altitud de entre 400 y 700 metros; por delante un futuro que, ante la incertidumbre del sector, pone reposo, paciencia y a la vez valentía para seguir probando. Dos vinos nuevos le esperan a la vuelta de la esquina. Será en Navidad cuando salgan a la luz, buscando nuevos sabores, nuevos aromas y nuevas sensaciones a la hora de probarlos. Novedades que seguir sumando a lo hecho durante las últimas décadas por parte de sus padres: Mari Luz y Javier.

Más de 90 hectáreas de viñedo con una diversidad varietal y convivencia perfecta entre viñas jóvenes y viñedos de más de sesenta años. Una diversidad que se deja ver a la perfección en El Tordillo y que se está gestionando con prácticas agrarias novedosas pero sobretodo respetuosas con una tierra que quiere seguir siendo el mayor legado familiar. “La idea es prestar la mayor atención a la tierra, a los terrenos, a las diferentes variedades pero también al ecosistema y a todo lo que vive alrededor de las viñas; dejar el terreno mejor de lo que nos encontramos”.

En definitiva, una forma de entender la vida que trasciende todo y a todos, pese a todo y que mira al futuro a la cara demostrando que las nuevas generaciones tienen mucho que decir en Rioja.

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