Sosiego. Las manecillas del reloj dejan de sonar. Frescura. Un té a primera hora de una mañana de principios de septiembre con el monte abrazando, bajo la Sierra de Cantabria, no puede transmitir otra cosa que calma. Un paisaje que parece sacado del siglo XV, aunque por aquellos tiempos eran los monjes jerónimos del Monasterio de Toloño los que ocupaban esta finca de Labastida. Ahora es Telmo Rodríguez quien se empapa de la energía que transmite este lugar, pero lo que no ha cambiado nada en la Granja Nuestra Señora de Remelluri es la actividad en torno al vino y el viñedo. Su padre Jaime, emprendedor e historiador aficionado (fue presidente de la Sociedad de Ciencias Aranzadi), lo vio cuando puso un pie en estas tierras en 1967, aunque aquí llegó más movido por su pasión hacia el patrimonio arquitectónico y la cultura que por la riqueza vitícola. Sin embargo, este enclave inusual, apartado, sin luz ni carretera para acceder a él le cautivó de tal forma que vio que esas viñas merecían una nueva vida. Y así pasó 60 años recuperando Remelluri con variedades autóctonas.
“Este sitio tiene una energía muy fuerte y siempre he creído que los grandes lugares del vino son sitios de energía”. Y no lo dice él. De hecho, el profesor Michel Cometo, especialista en radioestesia y que ha trabajado en algunas de las propiedades más misteriosas como Château Ausone, en Burdeos, o La coulée de Serrant, en el Valle del Loira, corroboró lo que se siente al poner un pie en la finca y también le asesoró en la ubicación de la bodega de Lanzaga, en Lanciego, cuando la Compañía de Vinos la construyó en 2007. Con esa premisa, la de buscar lugares con energía, Telmo Rodríguez ha desempolvado viñedos con alma e historia abandonados a su suerte por toda la geografía del noroeste de España.
– De Rioja has sacado uno de los mejores vinos del mundo, Las Beatas, pero de Rioja huiste cuando acabaste tus estudios en Francia. ¿Por qué?
– Yo regresé a Remelluri en los años 90 después de haber viajado mucho y haberme formado. Tenía la ambición de hacer cosas, pero mi padre me dijo que no se podía hacer un gran vino de Rioja porque no era lo que la gente esperaba ni lo que buscaba en ese momento el mercado. Me recalcó que el consumidor quería vinos para beber de buena relación calidad-precio. Y es que no había vinos caros que destacasen o que se vendieran en subastas. En aquellos años en Rioja no hubo la ambición de hacer grandes vinos porque el negocio era hacer mucho lo más barato posible, y eso funcionaba. Así que me fui. Eso no era lo que yo quería. Fue entonces cuando empezó mi faceta de aventurero recuperando viñedos viejos y olvidados. Así montamos la Compañía de Vinos Telmo Rodríguez.
– En realidad, no era tu momento. Porque años después demostraste que sí se podía hacer un gran vino.
– Pero porque siempre he ido un poco contracorriente. De hecho, ahora que los blancos viven tal momento de exaltación, mi primer proyecto en Rioja a principios de los 90 fue hacer un blanco en Remelluri. Ya que no podía hacer un tinto porque no se iba a vender pues quise hacer un gran blanco porque vi que Remelluri tenía también ese potencial. Pero las normas de entonces no permitían plantar viñedo de blanco en Rioja. Luego con el tiempo conseguí sacarlo adelante e hice una mezcla de nueve variedades entre 600 y 800 metros de altura y en diferentes suelos. En este proyecto fue interesante recuperar esa cultura antigua que era la coplantación y que fue tan importante en Rioja y que también se perdió.
– La Compañía de Vinos también surgió como un acto reivindicativo, un grito de auxilio. ¿Qué ha significado para ti el proyecto?
– Y tanto, solo con decir que el primer vino fue una garnacha de Navarra cuando esta variedad fue la gran denostada de la zona… Ha sido un trabajo duro pero en aquellos primeros viajes a Gredos, a Málaga, a la Ribera Sacra o a Valdeorras vimos un mundo que todavía estaba muy en contacto con un pasado que no se había estropeado. