El Rioja

Una crianza con profundidad en seis siglos de historia

Corrían los tiempos de caballeros, escudos y contiendas cuando en la villa de Laguardia se debatía una batalla por ver quién lograba hacerse con el poder de este territorio sur y fronterizo del Reino de Navarra, en lo que se denominaba la Sonsierra Navarra. También donde Sancho el Fuerte mandó levantar la muralla que a día de hoy todavía arropa el centro del municipio. Una guerra, iniciada en 1451 y que se prolongó durante trece años, en la que se vieron implicadas las Coronas de Castilla y de Aragón y con la que Laguardia, junto con San Vicente de La Sonsierra, Viana y Los Arcos, fueron finalmente poblaciones ocupadas por Castilla.

La historia siempre guarda en los símbolos detalles que expliquen lo que los antepasados sufrieron y lograron. Una bandera, un nombre, un pueblo… Y la de Laguardia lo hace en su escudo. La torre de un castillo en el medio y a ambos lados, dos llaves de oro idénticas. Dos llaves que simbolizarían, por un lado, el Reino de Navarra, y, por otro, el Reino de Castilla, ambos en duelo por hacerse con la propiedad de este recinto amurallado, aunque a los moradores poco les importaba qué ejército reinase. Sin embargo, lo que no muestra este escudo es el entresijo de cuevas subterráneas que había bajo esos muros y conectadas así mismo con las diferentes viviendas de la villa. Cuevas donde los pobladores de este enclave medieval se escondían de los soldados de unos y otros ejércitos, quienes desconocían de la existencia de estas cavidades.

Verídico o no, leyenda o certeza, lo cierto es que los vecinos de Laguardia transmiten este relato de abuelos a padres y de padres a hijos. De igual forma que lo hace Carlos San Pedro a sus visitantes que acuden a su bodega para conocer la historia de aquellas cuevas subterráneas datadas del siglo XIV. Antes fueron usadas como defensa; después, destinadas a la elaboración de vino para consumo propio y ahora, mayormente empleadas como uso comercial y turístico, aunque todavía hay bodegas que aprovechan las idóneas condiciones bajo tierra para conservar su vino. En concreto, de las cerca de 250 bodegas subterráneas que hay en el municipio, apenas cuatro tienen uso como bodega donde se hace algún proceso del vino. La Bodega Carlos San Pedro de Viñaspre, en honor al progenitor de Carlos, es una de ellas. Se ubica de murallas para adentro, próxima a la entrada Puerta de Carnicerías de la localidad, y constituye una herencia familiar que se ha sabido ajustar a los tiempos actuales. Allí descansan los botelleros y barricas con las últimas añadas de la casa, junto a alguna que otra botella como reliquia antigua que nunca se descorcharán (hay añadas del 70 y el 80).

Imagen de las cuevas subterráneas que existen en Laguardia. | Foto: Leire Díez

Apenas dos semanas después de concluir la vendimia, el vino está ya terminando su fermentación en las instalaciones que la familia tiene fuera de la muralla y que constituyen la bodega más funcional donde elaborar. Pero su paso por madera y botella ya lo hace de muros adentro, descansando escalones abajo en esos calados centenarios. «El vino va entrando en la antigua bodega a través de la puerta que da al otro lado de la muralla y que facilita en gran medida el trabajo. De ahí se echa mano de una grúa para bajar las barricas a las cuevas y los antiguos tuferos sirven como conductos para introducir las mangueras en los depósitos de hormigón», explica el bodeguero.

