Agricultura

Un día histórico para un sector que marcha hacia un futuro incierto

Un día histórico para un sector que marcha hacia un futuro incierto

FOTO: Fernando Díaz.

Dos kilómetros y medio. Volver de la Concha del Espolón al Palacio de Deportes es la distancia perfecta para asimilar la dimensión que había tenido la tractorada que los agricultores riojanos habían protagonizado minutos antes por las calles de Logroño. Fue en ese trayecto de vuelta donde muchos se dieron realmente cuenta de la jornada histórica vivida minutos antes.

Más de 300 tractores y 1.500 personas, dicen las fuentes oficiales. Posiblemente, alguna más. Suficientes para una tierra en la que cada día hay menos gente que se dedica al campo. Suficiente para hacerse ver en unas calles poco acostumbradas a las vacas, las ovejas y las cabras. Un tractor era toda una aventura para los más pequeños, que los miraban desde las aceras con la misma ilusión que al helicóptero de los Reyes Magos un 5 de enero.

La distancia entre el mundo rural, el de verdad, y el de la ciudad, se acortaba en una mañana que servía para poner de manifiesto los problemas de un sector al que se le está agotando la paciencia.

Todo había comenzado unas horas antes. Las puertas de Las Gaunas cambiaron, por un día, hinchas ávidos de goles por agrícultores deseosos de vivir un día histórico. El mítico «gol en las Gaunas» se transformaba en cencerros, pitidos y mugidos de vacas. Las ovejas, poco acostumbradas al trajín de la ciudad, corrían de un lado a otro. Y allí se iban concentrando poco a poco los que llegaban en tractor y los que lo hacían en coche.

Desde Alfaro hasta Foncea, el campo riojano se dejaba ver tal y como es. Con la serenidad de un trabajo de paciencia diaria. Con almuerzos improvisados donde los huevos, fritos horas antes, y los pimientos se daban la mano con bocatas con pan de pueblo y algún que otro trago de vino. «Hay que coger fuerzas para gritar bien alto que el campo ya no puede más», decían entre bocado y bocado unos y otros.

Lejos quedan las tractoradas del 77 y las del 82. Demasiado lejos para un sector que lleva tiempo sufriendo el incremento de los costes sin que éstos se vean reflejados en los precios. Sin duda, la reivindicación más importante. «Y eso cuando te pagan», decía Mabel, que por un día había dejado sus helados madrugones para cuidar los cultivos calagurritanos por una mañana igual de fría pero que tenía el objetivo común de hacerse escuchar.

«¡Amos, que hace meses que no se te ve el pelo! «, le decía un agricultor de Tricio a uno de Tudelilla. «Como no vayas a la finca, poco me lo vas a poder ver», le contestaba el otro. Una concentración como las de antaño con una diferencia que se dejaba notar: la presencia de la mujer. Cada vez son más en los campos riojanos.

Los organizadores de la concentración repasaban el recorrido con la Policía Local mientras una hilera de tractores iba llegando de arriba y abajo de la comunidad y un grupo de jóvenes se hacían fotos para el recuerdo. «Es la primera tractorada que vivimos, la primera en la que se escucha nuestra voz, somos pocos los que apostamos por quedarnos en el campo, la gente prefiere la universidad y todos tiene que saber en la situación en la que nos encontramos», decía Jaime.

Con algo de retraso comenzaban los primeros tractores a encender motores. «Primero la cabeza de la manifestación, luego los tractores más antiguos, después los animales; entonces salen los que vayan a pie y luego el resto», iban dando consignas con el megáfono. Y así con una organización absolutamente escrupulosa emprendían la marcha hacia el centro de la ciudad y Vara de Rey se convertía en un cúmulo de sensaciones.

Adolfo no podía evitar emocionarse con cada aplauso que se iban encontrando de sopetón en cada confluencia de calles. «Ánimo chavales, así se hace, hay que luchar por el mundo del campo», les espetaba un señor trajeado desde el paso de cebra. Y él con los pelos como escarpias desde su pequeño tractor. «Da gusto ver que la gente está con nosotros».

Las manos desgastadas cambiaban por una mañana las azadas por pancartas con todo tipo de lemas. «Nada de política. Aquí venimos a hablar de lo que nos incumbe, lo que nos da de comer», comentaba Sergio evocando a la mítica frase de Umbral, que sólo quería hablar con Mercedes Milá de su libro. «Es que no somos importantes ni para poner el precio de nuestros productos». Otra vieja reivindicación.

Y con paso firme pero sin prisa se fueron dejando ver por la ciudad a toque de cencerro mientras la vida cotidiana de la urbe frenaba por unos segundos su ritmo frenético para verlos pasar. «Estaba en casa trabajando y he oído los pitidos por la ventana. Me he puesto lo primero que he pillado y he bajado a aplaudir», le comentaba una chica a las dos dependientas que se asomaban la cabeza a la puerta de su establecimiento.

Primera parada. La valla del Palacete. Foto con las dos vacas que abrían la comitiva. Y recado para la presidenta regional en forma de restos de una oveja muerta. «Que mire a ver si de una oveja asesinada por un lobo se lleva algo, que en los últimos años han sido 1.500 las que hemos perdido los ganaderos riojanos, y eso sólo las registradas oficialmente». ¿La foto de la jornada? Para algunos sí, para otros simplemente la reafirmación de como se encuentra el sector: cadavérico.

Después, discursos, aplausos y hasta un negacionista de la pandemia buscando su minuto de gloria ante los medios al grito de «manipuladores, que nos engañáis con los datos». «Venga mozo deja de dar la nota y ponte la mascarilla que creo que te has equivocado de sitio», le decía Jose Mari con la sorna típica del hombre de campo. Y mientras, corrillos en el Espolón. Cada uno contando su situación, para casi todos la misma.

«Se hinchan la boca con los seguros agrarios, pero en cuanto tienes dos partes importantes a freír espárragos». «Invertimos millones de euros en concentraciones parcelarias y regadíos y luego nos plantan molinos de 200 metros, que los pongan aquí delante del Espartero y que los vean desde sus despachos». «El turismo del lobo, es que uno se ríe por no llorar». Tranquilidad dentro del cabreo. Nada de líos. «Si hay medio problema cojo mi tractor y me subo para casa».

Dos kilómetros y medio desde la Concha del Espolón hasta el Palacio de Deportes. El tiempo suficiente para digerir lo que había pasado a lo largo de la mañana y vuelta para casa con un doble sentimiento: orgullosos de la reacción del mundo del campo a la convocatoria y resignados mirando hacia un futuro que tiene pocos visos de poder cambiar. «Ojalá todo fuese tan fácil como subir a Logroño y quejarse».

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