La Rioja

Médico por vocación, pediatra por evolución

Silvia Teresa Jiménez. 43 años. Arnedo-Calahorra. Pediatra y coordinadora del Centro de Salud de Calahorra.

Reportaje fotográfico: Clara Larrea

Algunos detalles de la infancia marcan el futuro profesional más de lo que uno imagina. A Silvia Teresa Jiménez (Arnedo-Calahorra, 43 años) le diagnosticaron con seis años soplo cardiaco, una patología relativamente común, pero eso le obligó a ir de médicos más de lo habitual. “Quizás por eso luego quería ser médico desde pequeña. Bueno, de hecho, yo quería ser ‘Don Santiago’, el médico que teníamos en el pueblo”, explica esta arnedana, que tiene hoy vida en Calahorra.

Así que desde muy niña Silvia quería llevar una bata y un fonendoscopio como útil de trabajo. “Aunque inicialmente mi intención era ‘ser médico e ir a África a cuidar niños negritos’; quizás por influencia de la educación en un colegio de monjas, donde nos hablaban de estos temas de África”, cuenta. La realidad es que es médico, “pero no he llegado ni a cruzar el Estrecho de Gibraltar”, ríe.

Sea como fuere, y sin ningún tipo de antecedente familiar en temas médicos, cuando terminó el instituto en el IES Celso Díaz se fue a estudiar Medicina. “Mi padre me empujaba a estudiar Enfermería en Logroño pero yo tenía claro que quería Medicina y también salir de aquí”. Y así se fue a la Universidad de Zaragoza.

De inicio su vocación iba hacia la Psiquiatría, pero en la parte final de la carrera viró… “En quinto de carrera se hacen prácticas en Psiquiatría, pero también en Pediatría, y ahí vi que me gustaba más esta última, que es una especialidad muy agradecida. Nada tuvo que ver que el médico residente de Pediatría fuera un chico que estaba muy bien”, ríe a carcajadas, cómo no hacerlo. “La verdad es que vi la realidad de ambas y me decanté por la Pediatría, además, es una rama muy completa de la Medicina”.

Llegó el momento del MIR, y tras prepararse en Oviedo, tocaba hacer la residencia. “Conseguí nota para Pediatría, pero quería un hospital grande, con unidad propia; al final, aunque no era mi idea inicial, me quedé en el Miguel Servet de Zaragoza. Ahí estuve tres años y me fui uno al hospital Vall D’Hebron de Barcelona porque quería estar en la UCI Pediátrica y llevar a cabo la subespecialidad de digestivo-pediátrica”, relata.

Su camino miraba más a Barcelona, y en esa recta final de su estancia en Zaragoza un buen día conoció a un arqueólogo, a la postre su marido. ¿Como el personaje de Ross Geller en la archiconocida serie de Friends? “No. Eso mismo dije yo, pero Ross es paleontólogo, mi marido arqueólogo cuya actividad está más relacionada con la Historia Antigua, que no es lo mismo, es más como Indiana Jones”, vuelve a carcajearse.

“No era mi plan inicial venirme al Hospital Fundación Calahorra, pero me llamaron y al final acepté”

Pero entonces, en 2004, la vida le planteó otro camino: le llamaron para trabajar en el Hospital Fundación Calahorra que había abierto poco tiempo antes. “La verdad que tampoco era mi proyecto inicial, pero al final acepté”.  A partir de ahí fue formándose su familia: llegaron sus tres niñas, Marina, Atia y Elba, de diez, nueve y cuatro años, respectivamente. “El primer nombre lo elegí yo, los otros dos mi marido, se nota”, vacila.

 

Ella, por su origen arnedano tira para su pueblo, pero “las niñas son calagurritanas de pro”, ríe. Su núcleo familiar fluctúa entre las antiguas villas romanas de Caesaraugusta y Calagurris. “Mi marido es funcionario en Zaragoza trabaja en el Museo Arqueológico romano y unas semanas está allí, otras libra y está en Calahorra… Nos vamos organizando como podemos”.

“A veces hay que poner en la balanza la vida profesional y personal y sacrificar algunas cosas por la conciliación familiar”

Y en ese plan de organización, hace unos siete años se convocaron plazas de Pediatría en el Centro de Salud de Calahorra. “Me apunté y la saqué. A mí siempre me había gustado la rama de hospitalización, no tanto la de atención primaria. Tenía mis reticencias, pero a veces hay que poner en una balanza la vida profesional y personal y sacrificar algunas cosas por la conciliación familiar. En la Fundación estaba contenta, me gustaba la dimensión de la Pediatría en hospital, pero hacía muchas guardias, muchas noches, los horarios eran más complicados de llevar con dos niñas pequeñas que tenía en aquel instante. Así que con dudas, pero acepté la plaza”, se sincera.

Hoy, sigue guardando un gran recuerdo de la rama hospitalaria, pero también le ha encontrado otra dimensión a la Atención Primaria. “Ahora soy una defensora de la Atención Primaria. Es fundamental. En lo que tiene que ver con mi trabajo, es cierto que el día a día tenemos muchos pacientes por pediatra (en Calahorra unos 1.200 por facultativo de Pediatría), pero les conoces de forma más cercana, incluso a su familia, y eso hace que la atención sea más rápida y mejor”.

Ahora, desde noviembre, a sus tareas como pediatra se unen las referidas a la gestión del Centro de Salud de Calahorra, donde es coordinadora. “Me lo habían ofrecido varias veces, pero ahora creo que había llegado el momento: he querido asumir la responsabilidad para tratar de mejorar, creo en lo que hacemos y veo lo importante que es”, subraya, al tiempo que relata que tiene a más de 40 médicos a los que coordinar. “La verdad que no pensaba que era tanto trabajo administrativo”, admite.

“No era mucho de niños; curioso que luego haya acabado siendo pediatra y me guste”

Con su reivindicación de la necesidad de más medios en la Atención Primaria, llega también el hablar de sus aficiones. “Hasta los 18 años fui scout en el grupo Vallaroso, de Arnedo, que se fundó en 1982 y yo empecé en 1984; pero lo dejé cuando había que pasar a ‘scouter’, es decir, a ser monitor. No era mucho de llevar a niños. Curioso que luego haya acabado siendo pediatra y que me guste mi trato con los niños; de hecho, de inicio mis amigos se sorprendieron cuando elegí la especialidad”. Cosas de la vida: médico vocacional, pediatra por evolución.

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