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Tinta y tinto: ‘Defensores del patrimonio’

El patrimonio y los edificios con “protección especial” tiene un problema con los ‘defensores del patrimonio’. Son tan puristas y radicales en su defensa que van a provocar su desaparición. Sus ideas son tan utópicas que se alejan de cualquier atisbo de realidad y sólo vale su verdad. Todo o nada. Y, por supuesto, siempre con la petición de que las administraciones sufraguen con dinero público lo que durante tantos años ha estado olvidado por diferentes motivos. No son capaces de entender que hay lugares o problemas que no tienen solución simplemente porque no interesan a la sociedad y, por tanto, su única opción es desaparecer salvo que llegue financiación privada con un nuevo proyecto bajo el brazo. Entonces, esos ‘defensores del patrimonio’ pasan a la batalla legal para poner trabas y más trabas para que esa idea se ajuste a su percepción de la realidad. Y quien quiera cambiar un ladrillo de sitio, que pida permiso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Recuerdo el lío que se montó en San Asensio (año 2018) cuando CVNE anunció que iba a adquirir el castillo de Davalillo. La sangre no llegó al río (Ebro), pero el pueblo se dividió y las fuertes discusiones entre los vecinos fueron una constante. De haber hecho caso a los ‘defensores del patrimonio’, este emblemático lugar seguiría degradándose con el paso del tiempo hasta haber acabado en un montón de escombros. Sin embargo, tras una votación más ajustada que un congreso del PP, la bodega jarrera comenzó en 2021 los trabajos de rehabilitación de esta joya arquitectónica del siglo XIII. Ese mismo año, numerosos logroñeses y riojanos descubrieron el puente Mantible. Hubo dos factores determinantes para tal hallazgo. El primero, los paseos por el meandro de El Cortijo durante los tiempos más duros de la pandemia en los que no se podía salir del término municipal. El segundo, que en el mes de enero se cayó un arco del mismo y los ‘defensores del patrimonio’ se lo tomaron como su particular incendio de Notre Dame. Tras años de dejadez (varios informes ya alertaban del posible colapso de la infraestructura) porque a nadie le interesaban esas piedras, el Ayuntamiento de Logroño tomó cartas en el asunto y se puso manos a la obra con la friolera de 800.000 euros, aunque eso sólo sirva para reparar una parte y la que hay en el lado alavés continúe igual de deteriorada.

Acertada intervención o no esta última, el tiempo dirá y la ciudadanía juzgará su utilidad, igual que las realizadas en el yacimiento de Valbuena y el Monte Cantabria en Logroño, la Cueva de los Cien Pilares en Arnedo o el viaducto de Ortigosa de Cameros. ¿A dónde quiere ir entonces esta columna? A que la defensa del patrimonio sólo por la defensa del patrimonio de nada sirve si no hay un entendimiento de la sociedad actual y que, a veces, las soluciones menos malas son las buenas porque no las hay mejores. A todos nos gustaría que se rehabilitaran esos centenares de ermitas, iglesias, palacios, castillos y lugares emblemáticos que se caen a pedazos en nuestra región, “como saben hacer en Francia”, pero también que esto no es una prioridad para prácticamente nadie. Y que si un edificio en el centro de Logroño se va a construir junto a la iglesia de Palacio, dando al perfil de la ciudad un nuevo elemento arquitectónico de envergadura, pues bienvenido sea. Porque para gustos los colores y porque sus ventajas superan con creces sus inconvenientes.

Hablo, por supuesto, del edificio que Bosonit va a realizar en el Casco Antiguo con el arquitecto Kengo Kuma para albergar sus oficinas. Alrededor de seiscientos puestos de trabajo en una zona que se agarra a este tipo de proyectos empresariales para no convertirse en parque temático de turistas y logroñeses. “Que lo hagan en otro lado”, dicen algunos ‘defensores del patrimonio’. ¿Se han preguntado estos la vida que insuflaría al centro de la capital riojana tener a medio millar de personas nuevas, en su mayoría jóvenes, trabajando y consumiendo en todos sus alrededores entre semana? Porque igual que ocurre en el resto de ciudades de España y del mundo, el centro de Logroño vive su particular proceso de turistificación y cada vez es más difícil residir en él.

Y lo escribo aquí, también, como residente de la zona (ya que siempre se nos alude como afectados), donde al salir a mis quehaceres diarios sólo veo nuevos proyectos hoteleros, solares en ruinas (como el que albergará el edificio de Bosonit), bloques abandonados y alguna que otra casa de reciente construcción (lo del ocio nocturno lo dejamos para otro rato). Y es que, por ejemplo, ahí sigue el Centro de la Cultura del Rioja (CCR) cerrado para mayor gloria de los ‘defensores del patrimonio’, un edificio rehabilitado por una millonada al que nunca se pensó darle una utilidad real más allá de acondicionar un edificio en museo sin saber muy bien qué hacer con él.

Ojalá aprender de nuestros vecinos bilbaínos, quienes también mostraron sus dudas y reticencias al proyecto del Museo Guggenheim hasta que se rindieron ante la evidencia y se dieron cuenta de que así serían una referencia mundial. Ojalá que el proyecto de Bosonit impulse el corazón de Logroño para que abramos los ojos de una vez al mundo y dejemos de pensar en pequeñito (políticos que se abstienen incluidos) y nos olvidemos de defender lo indefendible sólo porque siempre ha sido así.

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