La crianza en roble francés es una de las bases que sustentan la identidad de Marqués de Cáceres, por lo que su parque de barricas (con unas 30.000) es una parada obligada. Las de 225 litros son las mayoritarias, pero cada año se unen diferentes tamaños y formatos al repertorio. De 300, de 500 y de reciente incorporación son también los fudres de hasta 4.000 litros. Hasta los jaulones de esta bodega son de madera. «Nos gusta hacer experimentaciones con algunas de nuestras parcelas, elaborando por separado y desarrollando proyectos de I+D conjuntos con nuestros proveedores de tonelería. Investigamos, hacemos una memoria del proyecto y la compartimos para el beneficio mutuo», explica David Losantos, director general de la firma de Cenicero. Unas experimentaciones que ya llevan tiempo siendo parte de la evolución de la bodega, pero que en los próximos meses contarán ya con su propio espacio de trabajo, una microbodega diseñada para darle una identidad y contexto a todas las elaboraciones más especiales, con más medios y más posibilidades.
Mientras culminan los últimos retoques de este nuevo proyecto, la vendimia en Marqués de Cáceres llega a su fin. Queda el último empujón (en kilos), aunque faltarán unos diez o quince días de faena todavía por delante para despedir las más de 2.000 hectáreas que controla la bodega (unas 60 de ellas en propiedad) repartidas por los términos de Cenicero, Elciego, Lanciego, San Vicente de la Sonsierra, Laguardia y Lapuebla de Labarca. Y todas recogidas a mano. «Esto es por puro convencimiento corporativo a nivel cualitativo. Creemos que para diferenciarnos no podemos coger la uva a máquina como hace la mayoría. Además, tenemos comprobado que hay diferencias a la hora de elaborar uva que ha sido vendimiada a mano con la que se ha recogido con la vendimiadora. Al final la mecanización golpea la uva y en los vinos tintos el componente principal es la piel. En el caso de los blancos sí que es cierto que el daño es más limitado o no existe porque prensas y trabajas con los mostos, separas rápidamente», remarca Fernando Costa, enólogo de la casa. Un mayor esfuerzo en campo que también va de la mano con un plus económico para el viticultor, que también cuenta con primas de calidad.
Pero claro, ante una vendimia manual, los tiempos que se fijan no se siempre se cumplen y más cuando entran en juego factores meteorológicos. Costa reconoce que ha sido una vendimia «complicada» y en la que ha habido que meterle velocidad. «Hemos pasado de una vendimia que podía haber sido más que histórica a una que va a estar bien, con cosas muy buenas pero que no va a ser esa la tónica general. En agosto todos estábamos muy contentos, recordando las vendimias de 2001 y 2004 porque venía una uva ideal, pero ya no va a ser una añada excepcional. Sí que este mes de septiembre la viña nos ha demostrado que tiene una capacidad de aguante enorme, porque ha recibido varios golpes de tormentas y ha aguantado bien. El terreno estaba muy seco cuando empezó a llover a principios de mes y el primer impacto de las lluvias lo aguantó bien. En el segundo sufrió más pero también lo aguantó, pero es que luego cambiaban las previsiones meteorológicas de un día para otro. Y afortunadamente ha sido una cosecha corta en kilos, porque llega a ser más abundante con este tiempo…».
Una añada que ahora va a depender de cómo se trabaje en bodega y aquí las fermentaciones van a ser claves. «Es en lo que más incidimos, en que sean limpias y nítidas, con las temperaturas controladas. Tenemos una orientación de por dónde van a ir las elaboraciones pero esta va a ser una vendimia de ir sacándole el jugo casi que depósito a depósito, con una elaboración muy quirúrgica, muy al milímetro, porque ha sido una vendimia un poco mutante. Por suerte, tenemos la ventaja de la vendimia manual y que nos ha permitido seleccionar mucho en campo. Y ahí ha sido clave el trabajo con nuestros proveedores, con los que nos une una relación de confianza que perdura con el paso de los años gracias a contratos a largo plazo», destaca el enólogo.
