La Rioja

Viajar por Europa a dos velocidades, treinta años de diferencia

Una forma de viajar, una forma de vivir: el InterRail. Y dos épocas distanciadas por poco más de treinta años. Pese al ‘poco’ tiempo que puede separar un verano de 1983 y uno de 2016 con una mochila a la espalda y miles de kilómetros recorridos por Europa en tren, las diferencias evidencian la evolución sufrida tanto por el Viejo Continente como por su población. Las distancias geográficas se mantienen, pero hoy todo está más cerca.

En el horizonte, las mismas ansias por conocer y descubrir lugares, aunque la Europa de los 80 era para un riojano (con su recién estrenada autonomía) algo tan lejano y desconocido que casi daba hasta miedo. La televisión e internet han puesto Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Polonia, Austria… en casa. La planificación del viaje ha cambiado a golpe de click y cualquier imagen resulta familiar. Da igual la Torre Eiffel que los canales de Venecia o la puerta de Brandenburgo.

Hace treinta años no existía TripAdvisor para buscar un lugar en el que comer en Brujas ni Booking para encontrar el albergue más barato antes de llegar a Praga. Ni siquiera se podían consultar los horarios de los trenes o había aplicaciones que te decían cuál era el trayecto que debías seguir. Preguntar y preguntar. El boca a boca y el insistir en las estaciones, fuera en el que idioma fuera, aunque ni siquiera en las escuelas se hubiera instalado el inglés como lengua secundaria y vehicular.

Pero la mayor tortura, según recuerdan aquellos primeros aventureros que se lanzaron a descubrir lo que había al otro lado de los Pirineos, era el cambio de moneda. Las pesetas se transformaban en marcos, francos, liras, chelines… en cada país, nada más bajarse del tren, el primer lugar de peregrinaje era un sitio en el que cambiar de moneda. El euro ha puesto las cosas más fáciles a los viajeros y les ha evitado quebraderos de cabeza.

Todo el día con la calculadora a cuestas. ¿Cuántas pesetas son 193.627 liras? ¿Y 666 francos? ¿195 marcos? ¿Será caro o será barato? Al cambio actual, esos precios equivalen a cien euros, así que es comprensible el lío a la hora de pagar en cada establecimiento. Ni que decir tiene del miedo al billete desconocido y que en algunos casos llegaba a parecer del Monopoly, pudiendo incluso ser falso sin que el joven mochilero se dé cuenta.

Algo que también se ha olvidado de un tiempo a esta parte es el pasaporte. Ahora parece un engorro tener que llevarlo encima al salir de España a un país que no pertenezca a la Unión Europea, pero también era algo indispensable hasta hace no mucho para los países vecinos. Había que salir de casa con ese documento granate en el que reza ‘Reino de España’ y una foto en la que no aparece el propietario con un aspecto muy favorable si se quería poder cruzar las fronteras europeas. En la actualidad, ni siquiera hay que darle explicaciones a un gendarme para pasar de Irún a Hendaya o de Bruselas a Ámsterdam. Lo mismo da hacer ese viaje que ir de Haro a Calahorra.

Incluso se han ampliado los países a los que viajar en Europa Central y, sobre todo, en el Este. El Checkpoint Charlie de Friedrichstraße (Berlín) es ahora una atracción turística y no el paso fronterizo más famoso que separaba la zona de control estadounidense de la soviética. El Muro de Berlín no existe y sólo quedan algunos restos en los que recordar que hace casi tres décadas existían dos mundos totalmente diferentes en el mismo espacio donde ahora un riojano “va como Pedro por su casa” sólo con su DNI en la cartera. Incluso puede tener más de una casa en la que alojarse en los lugares más insospechados porque algún amigo está de Erasmus.

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