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Mi primera cita con la historia

Aquí va mi historia. Una más. Una historia normal de una persona normal en una ciudad normal. No será muy diferente de la tuya. Nacemos, crecemos… ya sabes, el ciclo de la vida. Seguramente te sirva cambiando un par de fechas, un par de nombres y un par de referencias. Al fin y al cabo, todos somos tan normales como especiales. Únicos en nuestra individualidad y ciudadanos de un lugar llamado mundo. “Yo soy yo y mi circunstancia”, que decía Ortega y Gasset.

La bandera de nuestros hijos | Foto: Riojapress

Nací un 21 de septiembre y les jodí a mis padres las fiestas de San Mateo de 1989. Creo que por eso me libré de que me llamaran Mateo y me pusieron Manuel, como mi abuelo. Mi madre es natural de Villavelayo, un pequeño pueblo de la sierra riojana que ahora forma parte de eso que llaman la ‘Laponia española’, y mi padre es oriundo de la montaña palentina (Santibáñez de Resoba), aunque cántabro de adopción desde su más tierna infancia en Matamorosa. A ella le gusta el fútbol poco o nada y a él le tira el Racing, aunque la lejanía geográfica y los sinsabores deportivos le han apartado un poco del día a día de los santanderinos. “Mejor ver al Madrid o al Barça en el bar”.

Llegué al mundo en el Hospital San Millán de Logroño. Por aquel entonces, hace más de treinta años, el Muro de Berlín estaba en pie y el Club Deportivo Logroñés se disponía a hacer la mejor temporada de su historia (a punto de clasificarse para la UEFA). Yo no me acuerdo de nada de aquello. Ni de lo deportivo ni de lo histórico ni de lo social. Todo son vagas imágenes de una década en la que aprendí a andar, a (mal) jugar al fútbol y a llorar por las injusticias como el asesinato de Miguel Ángel Blanco. A día de hoy, ya no existe ni el Hospital San Millán (ahora es un aparcamiento y una escuela de enfermería) ni el Muro de Berlín ni el Club Deportivo Logroñés. La vida. O la muerte.

Tampoco recuerdo cuál fue mi primer partido en Las Gaunas para ver al Logroñés. A saber. No guardo ni la entrada ni el carné de socio. Mi padre no era muy forofo del equipo, pero no nos perdíamos ni un partido en casa. Siempre entraba a ese viejo campo silbando el ‘Vuelva usted mañana’ de Azul y Negro mirando al casi más viejo marcador de la “zona visitante”. “¡Que se caiga el marcador, oh ohhhh!”. Bancos de cemento, pipas, kas, cocacola y cerveza. Fútbol profesional, ese que antes tenía futbolistas con bigote. Y la emoción de celebrar un gol subido a lo alto de la valla verde como si fuéramos barras bravas argentinos.

De todo aquello ya sólo quedan vagos recuerdos y las sensaciones de un niño en la piel. Apenas unos flashes inconexos y las infantiles emociones vividas. Dos décadas y muchos días de lluvia, tormenta, truenos y relámpagos. El club desapareció, mi padre cambió el estadio por el bar y me hice mayor. La universidad y el trabajo. La pareja, el coche y la hipoteca. Manolito y el Club Deportivo Logroñés quedaron atrás, pero en el presente está la esencia de esas vivencias. “Yo soy yo y mi circunstancia. Y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, que decía Ortega y Gasset.

Veinte años después, sin apenas memoria de lo que nos cuentan los “abuelos cebolleta” sobre el fútbol de antes en La Rioja, una generación de riojanos nos preparamos para vivir el partido más importante de nuestras vidas. La posible vuelta de la comunidad a Segunda División. El fútbol profesional. El selecto club de Javier Tebas. Los partidos por la tele. La quiniela. Los sueldos astronómicos de los futbolistas. Los estadios sin barro. La gomina y el tupé. El traje de los domingos. La colonia cara. El deportivo en la puerta. El chalet en la sierra. El reservado en Pachá. El yate en Marbella. Algo así debe ser un ascenso. Si fuera a Primera División, supongo que sería parecido, pero con cosas todavía más lujosas como tener tiempo libre.

Miles de jóvenes riojanos nos acercamos a un territorio desconocido que nos morimos de ganas por conocer. A nuestro lado, como siempre sin que casi nos hayamos dado cuenta, estarán nuestros mayores. La generación de la posguerra y los del ‘baby boom’. Allá vamos los millennials con una tela blanquirroja por bandera, la voz como escudo, la ilusión como arma de destrucción masiva y los recuerdos como algo todavía por construir. La UD Logroñés tiene una cita con la historia. Y nosotros, también. Una nueva generación de hijos del vino quiere asaltar los cielos futbolísticos. ¿Nos acompañas?

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