Adrián y Lorena siempre habían pensado tener su lugar en el mundo. Sabían que su futuro pasaba por el emprendimiento y cuando Adrián perdió su último trabajo vieron su oportunidad. Transformar su pasión por la cultura japonesa en un proyecto de vida único. En ese momento, hace algo más de un año, nació en sus mentes Konkokoro, un lugar dedicado a los dulces japoneses que se materializa en un pequeño café en la calle Canalejas que tiene al mochi como su principal atracción.
‘Kokoro’, corazón en japonés, es lo que intentan ofrecer cada día que levantan la verja de un local en el que entrar supone sumergirse en un lugar donde se trabaja con pasión y dedicación. Para ellos, su negocio es más que un simple café donde la gente puede ir a merendar; querían crear un espacio en el que se sintieran cómodos como clientes y en el que los productos ofrecidos transmitieran el cuidado y la atención al detalle que los caracteriza.
Adrián, con experiencia en cocina y una inclinación natural por la repostería, ha logrado perfeccionar recetas tan emblemáticas como los mochis y dorayakis, ofreciendo un sabor genuino que ha conquistado a todos los que ya se han pasado por allí desde que abrieron el pasado mes de julio.
El mochi, una pequeña esfera de masa de arroz glutinoso rellena de diferentes sabores, se ha convertido en el emblema de Konkokoro. Adrián y Lorena disfrutan experimentando con nuevas texturas y rellenos, buscando siempre el equilibrio perfecto. “La masa del mochi puede variar mucho, desde algo muy duro hasta algo muy elástico, y nosotros hemos encontrado el punto intermedio que más nos gusta”, explica Adrián. Además de mochis, el menú de Konkokoro incluye dorayakis, cookies con sabores únicos, tarta de queso japonesa y bubble tea.
Pero Konkokoro no es sólo repostería. Adrián y Lorena han querido que su café sea un lugar de encuentro, un espacio donde las personas no solo lleguen a degustar postres, sino que puedan relajarse y disfrutar de una buena conversación o de una partida de juegos de mesa, otra de sus grandes pasiones.
La oferta de juegos es amplia, lo que invita a los clientes a pasar una tarde divertida con amigos o familiares, mientras saborean un mochi o un bubble tea. “No queremos que nuestros clientes vengan solo a comer, sino que se sientan como en casa, que puedan pasar un buen rato aquí”, comenta Lorena. Esta filosofía ha convertido a Konkokoro en un lugar especial, donde el ambiente relajado y la hospitalidad de los dueños hacen que los visitantes regresen.
Uno de los mayores desafíos que han enfrentado Adrián y Lorena ha sido la producción diaria de mochis. La masa del mochi es extremadamente delicada y requiere precisión para lograr la textura adecuada.
Además, al no utilizar conservantes, deben prepararlos diariamente en cantidades limitadas, lo que asegura que cada mochi que venden sea fresco y de la mejor calidad. “Nos encantaría hacer más, pero queremos asegurarnos de que cada mochi esté fresco y en su mejor estado cuando lo comas. No queremos vender mochis de un día para otro”, explica Adrián. Esta dedicación a la calidad ha sido uno de los sellos distintivos de Konkokoro, a pesar de que a veces significa quedarse sin stock antes de que termine el día.
El nivel de detalle y cuidado que ponen en cada producto también se refleja en la tarta de queso japonesa, una delicia ligera y esponjosa que ha sido todo un éxito. Lorena señala que cualquier pequeño error en el proceso, ya sea la temperatura del horno o la preparación de las claras, puede alterar el resultado final. “Es una tarta muy delicada, pero cuando la haces bien, el resultado es increíble”, comenta.
El esfuerzo que Adrián y Lorena han puesto en cada aspecto de Konkokoro es evidente. Desde la reforma del local hasta la decoración que da un toque personal y acogedor al lugar. Para ellos, Konkokoro es más que un negocio; es la expresión de su amor por la cultura japonesa y por los detalles bien hechos. A futuro, planean seguir innovando, experimentando con nuevos sabores y productos, siempre buscando sorprender y deleitar a sus clientes.
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