Una bodega, también convertida en vivienda, que sufrió un incendio hace más de medio siglo arrasando con toda la planta de la superficie. «Afortunadamente, las cuevas quedaron prácticamente intactas. Fue mi padre quien se encargó de reconstruirla para poder volver a este lugar y elaborar como habían hecho hasta entonces. Aquel suceso supuso un antes y un después para la bodega en sí misma, pero sobre todo para el negocio familiar», recuerda Carlos. Mientras su padre se consolidó como un cosechero más de la villa, apostando más adelante por los crianza, reservas y grandes reservas (el primero de ellos llegó en 2008). Carlos hijo ha mantenido esa gama, pero cada vez alejándose más de los vinos jóvenes y poniendo el foco cada vez más en los vinos de guarda, «que es lo que más demanda el cliente extranjero».

La cueva subterránea de Bodega Carlos San Pedro de Viñaspre, en Laguardia. | Foto: Leire Díez | Foto: Leire Díez

En apenas 35.000 botellas anuales, sacadas de unas seis hectáreas distribuidas por el término municipal (principalmente de tempranillo, aunque con algo también de viura y malvasía), la firma embotella hasta nueve vinos diferentes (siete tintos y dos blancos). «Buscamos abarcar la mayor parte de gustos de nuestros consumidores porque aquí nos visita mucha gente y cerca del cincuenta por ciento de las ventas proceden de estos enoturistas que compran en tienda».

El situarse en plena calle Páganos, concretamente en el número 44, se lo pone muy fácil. En una de las angostas calles que discurren entre las dos iglesias del municipio, la Iglesia de Santa María de los Reyes y la de Juan Bautista, los transehúntes no dejan de recorrer las empedradas travesías parándose a cada paso para ojear un patio interior particular, un bar o una bodega. Y más en plena época de vendimias. La temporada alta se palpa hasta en un día de cielos encapotados sobre la villa donde no se puede soltar el paraguas. «Nos visita mucha gente y la mayoría movida por la curiosidad de conocer estas cuevas subterráneas. Muchos vienen sin ningún plan de visitar bodegas, simplemente a conocer el pueblo, pero acaban pasando por aquí y entran, de ahí que tengamos un volumen importante de las ventas que proceden de las visitas», indica el propietario de la bodega.

Carlos San Pedro en la cueva subterránea de la bodega, en Laguardia. | Foto: Leire Díez

Abiertos al enoturismo desde 2006, Carlos incide en que el perfil del público que llega hasta ellos ha variado enormemente: «Ahora nos visita más gente que los primeros años cuando abrimos, y también es gente con un interés por el vino más concreto, no un público tan general. Lo bueno es que en nuestras cuevas pueden ver una bodega en uso con el vino de esa campaña y las diferentes añadas. Aunque bien es cierto que el marketing de las cuevas de Laguardia está mal hecho porque la gente llega al pueblo atraído por las bodegas como tal, sin saber lo que se oculta bajo tierra. Y cuando llegan aquí y las conocen, se sorprenden».

La vendimia, realizada dentro de los límites geográficos de Laguardia, se ha desarrollado «con unos rendimientos acordes a los establecidos este año, con algún parón que otro, pero sin sobresaltos». Carlos ha aprendido el oficio de hacedor de vino de mano de su padre, quien fue el primero de la estirpe en comercializar el vino en los años 70, aunque ya su abuelo y bisabuelo elaboraban en el pueblo como mandaba la tradición («el primer registro que hay de un San Pedro elaborando vino en Laguardia es de 1497»). Aunque carece de estudios de enología, opina que para hacer buen vino la clave recae en el fruto: «Si la uva es buena, solo tienes que preocuparte de no estropearla en bodega». En su caso, cuenta con viñas de más de treinta años (una, incluso, plantada en 1920) y ya tantea comprar alguna más con la idea de incrementar la producción de la bodega: «Aunque ligeramente, porque nuestros límites son el espacio de las cuevas, de unos 210 metros, de ahí que planteemos una mejor organización de los botelleros para hacer más hueco porque hay alguna zona inutilizada. Además, quiero enfocar la producción en elaborar más vinos parcelarios que reflejen el territorio del que proceden». Planes y objetivos a corto plazo desde las entrañas de Laguardia para realzar su patrimonio natural y cultural.

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