El Rioja

Pinceladas de blanco entre tintas de antaño

Isidro Palacios, director de Viticultura de Bodegas Roda. | Fotos: Leire Díez

Roda I Blanco es pausa, paciencia y atención. Un vino que emana de una búsqueda exhaustiva cepa a cepa, renque a renque, de entre una quincena de viejas viñas repartidas por parajes de Haro, Briñas, Labastida, Villalba y El Cortijo donde las cabezadas son las grandes queridas. Ahí reposa el germen de esta joya con cuatro escasas añadas de historia y que ya se encamina a por la quinta. La vendimia en la bodega jarrera para este blanco, con el que se estrenó en esta gama, lleva días conducida, aunque con la vista puesta en el cielo cada noche y cada amanecer. No ha habido imprevistos de última hora y, como era de esperar, un miércoles de septiembre les ha tocado el turno a cinco viñas que ya tienen el punto óptimo de maduración en la zona de Briñas.

Una de ellas es la finca Las Cruces. Las cajas de color marrón oscuro, tono insignia de la firma, y con el nombre de la bodega plasmado en ellas se apilan sobre suelos con arenisca y caliza en la viña de Javier. Él es uno de los viticultores proveedores de Roda y que cada año brinda el manjar de esta parcela de poco más de 60 años a la bodega. En su mayoría es tinto, pero sobresalen alternados racimos de viura que se desprenderán antes que ninguno de las cepas. Los cálculos apuntan a que se sacarán de aquí unos 400 kilos. “Es una viña excelente de tinto, que mira qué uvas ha traído este año, pero las blancas plantadas en los suelos mas pobres corren la misma suerte”. Isidro Palacios se enorgullece del trabajo previo bien hecho. Él, como director de Viticultura de Roda, es quien arma y desarma un laberinto de varias semanas de campaña para hacer cuadrar las cuadrillas en la fecha y momento idóneo de vendimia, “que no es cosa fácil”. Pero la veteranía le avala.

La clave, incide, es ir poco a poco para ir dando esas pinceladas de blanco entre tanto tinto que abunda, “porque los renques hay que recorrerlos de igual forma se llene o no la caja”. A pocos kilómetros se atisba a ver otro grupo de temporeros que esconden y levantan la cabeza continuamente. Es en la finca Los Herreros, ubicada a los pies del Toloño en la zona conocida como Baigoba, y una protagonista más en esta jornada de vendimia de mapas y cuadrantes. Esta es propiedad de Luis, viticultor de Labastida y uno de los veteranos ya en Roda que controla la recogida de uva en esta viña de garnacha tinta con tintes blancos mientras el calor va apretando conforme pasan las horas. La cuadrilla que lleva se ha tomado un corto descanso para almorzar y regresar al renque, mientras este analiza la uva, concienciado con el trabajo bien hecho durante el año. Otro elemento indispensable más para que Roda I Blanco llegue a ser. Isidro lo tiene claro: “Lo importante es llevarse bien con los proveedores de uva, esa es la clave. Hay gente que es más receptiva a seguir tus consejos, hacerte caso y a tener motivación para ser proveedor tuyo y eso hay que cuidarlo porque tiene gran valor”.

Isidro y Luis, en la finca Los Herreros durante la vendimia.

Al mismo tiempo, otras cuadrillas más se reparten por parajes de Haro en busca de esas cepas blancas para que al final de la mañana se logren hacer tres encubados, calcula el director de Viticultura. Ya se ha hecho uno en días previos con las primeras blancas vendimiadas y aún quedarán otros dos más para los próximos días, porque aún quedan las zonas más tardías de Villalba. Isidro prevé elaborar unos 45.000 mil kilos con esta base de viura que alberga esos pequeños toques de malvasía y garnacha blanca. La quinta añada de este vino avanza con los primeros mostos macerando ya en tinas de roble francés para después hacer la fermentación en estas mismas tinas y también en bocoyes, donde realizará su crianza de 18 meses antes de pasar otros tantos en botella. Larga guarda al Roda I Blanco.

La bodega, que abrió campaña con las viuras más viejas, afronta su décimo día de vendimia y ya tiene poco más del 30 por ciento de la cosecha 2023 a buen resguardo. La idea es concluir antes del 10 de octubre, aunque todo lo marcará el tiempo y las posibles lluvias que puedan aparecer, y fastidiar. Isidro reconoce que “en el campo hay preocupación, pero por suerte en Roda se trabaja con pocas producciones, por lo que la uva este año ha evolucionado bien, sin complicaciones”. Tampoco ha habido problemas de botrytis como se han visto en otras localizaciones, “aunque el riesgo está”, y el grado ha madurado bien, gracias en gran parte a esa escasa cosecha que este año se ha visto más mermada si cabe a causa del granizo que golpeó las viñas en Rioja Alta durante este verano. También ha marcado el transcurso de la cosecha la falta de agua y altas temperaturas, por lo que desde bodega se gestionó la situación con los aclareos y un menor desnietado. “No hubiera estado de más coger un poco más de uva, pero el año viene como viene y poco más se puede hacer. Lo importante es que entre sana”, incide.

Buena cuenta da de ello Esperanza desde el laboratorio de la bodega, donde el equipo anda inmerso en muestra y controles de acidez. Vestida con su bata blanca, asegura que los mostos que se están catando “están muy buenos” y con los parámetros perfectos en los que la madera ya está presente en esas primeras catas, por lo que el volumen está asegurado. Es en bodega donde las prisas y nervios se hacen más palpables. Los operarios descargan sin cesar carros y remolques de cajas llenas de uva que van directas a la mesa de selección a través de una cinta que las alza a la primera planta del edificio y por la que al día pueden llegar a pasar unos 40.000 kilos de uva. Las cajas llegan procedentes de esos recovecos de viñedos de los que a veces apenas se sacan 500 kilos, por lo que a veces basta con llevar el Land Rover y un carro enganchado, mientras que de otras se pueden sacar los 2.000 kilos y ahí ya se hace necesario tirar de remolque.

Y es que la vendimia del Roda I Blanco implica una sucesión de viajes a las viñas perfectamente organizados y coordinados para llegar al número de kilos suficientes para llenar las tinas de maderas. Una vez encubados, el tratamiento de la uva blanca también está medido al milímetro para que su mantenimiento sea el mejor posible. En las entrañas de la bodega, un operario arroja con una pala montones de nieve carbónica a las tinas para que la uva se enfríe y se sitúe en torno a los 12 grados de temperatura para que macere antes de que empiece la fermentación, una tarea que se va haciendo conforme la uva entra en contacto con la madera, donde el mosto permanecerá en contacto con la pasta durante cuatro o cinco días. “La clave para que este vino tenga volumen, pero sin llegar a que el vino se oxide, obviamente”. En la planta inferior de las instalaciones recaen las preciadas duelas de roble que albergan el sello de Roda. Allí, Isidro destapa un bocoye e inspira el aroma que desprende la nueva añada en plena fermentación. “Mira cómo se nota también la acidez. Es una maravilla ver cómo esto avanza a buen paso”. Todo lo que sea necesario y más para que este proyecto en clave blanca se mantenga en la cúspide demostrando cada año el buen hacer de las diferentes manos que intervienen en él. Sus primeros pasos se dieron en 2016 en busca de ese blanco de alta gama para la bodega, pero hacía falta un periodo de prueba y error hasta llegar al éxito.

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