Firmas

Mucha lipotimia, poca diversión

Que las comparaciones son odiosas lo sabemos todos. Que las tardes de expectación corren el riesgo de acabar en frustración, también. Bueno, casi todos. Esa señora anónima que se atrincheró a primerísima hora en los soportales de Muro de la Mata sin saber que la tribunita que tenía justo delante del cordón policial acabaría poblada por una barrera humana de cámaras de televisión, ELLA, no lo sabía.

Con la mayor ilusión del mundo se plantó en El Espolón. Fantaseando con decirle a sus amigas esa misma tarde “¿por la tele? pues yo lo he visto en primera fila”. Pero no, le tocó ver un muestrario de fornidas espaldas ante sus ojos y, para colmo, el espectáculo no la convenció en absoluto. “Yo he venido a ver un desfile, no una murga”, mascaba entre dientes. “Mira qué alto es ese policía, vale para coger higos”, intentaba consolarla su marido. Pero nada. Ni un amago de sonrisa en su rostro.

La hora y media de parlamentos se le hizo eterna a nuestra anónima heroína, que habría pagado por ser uno de los agentes víctimas de una lipotimia para que la sacaran de allí en camilla. Porque a las once y media, cuando arrancó el acto institucional del Día de la Policía, nuestra protagonista ya tenía el gatillo preparado en su móvil, esperando que en cualquier momento se descolgasen los GEO por alguna balconada para retratar el momento.

Pero eso no ocurrió. El discurso del director general de la Policía se le hizo largo. “Mira, hasta la sirena del Espolón ha sonado antes de hora para ver si termina”, exclamó. El del ministro, eterno: “Si yo tengo la boca seca, imagínate él”. Solo hubo una persona a quien la imposición de medallas le supuso un mayor calvario: a Jesús María García.

Cosas del protocolo, al presidente del Parlamento de La Rioja le tocó quedarse más solo que la una en la tribuna de autoridades, mientras el ministro, la presidenta de La Rioja, el alcalde de Logroño, el director general de la Policía y la madrina del acto condecoraban a los agentes. En algún momento pensó García si su soledad era algún castigo por ejercer de ‘poli malo’ en la Cámara regional. Chi lo sa.

Pero no desviemos el foco de nuestra protagonista. Esa señora que llegó a temer que los periodistas la ‘troleaban’ cuando preguntó quién estaba recibiendo la medalla en un momento determinado. Los plumillas le chivaron que se trataba de Paco Lobatón, que tantos desaparecidos ayudó a localizar desde la tele de los 90. “¡Coño, que sí, que es Paco Lobatón!”, espetó. Pero no crean que con su presencia se dio por satisfecha. Todo lo contrario: “Aquí me va a caer una medalla hasta a mí; parece esto una corrida en La Ribera”.

Y llegó el momento más deseado para nuestra espectadora de lujo. El desfile. Se le pasó en un parpadeo (“van muy rápido”), pero aguantó estoicamente hasta el broche que más anhelaba. No era la jota con la que el agente de ‘La voz’ emocionó al respetable, sino el pase de los helicópteros sobre el Espolón.

Ya los escuchaba. Podía notar la ventolera levantada por las aspas; la espera había merecido la pena. Solo se le escapó un detalle cuando se ancló en los soportales de Muro de la Mata dispuesta a no moverse un milímetro de su posición. Bajo un soportal no hay helicóptero que valga, a menos que el techo sea transparente. Y no lo era. Envidió con maldad a la acera de enfrente y todas aquellas sonrisas de felicidad dibujadas en rostros apuntando al cielo. “Vámonos, Manolo, que aquí ya no hay nada que ver”. Y así, discretamente, abandonó el escenario de una jornada que deparó mucha lipotimia y poca diversión. La mañana de expectación se convirtió en tarde de frustración.

Subir