Una relación que ya se encargó de establecer con sólidos cimientos el fundador de Marqués de Cáceres, Enrique Forner, dedicado al comercio de vino en Francia aunque de raíces españolas. Cuando llegó a Cenicero en los años 60 junto al gurú de la enología Emile Peynaud lo hizo con la idea de construir un ‘chateaux’ simulando al de Burdeos, concretamente al de la región de Haut-Médoc en el que se había instalado, porque a su parecer Cenicero tenía muchas similitudes con este enclave. Sus primeros contactos en La Rioja fueron con los viticultores de la zona, con los que estableció contratos a largo plazo para garantizarse la materia prima. «Imagínate a dos franceses negociando con los agricultores en el bar del pueblo. Pues lo que hacía Forner para ganarse su confianza era ofrecerles esos contratos de largo plazo, adelantarles el cobro de la primera vendimia y darles acciones del negocio que iba a montar. A día de hoy todavía mantenemos a muchos de aquellos proveedores y muchas familias de viticultores aún son accionistas».
Y es que la revolución que trajo en 1970 Enrique Forner a Cenicero con la fundación de esta bodega continúa palpable hoy en día con una firma que ha respetado el legado de una familia pero evolucionando con los tiempos. El elaborar por separado, el no mezclar hasta última hora, el buscar lo mejor de cada uva y en cada momento es algo que caracteriza al equipo técnico desde hace años, pero ahora además ha dado un salto cualitativo en viticultura con la adquisición de viñedo donde apostar por la maturana y los tempranillos muy viejos. «Con esas hectáreas que tenemos en propiedad es con las que nos gusta hacer las cosas más arriesgadas y complicadas».
Hace cuatro años establecieron un nuevo programa de incentivación económica del viñedo viejo para que proveedores de la bodega que tienen viñas muy antiguas las cuales tienen una materia prima excepcional (pese a los bajos rendimientos) y que corren el riesgo de que puedan arrancarse en el medio plazo. «Cuentan con un precio al que se le suma una prima de calidad. Les damos la oportunidad también de hacerles nosotros la vendimia en cajas y luego cuentan con otro plus económico porque esa viña ha sido seleccionada para hacerse con esa política de vendimia. Y así hemos conseguido que la gente vuelva a estar motivada. Todo con dos claros objetivos: mantener esos viñedos porque nos interesa su materia prima para poder hacer nuevas elaboraciones y también por la responsabilidad social corporativa que tenemos. Porque para nosotros la sostenibilidad es el desarrollo sostenible y eso implica el tejido social, algo en lo que Marqués de Cáceres ha destacado desde el principio, aportando mucha economía a las familias de la zona y a los pueblos en sí».
Por ello reconocen que la situación actual de inestabilidad económica hace daño al conjunto del sector pese a todo lo que representa la denominación. «En Rioja se están haciendo los mejores vinos de la historia, pero el hecho de que haya bodegas que están tirando los precios de la uva hace que a su vez se estén haciendo los peores vinos. Lo que no puede ser es que haya un Rioja a 1,80 euros en un lineal y luego otro vino con la misma contraetiqueta pero a diez euros. Esto lo que provoca es que el consumidor se confunda por eso hay que segmentar mejor y diferenciar los vinos para facilitarle la tarea al consumidor. Lo que está claro es que el sello de Rioja es una garantía muy importante y esta denominación sigue siendo un tren que va a buena marcha, lo que pasa que tiene un vagón que le ralentiza. Vendemos muchísimas botellas a nivel mundial y seguimos siendo la denominación número uno española en el mundo. Hay cosas que, evidentemente, hay que mejorar porque estamos en una situación en la que el consumo cae pero lo hace a nivel general, no solo en Rioja, sino en todo el mundo. Y Rioja tiene un problema de ventas en un pequeño porcentaje de su producción, porque el resto lo está vendiendo bien. Lo que pasa que cuando eres líder del mercado también eres el punto de diana para el resto de denominaciones y países, pero esta crisis es global. Lo que creo que debería existir es una conciencia común de defender Rioja en su conjunto porque si Rioja vende nos va a beneficiar a todas las bodegas», valora el director general.
Y Costa va más allá: «Esto se trata de una reconversión a varios niveles. Por un lado la del consumidor, que ya no muestra esa fidelidad que existía hace 20 años hacia un tipo de vino en concreto, sino que ahora cambia y quiere probar cosas diferentes. La otra reconversión se está viviendo en el viñedo porque hay gente que se jubila y no tiene relevo, y si se paga la uva a los precios que se ven por ahí, menos relevo va a haber todavía. Podemos hacer una reconversión dando valor a las cosas o cargándonoslas. Y eso lleva también a una reconversión en la bodega porque aquí toca replantear los vinos para que estén más adaptados a las tendencias actuales a la vez que son buenos vinos, porque si no haces buenos vinos no hay reconversión que valga».
Sigue el canal de WhatsApp de NueveCuatroUno y recibe las noticias más importantes de La Rioja.