Firmas

Dylan en La Laurel

Raph_PH, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

César González-Ruano quiso hacerse notar cuando, durante una conferencia pronunciada en su juventud, afirmó que “ese Cervantes parece que era manco, cosa que se confirma porque el Quijote está escrito con los pies”. Su estrategia obtuvo escaso éxito, pues sólo un periódico se hizo eco de la ’boutade’ en un suelto titulado “Al señor González no le gusta Cervantes”. Uno, que ya no es joven y hace tiempo que canceló su cuenta de Twitter para no tener que aguantar más tonterías de las estrictamente necesarias, se limitará a decir que raro es el día en que se levanta con el cuerpo pidiéndole escuchar un disco de Bob Dylan. Lo cual no empece cuanto sigue:

Robert Allen Zimmerman es, probablemente, la figura más trascendental en la música popular del siglo XX, el tipo que llevaría el rock a su mayoría de edad al incorporarle la literatura y la crítica social (y digo yo que maldita falta que le hacía, con lo felices que vivían con el ‘Yeah-yeah-yeah’ o el ‘A-wop-bop-a-loo-bop-a-lop-bam-boom’). El hecho es que sus letras, que recogen influencias desde Byron a Ginsberg, lo acabarían coronando nada menos que con el Nobel, mientras que su música es un vademecum de estilos donde se pueden apreciar las huellas de Woody Guthrie, Robert Johnson, Hank Williams o el propio Elvis. Por su parte, el legado de Dylan es palpable, de los Beatles a los Clash, en casi todos los artistas coetáneos y posteriores (no incluiría yo aquí a Bad Bunny, aunque lo mismo estoy equivocado).

El de Duluth, además, es un artista modélico, infatigable, siempre en la carretera a lomos de una gira interminable donde, cada cierto tiempo, cambia de repertorio, cambia de músicos, cambia de ánimo (más acústico o más eléctrico, más folkie o más rocker) y tira millas, como un juglar medieval que va de feria en feria, cualidad ésta que, contra todo pronóstico, lo traerá a Logroño el próximo 21 de junio.

Aunque tampoco resulta tan extraño que el viejo Bob haga parada en nuestra ciudad, si se tiene en cuenta que, desde aquella primera visita en 1984, sus actuaciones en España han sido constantes: quien esto firma tuvo oportunidad de asistir a cinco de sus conciertos tan solo entre 1988 y 1999. Cinco conciertos y los cinco diferentes, y aquí viene otra de las características de Dylan: no hace concesiones ni a su público ni a su cancionero, estira y retuerce sus obras hasta hacerlas irreconocibles y las ejecuta como si las pusiera ante un pelotón de fusilamiento.

Eso hace que, de aquellos cinco espectáculos, sólo tenga recuerdo vívido del que ofreciera en la madrileña sala La Riviera en el 95, pues fue en verdad memorable: un repaso enérgico, vibrante e intenso a lo más granado de su repertorio. Los otros cuatro recitales, en cambio, apenas los calificaría como ‘discretos’ (incluso en uno de ellos hubo que soportar como telonero al cansacuerpos de Calamaro).

Así las cosas, quien acuda al Palacio de los Deportes ha de saber que no va a escuchar ninguna de las piezas señeras de su discografía: ‘Like a rolling stone’, ‘Knockin’ on heaven’s door’, ‘Blowin’ in the wind’, ‘The times they are-a-changing’, ‘Mr. Tambourine man’, ‘Lay lady lay’, ‘Joker man’, ‘Hurricane’, ‘Don’t think twice it’s alright’, ‘It’s all over now baby blue’ o ‘Tangled up in blue’ no sonarán en el pabellón. Ya lo siento, amigos. La gira ‘Rough and rowdy ways’, que arrancó en Milwaukee en noviembre del 21 y tiene previsto prolongarse hasta 2024, se centra en las canciones del álbum homónimo, publicado en 2020. Avisados están.

Dicho lo cual, cabe señalar que ‘Rough and rowdy ways’ es un disco más que notable, entre los mejores firmados por Dylan en lustros, que va del folk al blues pasando por las baladas y cuya puesta en vivo ha recibido generalizados elogios. La banda que lo acompaña está formada por músicos de sesión con solera y aquilatado currículo, al frente de los cuales se sitúa Tony Garnier, un fijo desde los años ochenta. Bob permanece durante la velada sentado al piano, que 82 tacos no son ninguna tontería.

El set-list de anteriores shows, que no debería distar mucho del que ofrecerá en la capital riojana, incluye algunos temas antiguos (el más veterano, ‘Most likely you go your way and I’ll go mine”, de 1966; el más reciente, ‘Early roman kings’, de 2012), así como una versión de ‘That old black magic’, una canción de Arlen y Mercer compuesta para la película ‘Fantasía de estrellas’ (George Marshall, 1942). Y poco más.

De todas formas, a quien pretenda ver de cerca a Dylan le sugiero que se dé una vuelta por La Laurel el mismo día del concierto. Incluso a la misma hora de la actuación. Pues, entre las muchas virtudes con que cuenta el mítico (aquí si cabe el adjetivo) personaje se incluye el don de la ubicuidad. Pero esa es otra historia y ya la contaré en otro momento, no se me vayan a quemar los caparrones que tengo puestos al fuego.

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