El Rioja

La maturana de Anguciana con la que laten los vinos finos de Rioja Alta

La bodega familiar Díez del Corral apuesta por la maturana como un «toque revolucionario»

Juan Díez del Corral, en las instalaciones de la bodega familiar en Anguciana. | Fotos: Leire Díez

El abuelo Carmelo dejó un valioso cometido en la familia Diez del Corral: preservar la esencia de los vinos finos de Rioja Alta desde su localidad natal de Anguciana. Un valioso y laborioso cometido que a día de hoy sus cuatro nietos se esmeran en cumplir. No es fácil igualar la valentía del abuelo, que ya en su época impulsó el proyecto vitivinícola, elaborando vino y comercializando en tierras de Francia las pocas cántaras que sacaba, aunque fue su hijo Ricardo junto a los nietos más mayores quienes hace una década viajaron a la feria ProWein en Düsseldorf con el primer palé de un sueño. «Era una prueba, una experiencia para ver qué tal resultaba aquella añada de 2015. Y resultó ser todo un éxito, así que decidimos hacer un parón para repensar el proyecto, adquirir la embotelladora, así como el medio centenar de barricas que son suficientes para poder ser criadores de Rioja», recuerda Juan Díez del Corral, el hermano pequeño y quien se encarga de la comercialización y el enoturismo. Tareas que compagina a su vez con la abogacía que desempeña desde el bufete de la familia.

De aquellas primeras botellas de crianza que mostraron al mundo salió en 2020 la primera añada, la del 2019, de La Piconada, el buque insignia de la casa que tiene el sello especial de las nuevas generaciones de la familia. Con un 90 por ciento de tempranillo, el diez por ciento restante lo aporta la maturana, una variedad minoritaria en Rioja que hace 17 años se incorporó al repertorio de los Díez del Corral con una nueva plantación. Y es por ello que estas uvas también tenían que destinarse a un monovarietal, que salió el año pasado con la añada de 2021 para continuar con esa filosofía de la diferenciación pero preservando la esencia de este territorio de Rioja Alta. «La maturana es nuestra seña de identidad con la que poco a poco vamos construyendo la marca, aunque en función de la añada aportamos más o menos cantidad al crianza. Para nosotros un vino fino de Rioja Alta ha de tener barrica vieja, donde la protagonista sea la uva y que resulte un vino sedoso, sin astringencias, aromático, pero sencillo de beber a la vez. No como esos maderazos que antiguamente eran más comunes de ver. Al final hemos buscado mantener la esencia de lo que es el germen de este proyecto y que nos inculcó nuestro abuelo, pero adaptado también a las nuevas generaciones y para mí la maturana es precisamente ese toque revolucionario del vino que buscamos»», sentencia el joven.

Juan Díez del Corral, en un viñedo de la bodega familiar de Anguciana. | Fotos: Leire Díez

El viñedo La Piconada es el emblema de la familia. Una cruz sobre un monolito de piedra preside esta parcela de apenas cuatro hectáreas plantadas de tempranillo y maturana tinta de la que emanan la mayor parte de los vinos de la casa y que se sitúan en la Obarenia, la comarca delimitada al norte por los Montes Obarenes. Más longeva es la parcela El Coterón, nombre que recibe el segundo viñedo del que se nutre la bodega y que lleva por nombre el del propio paraje donde se encuentra, a los pies de un afluente del río Tirón. Este viñedo de 1940 y de unas tres fanegas de superficie (0,6 hectáreas) fue recuperado por la familia para mantener en producción esas cepas de garnacha, mazuelo, graciano y tempranillo y cuya primera añada, la de 2023, ya lleva un año descansando en barrica. Este vino, tal como define Juan, «pretende ser una oda al abuelo Carmelo, con un nuevo formato de botella y etiqueta». Aún pasará al menos un año más en botella antes de salir al mercado . «Y eso que la añada de 2023 fue horrible para nosotros porque se recogió muy poca uva a raíz de las tormentas de granizo. Si solemos rondar entre los 21.000 y 22.000 kilos de uva al año, la campaña pasada solo recogimos 6.000 kilos  en total, mientras que esta vendimia hemos cogido casi 17.000 kilos».

