Gastronomía

Rosa y Abel cuelgan el delantal en Don Chufo después de “toda una vida”

Rosa y Abel cuelgan el delantal en Don Chufo después de “toda una vida”

Gastronomía y La Rioja son dos conceptos que van de la mano. Cientos son los locales de restauración que llenan las calles de Logroño, proponiendo una oferta infinita de cocina para todos los gustos. Negocios de toda la vida; negocios nuevos y alternativos; negocios, en definitiva, que enriquecen la gastronomía y la cultura de la ciudad.

Entre los primeros se encuentra un pequeño y acogedor restaurante que, tras 38 años ofreciendo una de las mejores cocinas caseras de la capital, dice adiós. Don Chufo, reconocido por su amplia experiencia, calidad y mejor trato humano, echa el cierre este sábado. “Nos da mucha pena, pero ha llegado la hora de jubilarse. Son muchos años trabajando, fuera y dentro de la barra. Hay que descansar”, cuenta Rosa, cocinera y propietaria del bar.

Todo empezó hace casi cuarenta años, cuando Abel, marido de Rosa, entró a trabajar como camarero en este pequeño bar de barrio en la calle Saturnino Ulargui. “Siempre ha sido un mesón clásico donde la gente venía a comer cogollitos de Tudela. En Logroño era el único sitio donde se podían encontrar sin tener que ir hasta la localidad navarra, así que se hizo famoso por eso y por las patatas bravas que se servían. No había nada más”.

Tras pasar dos propietarios por el bar, Abel decidió que era su momento y hace 28 años cogió las riendas del negocio. A partir de ahí, Rosa entró a la cocina y todo empezó a cambiar. Ampliaron la oferta y los platos tradicionales. Los caracoles, los callos y el picadillo riojano se hicieron los reyes de la barra.

“Con el paso del tiempo nos hemos adaptado a los cambios que ha sufrido la gastronomía. Ha evolucionado mucho y nosotros con ella. Si te estancas y no vas al ritmo esto no funciona, así que decidimos mantener la cocina tradicional, que siempre funciona muy bien, e innovar más en los pinchos”.

A Rosa y a Abel les gusta trabajar con los productos de temporada. “Las alcachofas con foie y huevo frito, o las alcachofas con jamón funcionan muy bien. Además, en tiempo de hongos se venden muchísimos, y entre los platos más demandados se encuentras las manitas de cerdo rellenas con hongos”.

Horas, horas y más horas en la cocina y detrás de la barra. Tiempo que ha servido para, sobre todo, conocer a clientes que han terminado por ser verdaderos amigos. “Las relaciones que hemos hecho aquí han sido muchas y muy buenas. Esta profesión te enseña a conocer a tus clientes y nada más que cruzan la puerta ya sabes cómo les va o les ha ido el día”.

Cuando la crisis se dejaba notar en muchos negocios, Don Chufo sobrevivía gracias a esa clientela fija que “no han dejado de venir aquí en ningún momento”. La situación del local también ha ayudado. Una calle, ahora peatonal, y con varios hoteles alrededor, han hecho que al bar nunca le falte gente. “Muchas de las personas que pasan por aquí son de un nivel alto. Entre los turistas, los catalanes son muy buenos clientes y vienen muchos”.

La vida después de Don Chufo

Rosa y Abel reconocen que la vida del hostelero no es nada fácil. “Es más, si la hostelería fuera trabajar ocho horas diarias yo seguiría aquí sin dudarlo, pero el trabajo que el cliente no ve es mucho y muy duro”, señala Rosa.

Tras una vida dedicada por completo al bar -Rosa recuerda que dejó a su hijo con 12 años en casa y prácticamente no lo veía- ha llegado el momento de echar la persiana. “Ya tengo 63 años y Abel ya los cumplió. Se podía haber jubilado antes, pero me ha esperado para hacerlo juntos”. Sin relevo generacional, ya que su hijo es electricista y no está interesado en trabajar en la hostelería, ahora les toca el turno a ellos de vivir, de descansar, de hacer esas cosas que hasta ahora, entregados a su negocio, no han podido hacer.

“Vamos a intentar llevar una vida más relajada, dejando el estrés aparcado y sin mirar el reloj. Vamos a tomar cafés y vinos con esos clientes y ahora amigos con los que no podemos charlar tranquilos por el constante trabajo en el bar y vamos a viajar, a viajar mucho”.

La idea, que el local siga con la misma actividad, pero “parece que la gente no se atreve y le da miedo seguir con esto. Es una verdadera pena. Yo me he ofrecido a enseñar el funcionamiento al que venga, pero nadie se ha animado. De momento, no hay ofertas para el local”, cuenta Rosa apenada. Abel recalca que es una auténtica pena porque es un negocio que funciona muy bien: “No lo dejamos porque no trabajamos, al contrario”.

Los caracoles, las chuletillas, el cocido, las alcachofas, las ancas de rana, los callos, el bacalao ajoarriero, el revoltillo de picadillo de chorizo, el rabo de buey o las manitas de cerdo rellenas de hongo al estilo Don Chufo dejarán de disfrutarse desde este 29 de febrero. Un cierre en el que Rosa y Abel estarán acompañados por su cuadrilla de amigos y muchos de los clientes que, semana tras semana, han pasado por ese local tan significativo para más de uno.

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