He de reconocer que me equivoqué. Que fui excesivamente optimista a la hora pronosticar el balance artístico que podía ofrecer la recién terminada feria de San Mateo. Allá por finales de julio, me gustaron los carteles, principalmente por las ganaderías anunciadas en ellos, a pesar del halo ‘juanpedrista’ que desprendían todas ellas. ¡En qué estaría pensando en aquel entonces!
Con permiso de Diego Urdiales, la pasada feria taurina de San Mateo no ha sido la mejor de los últimos años. Simplemente, ha sido una más en cuanto al resultado artístico. Y también la feria en la que se han hollado profundidades jamás imaginadas en cuanto a presentación casi todos los toros que han asomado por la puerta de chiqueros de La Ribera.
Los encierros de Juan Pedro Domecq y de Hermanos Garcia Jiménez tocaron fondo en cuanto al aspecto del toro en Logroño se refiere. Indecentes ambos. Su comportamiento fue fiel a lo que demandan hoy las figuras del toreo: sin molestar de salida, de nulo juego en el caballo de picar y con una transmisión en la muleta que se esfumaba allá por la segunda serie. No hubo toros, en pocas palabras. Tan lavadito de cara el de Juan Pedro y promediando menos de 510 kilos el de la familia Matilla. Un hito peyorativo cuando de toros hablamos en Logroño. Perdón por la instancia, pero es que es la triste realidad.
Decepcionó ‘El Juli’ en su despedida de La Rioja, tan fuera de sitio casi siempre. Un adiós indigno para una figura del toreo de tal magnitud, máxime cuando sus últimas tardes se cuentan por auténticas clases magistrales de poder, dominio y conocimiento de la lidia y el toreo. Eso ocurrió el lunes, la tarde en la que Ginés Marín, que sustituía a Morante de la Puebla, se encontró con ‘Marc’ sobre la bocina. ‘Marc’ fue un toro manso, que siempre buscó terrenos de nadie y huía adonde pensaba no encontrar pelea. Se iba Marín tras él y, a base de dejarle siempre puesta la muleta para tapar cualquier resquicio de salida, el tal ‘Marc’ de Juan Pedro Domecq derrochaba clase, tranco, humillación y ritmo. El típico manso con posibilidades, pero ahora en versión delicatessen, y un torero que supo estar a la altura de aquellas embestidas superiores.
Con más pena que gloria pasaron por La Ribera Alejandro Talavante y Roca Rey, que, según dicen, riñeron cuando el peruano se excedió quitando al primer astado del extremeño. El caso es que Talavante nos quiso vender la moto con una faena muy escueta a un toro de todo menos fiero y con el que simuló tres o cuatro desplantes heroicos. Mínimas fueron las complicaciones que tuvo su segundo enemigo, un toro suelto y abanto, al que ni él ni su cuadrilla quisieron ver. Naufragó Talavante al intentar agravar aquellos defectos del animal.
A Roca Rey se le vieron las costuras de su concepto del toreo. Máxime si tenemos en cuenta que el lote que le tocó en desgracia carecía de esa movilidad explosiva que demanda el torero peruano para interpretar su forma de entender el toreo. Así las cosas, en uno echó mano de más circulares que naturales y en el otro vio imposible imponerse lo más mínimo a lo que acababa de hacer Diego Urdiales en La Ribera.
Porque el paso de Diego Urdiales por Logroño ha sido de figurón del toreo. A sus espaldas cargó con la tarde de los ‘juanpedros’ y fue él quien la salvó. No pudo hacer más con menos. Firmó dos saludos a la verónica iniciados en el tercio y rematados en el centro del ruedo, llevó a sus toros al caballo y siempre propuso una manera de intentar hacer el toreo al alcance de muy pocos. Presentó siempre la muleta con verdad, tiró con temple de las miserias que arrastraban sus enemigos e impregnó todo de una torería añeja e innata a partes iguales.
