La Rioja

Cuando el suicidio toca de cerca: “La culpa y la vergüenza te invaden”

La muerte es un hecho que muchas veces irrumpe en el entorno familiar por sorpresa. De todas las muertes, quizá el suicidio de un ser querido es una de las que más puede afectar. Cada persona sufre las pérdidas de una manera diferente. Las circunstancias y el contexto en el que se desarrollan hacen que este suceso se viva de una manera muy personal y, en el caso del suicidio, la intensidad con la que se sufre puede llegar a desembocar en desequilibrios psicológicos y en la dificultad de elaborar el duelo, dejando tras de sí un rastro enorme de dolor, sufrimiento, culpa y soledad.

La herida provocada es muy profunda. Aunque muchos no lo crean, con cuidado, trabajo y ayuda, puede ir sanando. Este es uno de los objetivos fundamentales de la Asociación Color a la Vida. Un grupo que nació en diciembre de 2018 bajo el impulso del Teléfono de la Esperanza y gracias al esfuerzo vital de cuatro personas afectadas por el suicidio de un ser querido.

Romina, educadora; Pablo, trabajador social; Georgina, integradora social; y Ana, trabajadora del Teléfono de la Esperanza, unieron esfuerzos y prometieron que la muerte de sus seres queridos no iban a ser en vano. “En el momento de conocernos surgió una conexión total. Fue amor a primera vista. Habíamos pasado por lo mismo y, lo mejor, estábamos en el mismo momento para poder crear algo”, cuenta Romina.

Todo empezó con pequeñas terapias de grupo. Una vez al mes. Se hablaba de forma libre, sin juicios ni comparaciones entre un dolor y otro. “El respeto era máximo, y hablábamos abiertamente de algo que normalmente no puedes compartir ni con la sociedad ni con la familia. Nos recogemos entre todos, y la intervención de uno puede servirte de mucho”.

Con el paso del tiempo y la buena respuesta de la gente, la asociación ha ido creciendo y las sesiones grupales ya se hacen con más periodicidad. “Además contamos con una experta en duelo y también hay sesiones individualizadas”.

El suicidio sigue siendo tabú

Desde siempre se ha tratado este tema como un estigma social del que es mejor evitar hablar. “Arrastramos una mochila histórica donde la Iglesia nos ha enseñado que Dios te da la vida y Dios te la quita, tratando de pecadores a las personas que provocan su propia muerte”.

Además, hay una vergüenza social que culpabiliza al familiar porque no ha sabido ver lo que estaba ocurriendo. “El duelo, que ya de por sí es duro, se complica mucho más porque no tienes respaldo social, sientes que solo te ha pasado a ti. Te ves perdido, hundido, con un dolor realmente desgarrador, y con la impotencia de necesitar respuestas”.

Romina, cuya madre se suicidó en 2016, recalca que la persona que se suicida no lo hace por las ganas de morir sino por las ganas de dejar de sufrir. “Detrás de un suicidio hay un sufrimiento increíble, la vida se les hace cuesta arriba y, en realidad, están muertos en vida”.

Y para los que se quedan, el proceso de entender es muy largo. “Incluso, al cabo del tiempo, te das cuenta de que había señales, pero como no estamos habituados hablar de estos temas y pensamos que nunca nos va a pasar a nosotros o a alguien de nuestro entorno más cercano…”.

Etapas del duelo

El proceso tras la muerte de un ser querido es muy particular e individual, “cada uno lleva su ritmo”. Pero todas las víctimas comparten el estado de shock que sufren en un primer momento. “No te lo crees. No eres consciente de lo que sucede. Estás muy perdido”. Tras esta primera etapa llega un tiempo de debacle total, porque “nadie te sabe dar respuestas, entre otras cosas porque no hay hasta que las sientes tú mismo”.

Romina confiesa que durante esa fase se sentía hundida en los infiernos: “No sabía cuánto dolor más se podía sentir. Continuamente me invadía la rabia, la tristeza, la impotencia. Sentía que alguien me cogía las entrañas y me las arrancaba”. Todos los familiares de personas fallecidas por suicidio coinciden en la idea de que, a partir de ese día, no vuelves a ser el mismo. “Con el tiempo podrás crecer, pero hay un antes y un después muy claro”.

La sensación, al cabo de los días es que “estás un poquito mejor, pero al día siguiente vuelves a los infiernos. Es un levantarse y caerse continuamente, y, te aseguro, que ese proceso es muy desmoralizador”.

Romina reconocen que con trabajo, ayuda y apoyo, vas viendo la luz poco a poco, la culpa se duerme y empiezas a entender que tú no eres el culpable, que todo fue a causa de una decisión muy condicionada pero “que tenemos que respetar, porque los que estaban sufriendo eran ellos”.

El problema viene cuando se vuelve a tropezar, a conectar con algo que provoca el regreso al punto de partida. “Pero eso es lo que tú piensas. Cuando hablas con alguien que está pasando por lo mismo, o con el especialista de la asociación, te das cuenta que el problema es que estás en una espiral. Vives la rabia, vuelves a pasar por ella, pero no es la misma que sentías al principio. Estás en otro momento del duelo y, gracias a los recursos que aprendemos, podemos gestionarla para no quedarnos anclados en esa ansiedad”.

“No estáis solos. Somos muchos los que vivimos esta experiencia”

Romina explica que “compartir el dolor no te lo quita, pero el estar arropado y acompañado, alivia. Y sobre todo ayuda a no sentirte como un bicho raro. Te das cuenta de que es una realidad social que está silenciada y te liberas de ese sentimiento de vergüenza y culpabilidad”.

Este tipo de terapias que se llevan a cabo en la asociación Color a la Vida ayudan a compartir el dolor en estado puro, atravesarlo hasta que se pueda elaborar el duelo. Liberarse de esa culpa irracional que invade el alma y disipar el estigma social que se cierne sobre el suicidio. “Al principio solo pides perdón, pero, tras el trabajo personal, aprendes a dar las gracias a ese ser querido que decidió irse por todo lo bueno que te dio en vida”.

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