El Rioja

Marcos Eguren: “Quiero convertir Rioja en la pequeña Borgoña”

Marcos Eguren: “Quiero convertir Rioja en la pequeña Borgoña”

Marcos Eguren, en la finca La Nieta. | Foto: Leire Díez

Aquel que se define a sí mismo como un “coleccionista de viñedos” ha de considerarse un verdadero amante de la magia que hace la naturaleza en cada estación. Ha de considerarse, también, un curioso empedernido de las diferentes vertientes que puede adquirir una cepa en función de la tierra bajo la que descansen sus raíces. Y por supuesto, ha de tener a su resguardo un buen material cartográfico del lugar donde se ubican esos tesoros para colgarse la brújula, calzarse las botas y salir a buscarlos.

Algo parecido, pero con las prácticas de búsqueda y localización más propias de finales del siglo XX y principios del XXI, es a lo que Marcos Eguren se ha dedicado a hacer durante décadas para formar a día de hoy un auténtico inventario de parajes con carácter propio. Como si de un censo de viñedos entre San Vicente de la Sonsierra y Laguardia se tratara, con las parcelas que se reparten en Toro de la mano del proyecto Teso La Monja. Todo ello no hace más que reforzar esa etiqueta que él mismo lleva sellada en la suela de sus botas, las mismas que heredó de su bisabuelo Amancio, quien inauguró la comercialización de esa colección de viñedos, y que amplió su padre, que llegó a tener hasta 17 bodegas alquiladas en San Vicente antes de inaugurar unas emblemáticas construcciones.

Sobran calificativos en la lista de quien ostenta la cuarta generación familiar, junto a su hermano Miguel, de bodegueros y viticultores, pero el de “referente más allá de las fronteras de Rioja” es compartido por muchas voces del sector. Su destino tal vez estaba ya escrito, pero Marcos reconoce que no ha hecho nada fuera de lugar con el fin de diferenciarse en el sector. Siempre ha insistido en que la máxima de las cuatro bodegas que componen Sierra Cantabria, con otra construcción en camino, es “transmitir la pura identidad de cada viñedo en la botella, la cultura que lo rodea y el trabajo que tiene detrás”.

Marcos Eguren, en la bodega Viñedos de Páganos. | Foto: Leire Díez

“El vino es una cuestión de emociones y estas llegan con la sensación que te causa tomarlo. Cuando estás ante un gran vino, no sabes por qué, pero la emoción te inunda y te traslada siempre a un paisaje, un recuerdo. Y eso queremos que se sienta con uno de nuestros vinos, porque son vinos vivos”. Es simple y sencillo. Plasmar lo que el territorio es, sin florituras ni adornos. Y para eso basta con extraer la pureza de cada grano, o mejor dicho, de los mejores granos, y dejar que las fermentaciones sigan su curso. Que se lo digan a las cerca de noventa personas que durante varias jornadas han cambiado la viña por el patio de la bodega de Viñedos de Páganos, en el término de Laguardia. Allí, sobre bancos y banquetas con cojines de refuerzo, han visto pasar las horas sin apenas levantar la vista de los racimos ya previamente seleccionados.

Ahora les toca a todas estas manos llenar las barcas granates que los operarios de bodega van llevando a los depósitos y trayendo vacías para recargar con más bayas de tempranillo. En torno a 25 y 30 kilos es capaz de seleccionar una de estas personas al día, pero La Nieta este año ha traído unos 5.000 kilos de sus 1,8 hectáreas, así que tocará alargar un poco más la labor. A esta viña selecta de la familia se suma El Puntido que, a pesar de estar a escasos metros, tiene todos los ingredientes para traer una uva completamente diferente y, por ende, un vino capaz de distinguirse. “La identidad del vino la da el viñedo y eso se consigue si sabes respetar lo que te da la planta sin querer manipular. Así que a los enólogos sólo nos queda no estropear lo que tenemos”, ríe.

Despalillado a mano en la bodega Viñedos de Páganos. | Foto: Leire Díez

La viña El Puntido tiene casi 90 centímetros de tierra de laboreo en profundidad, donde reposan las raíces antes de tocar la roca que rodea a los más de tres mil metros cuadrados de calados subterráneos que completan esta bodega. Mientras, La Nieta apenas cuenta con 20 centímetros. “En su caso, las plantas están prácticamente clavadas en la roca y cuentan con menos sustento, aunque eso ayuda a su vez a que la planta regule mejor su producción. Además, este suelo pobre tiene piedra arenisca y caliza que actúa como una esponja que absorbe la humedad del invierno”, explica el veterano enólogo. Una viña que es de las más mimadas y que requiere de gran atención para extraer la complejidad, finura y elegancia deseadas. Será por eso que la producción de un kilo de uva procedente de este paraje cuesta casi cinco euros.

La práctica del despalillado grano a grano ya la desarrollaron los hermanos Eguren en sus creaciones de Toro allá por el 99 y, aunque hay quienes todavía no se lo creen y otros que no entienden el motivo de esta tarea extra, Marcos reconoce que es la clave para plasmar fielmente la singularidad de una viña. Fue su padre Victorino quien salió de San Vicente para llegar hasta estos parajes en territorio de Páganos con el afán de invertir en ampliar el patrimonio familiar. “Todos los años se regalaba algún viñedo. Llegaba a casa y lo anunciaba, sin consultar antes con nadie”, recuerda. Empezó a hacerse con tierra a finales de los 60 y principios de los 70, comprando parcelas que difícilmente se vendían por ser propiedades que pasaban de familia en familia. Pero logró agrupar bastantes hectáreas de tierra que antes fueron viña para replantarlas. En total, 45 hectáreas, que son las que ahora rodean Viñedos de Páganos y de donde sale El Puntido, La Nieta y Calados del Puntido.

Despalillado a mano en la bodega Viñedos de Páganos. | Foto: Leire Díez

La colección de viñedos de la familia Eguren sigue creciendo año a año (ya rondan las 160 hectáreas en Rioja). Eso sí, sin salirse de los límites geográficos de este territorio singular entre San Vicente y Páganos (junto a alguna parcela que comparte terreno con Labastida). “Somos más viticultores que bodegueros, que lo segundo vino más por accidente. Somos una familia apegada a un entorno, a una personalidad y a una filosofía de trabajo donde la identidad del vino la da el viñedo, no la bodega como ocurre en muchos casos en Rioja. Una filosofía más parecida a Borgoña, donde se potencia más ese carácter primario”. Ellos no buscan exaltar su municipio de origen, sino que buscan la diferenciación en el campo y en la emoción que transmite su vino cuando se descorcha. “Yo quiero convertir Rioja en una pequeña Borgoña, donde se primen los vinos parcelarios y se revalorice el producto”.

Por el momento, Marcos Eguren está pendiente de todos los vinos que se elaboran en sus bodegas. “Todos los días en la viña, pendiente de los despalillados, de los depósitos… No hay botella de vino de cualquiera de las gamas que sacamos que no haya probado desde el primer día hasta el último, viendo cómo evoluciona, si hay que macerar más o menos. Ocurre lo mismo que con un hijo, que siempre tienes que estar pendiente de él”.

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