Lo de Urdiales con ‘Despertador’ marcará un antes y un después y pasará a los anales de la historia del toreo. Cuentan que está entre las tres mejores faenas de la vida del torero de Arnedo y a mí no me duelen prendas en reconocer que es la faena de muchas de nuestras vidas. Fue una lección de distancias, terrenos, tiempos y alturas. La profundidad, la hondura, el compás, la naturalidad, la verticalidad, el ritmo y el son se unieron para hacerse toreo. Como alguien escribió por ahí, pensábamos que el toreo era algo imperfecto hasta el pasado miércoles, cuando Urdiales lo hizo perfecto. Lo peor que le pasó a Diego Urdiales fue firmar tal obra en Logroño y no en Sevilla o Madrid.
Decepcionaron también los toros de ‘La Palmosilla’, tan embistiendo siempre sobre las manos las pocas veces que lo hicieron. Aumentó un tanto la presentación de los animales, pues a menos ya nunca podíamos ir. Remendó la tarde un sobrero de Fuente Ymbro, que vino a ser el único toro de la feria que vimos pelear en el caballo. ‘Hostelero’ se llamaba. Fue luego un tanto bruto en la muleta y Emilio de Justo no se entendió muy bien con él, siempre en busca de una reunión que nunca llegaba y también tratando de de imprimir una naturalidad excesivamente forzada. Paseó dos trofeos, uno y uno, por dos trasteos de similar factura y hubo quien dijo que le negaron la puerta grande. Creo que la puerta grande de La Ribera la cerró al salir por ella Diego Urdiales un día antes porque no se puede ya equiparar en premio cualquier cosa con aquello del de Arnedo.
Inédito quedó Gines Marin el jueves, sustituyendo ahora a Daniel Luque, con el peor lote de la tarde. Por su parte, Leo Valadez tiró de arrojo y valor para mostrar sus enormes ganas por agradar al poco público que fue a los toros el día de San Mateo. El mejicano, en ocasiones, se vio un tanto desbordado. Esa tarde se encendieron todas y cada una de las alarmas de la exigencia de Logroño. Debutó Genoveva Armero en el palco, convirtiéndose en la primera mujer en presidir una tarde de toros en Logroño, y siendo también la primera presidenta en cambiar el primer tercio cuando el toro solo había ido una vez al caballo. ¡Vaya debut! Lo conseguido con gran esfuerzo a lo largo del último medio siglo se nos fue al traste de un plumazo.
Poca o ninguna historia tuvo el festejo de rejones encargado de abrir la feria. Los Hermosos de Mendoza y Sergio Dominguez vinieron a poner a las claras que la fórmula de los rejones en Logroño ha quedado obsoleta y su fecha de caducidad hace tiempo que tocó a su fin. Lo poco bueno de la tarde vino de la mano de Guillermo Hermoso de Mendoza en el sexto.
Muy positivo y gratificante resultó la primera novillada sin picadores 100% riojana. Buenos resultaron los erales de Álvaro y Pablo Lumbreras y Alberto Donaire, que hoy mismo debuta con picadores, Patricia Sacristán y Aarón Navas pudieron mostrar esa ilusión que atesoran para llegar a convertirse en toreros dentro de no mucho tiempo. Entre todos congregaron 3000 personas en los tendidos, que su mérito tiene.
No quiero terminar este resumen sin lamentar los malos modales del público de La Ribera estos días, ovacionando a picadores por no picar, no protestando toros de estampa indecente, pidiendo la música justo cuando el torero cogía la muleta y solicitando trofeos por trasteos de más que dudosa enjundia y limpieza. La seriedad, que en esto de los toros juega un papel importantísimo para el buen desarrollo del espectáculo, no es precisamente eso.
En conclusión, esta feria matea de 2023, con permiso de Diego Urdiales, no será recordada por excelente precisamente. Creo que ha quedado a las claras que los toros en San Mateo necesitan un análisis en profundidad, partiendo de la premisa de que a Logroño tiene que venir el TORO. De lo contrario, la feria matea seguirá siendo un mero trámite de dar toros en La Ribera; una patada hacia adelante, cada vez con menos adeptos, sin ningún argumento diferencial que la saque de esta monotonía insufrible y desesperante.