El Rioja

Una nueva generación comprometida con la tradición y la tierra

Las nubes de la tarde hacen barruntar tormenta en Aldeanueva de Ebro. En el corazón de un exuberante viñedo de más de cuarenta años, donde los renques se extienden hasta donde alcanza la vista, emerge la figura de Reme. En una tierra acostumbrada al ir y venir de rudos hombres; ella, rubia, pequeña y risueña sale del coche con un gesto que lleva el sello de incontables días bajo el cielo abierto.

Hija y nieta de viticultores, su nombre (¡cuántas Remes habrán pisado las viñas aldeanas durante las últimas décadas, si hasta una escultura en mitad del pueblo lleva ese nombre!) llevaba ligado un testamento vital: ser también viticultora. Nadie podía imaginarlo hace poco más de cinco años, pero ahora se mueve como pez en el agua entre caminos polvorientos, cuadrillas de temporeros, cunachos y tijeras.

“Los estudios nunca se me han dado bien y cuando terminé la ESO en Calahorra, porque mis padres se empeñaron, decidí hacer el grado medio de Elaboración de vinos y aceite”. Su madre se echó las manos a la cabeza. “Siempre ha sido muy mañosa con todo lo que tiene que ver con el diseño y la animé a hacer el grado de Diseño de calzado en Arnedo”. Pero la joven quiso hacer lo que había visto desde niña en casa. “Creían que iba a durar dos días, pero me encantó todo lo que tenía que ver con este mundo, no hacía falta que nadie me despertase para ir a clase, estaba encantada”.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que algunos de los momentos más felices de su vida habían transcurrido entre el ir a testar las uvas con su padre y regar en las cortas noches de mayo. “Nunca piensas que vas a terminar aquí hasta que te das cuenta de que éste es realmente tu sitio”.

Cada paso que da entre las hileras de uvas es una baile cuidadosamente coreografiado. Con manos aún inexpertas, acaricia las hojas y ajusta los racimos. Sus ojos perciben los matices e intentan intuir los secretos de las uvas. Va aprendiendo a conocer cada cepa, cada terruño, cada terreno, cada término del amplio viñedo aldeano. Para eso están su padre y su abuelo, que con la experiencia que dan los años comprenden el lenguaje de la viña y se lo intentan inculcar. El abuelo mira orgulloso: “Quién me iba a decir que iba a ser la nieta la que se haría cargo de lo que tanto nos costó conseguir a mi mujer y a mi”. Recuerda echando la vista a cuando estas tierras eran aún esparragueras. “Lo de entonces sí que eran madrugones, y aquí hasta las dos de la tarde, agachando el riñón”.

Los tiempos cambiaron y ahora son muchas las fincas que llevan a su cargo entre padre e hija. “Muchos jóvenes no quieren seguir en el campo y nos hacemos cargo de nuestras fincas y las del resto de la familia”. Reme ahora empieza a ser guardiana de la tradición y la innovación. Combina el saber transmitido por sus ancestros con nuevas técnicas y avances tecnológicos para obtener lo mejor de la tierra. “Muchas de estas fincas son de barbado. Son cepas que siempre han sido más fuertes”.

Su padre cuenta cómo se hacía antes de que llegasen los modernos internos. “Dejábamos dos cañetes, se enterraba en la tierra y luego se injertaba la variedad que quisieses poner”. Montones de tierra encima evitaban que las heladas de los duros inviernos aldeanos dañasen el pulgar. “Había que esperar tres años a que saliesen los primeros racimos”. Reme escucha con dedicación y atención.

“Cuando tienes sólo una hija parece que la tradición viticultora se ha acabado, pero ésta tiene coraje, se lleva bien con el campo y disfruta de esta vida”. Reme reafirma las palabras de su padre con la mirada. “Al principio me daba apuro hasta ir al café de la mañana porque la mayoría son hombres y mayores, pero la verdad es que estoy a gusto con ellos. No es fácil empezar si no tienes a alguien que te vaya guiando. Además, todos me dicen que he empezado en malos tiempos para la uva, ya ves qué ánimos me dan”. Aún así ella está ilusionada y su compromiso con la tierra y la vid es inquebrantable.

Ama profundamente esa Rioja Oriental de la que se siente tan orgullosa. “Aquí la mayoría somos agricultores, una vez que dejamos el remolque en la tolva nuestro trabajo ya está hecho pero hasta entonces nos desvivimos por hacerlo lo mejor posible”.

En tierra de tempranillos muestra enchida sus garnachas. “Algunas de las cepas tienen más de sesenta años, cuando todo el mundo las arrancaba mi familia decidió seguir con ellas, son viñas más valientes para la sequía aunque aquí el agua no es un problema”, dice poniendo en valor la labor de decenas de agricultores como su padre y su abuelo, que decidieron invertir parte de sus rendimientos a que el agua llegase a cada punto de la geografía aldeana. Vuelve a sus garnachas. “Hay años que dan menos rendimiento pero el año que tienen bueno…”.

Reme es una de esas nuevas viticultoras que están cambiando la forma de concebir el campo en Rioja. Son pocas pero con el coraje suficiente para firmar desde ya la promesa de que las futuras generaciones también podrán disfrutar de la magia de los vinos que salen de su trabajo, una tradición que perdurará una generación más en cada cosecha.

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