Instalaciones de la bodega familiar en Anguciana. | Fotos: Leire Díez

En este parque de barricas también descansan otros vinos que nunca antes se han comercializado, como es el gran reserva, que apenas lleva un año en barrica y que se estrenará con la añada del 2021. El nuevo rosado ha visto la luz hace escasas semanas y es otra de las grandes apuestas de Díez del Corral. La idea de su elaboración llegó tras un viaje a la DO Cigales, en Valladolid, donde los hermanos se encandilaron con los rosados de esta zona. Aunque lo cierto es que no hubiera sido posible elaborar el primer rosado de esta bodega sin esas uvas de viura y garnacha procedentes de una parcela propiedad de otro viticultor de Anguciana. «Son unas escasas 700 botellas las que hemos sacado y parte van a ir a parar a nuestro Club de Socios. La verdad que la acogida está siendo bastante buena porque es un vino con mucho cuerpo y queríamos completar nuestro portfolio en el que ya teníamos dos tintos y un blanco».

El propósito de la bodega continúa siendo el de un «crecimiento muy orgánico», avanzando poco a poco y con un «posicionamiento medio-alto» para sus vinos. De las 20.000 botellas anuales que elabora, el crianza ejerce como pulmón financiero llevándose prácticamente unas 17.000. «En Díez del Corral vamos a seguir apostando por otras elaboraciones de menor producción y, aunque queremos crecer progresivamente en volumen, la idea es hacerlo con cautela. Al final esto es lo que es la bodega, sus viñedos y su personal. Lo que tenemos claro es que queremos poner el nombre de nuestro pueblo en el mapa y con éL su historia y patrimonio vitícola», remarca Juan.

Instalaciones de la bodega familiar en Anguciana. | Fotos: Leire Díez

Esta bodega, la única existente en Anguciana a día de hoy, recae en un pabellón que data de finales del siglo XIX y en cuya estructura se refleja el diseño de construcción de la Escuela de Eiffel. Prueba de ello son las vigas de hierro que sostienen el tejado. Un pabellón que guarda varios hitos históricos entre sus muros de piedra, como el hecho de que llegó a ser una base militar del ejército italiano durante la Segunda Guerra Mundial o que, durante la Revolución Industrial, le prendieron fuego a raíz de que llegaran aquí las famosas trilladoras. El tejado y gran parte de la estructura se hundió, pero esas vigas de hierro permanecieron intactas porque una nueva función le iba a ser encomendada a esta construcción.

Esa base histórica que acompaña a Díez del Corral es la misma que ha movido a la familia a adentrarse desde el pasado mes de diciembre en un nuevo proyecto para recuperar un antiguo edificio y sus terrenos aledaños con el objetivo de convertirlo en el punto neurálgico de la bodega. A escasos metros del actual centro de elaboración y atravesando el barrio de bodegas tradicional de Anguciana se encuentra una imponente casona que mantiene la piedra de sillería en su fachada y en cuyo interior, bajo tierra, descansan tres calados de unos cuatro metros de altura y en perfecto estado. «Tenemos grandes planes para este espacio, desde eventos como bodas y demás celebraciones, a convertirlo en un lugar de encuentro con clientes y turistas, así como un salón donde nuestro Club de Socios pueda reunirse. El potencial es enorme y la labor de rehabilitación de los muros de sillería que están llevando a cabo los trabajadores es increíble», relata Juan mientras desciende por unos peldaños de piedra descubiertos tras las labores de desescombrado y limpieza y que conducen a estos calados donde el paso del tiempo no ha dañado unos arcos de medio punto que lucen intactos. Aquí, a varios metros bajo tierra, tiene planeado el joven de la familia elaborar unas pocas barricas de un vino especial mientras que otro de los calados lo destinará al cementerio o biblioteca de la bodega donde guardar las añadas más especiales de la casa.

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