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Lo maravilloso de que todo salte por los aires

Te levantas tranquilamente un domingo por la mañana teniéndolo todo y en un momento has perdido el trabajo, la casa y el coche. No sabes ni cómo ni porqué. Hasta tu mujer ha hecho las maletas, se ha llevado a los niños y no ha dicho ni adiós. Sólo te quedan la familia y los amigos que nunca te fallan, esos que cuentas con los dedos de una mano. Tienes que resguardarte con los tuyos y pedir comprensión. Andas entonces despacio, sin prisa, levantando la cabeza para buscar una mirada cómplice de consolación. Y al final, aparece. Claro que aparece.

Algo de eso le ha pasado este domingo a la UD Logroñés. El partido ha saltado por los aires en un mal balance defensivo y su vida se ha vuelto tan complicada como apasionante. Una de las cosas más maravillosas que tiene el fútbol son ese tipo de momentos macabros en los que todo se vuelve en tu contra y salvas el pellejo apelando a un milagro. El césped se vuelve entonces un lugar inhóspito sólo apto para valientes y se descubren los jugadores que no temen a la muerte.

Miguel derribaba a Galán nada más pasar el minuto veinte de partido y el árbitro lo tenía claro (todo lo que fuera en contra de una camiseta blanquirroja lo tenía claro): penalti y expulsión. Se ha retirado Iker Alegre (tocado por un golpe anterior) y ha entrado Fermín Sobrón para cubrir la ausencia del meta logroñés. Un arquero de Baños de Río Tobía por uno de Logroño. San Miguel por San Fermín. Una cerveza por un santo al que le cantan antes de los encierros de Pamplona. Todo quedaba en casa. Y apareció la magia. El joven portero se lanzaba hacia el lado derecho de la portería y allí mandaba el balón Francis. Sí, sí. Paradón. Estirada felina para levantar a una grada que veía cómo su vida se iba por el desagüe.

Diez contra once y setenta minutos por delante. Tenía todo tan en contra la UD Logroñés que sólo podía salir victoriosa de la situación. Marejada en Las Gaunas y barco a la deriva, pero con una tripulación que se sabía de memoria el manual para actuar en este tipo de situaciones. Corazón y coraje sin perder la cabeza. Cojones o huevos, en el argot futbolero. A base de empujar e insistir ha aparecido el premio, con la ayuda inestimable de un ex blanquirrojo: Aitor Navarro, guardameta ahora en el Izarra.

Manos de mantequilla y un extraño en la trayectoria del balón, cóctel perfecto para que el esférico que ha disparado Titi desde la frontal se cuele en las redes del portero visitante. Al filo del descanso, la UD Logroñés respiraba aliviada sabiendo que sus males tenían remedio, que sus porteros son dioses con guantes y que en el otro lado también cometen fallos, a veces tan garrafales como el de esta tarde.

Con esa creencia se han retirado ambos equipos al vestuario y tras volver a ese césped en el que un árbitro catalán pretendía seguir captando adeptos para la independencia de Cataluña en La Rioja, sólo por evitar que cualquier colegiado de ese comité vuelva a pitar en Las Gaunas, Fermín ha seguido escribiendo su nombre con letras de oro en la historia de la UD Logroñés a base de paradas y Aitor Navarro ha seguido fallando.

Cada vez había más inseguridad defensiva en el Izarra, dueño y señor de la pelota pero con las líneas adelantadas en la desesperación por buscar un gol, hasta que Pere Milla ha dado la puntilla al conjunto navarro con una vaselina de las que se marcan en el FIFA pulsando el L1 y cargando mucho la barrita de tiro. Incapaces de perforar la portería de un nuevo héroe local al que este domingo se le han perdonado todas las deudas que un día contrajo con el equipo, el 0-2 del mediapunta catalán confirmaba que los partidos que saltan por los aires son maravillosos (sobre todo si el que acaba ganando eres tú).

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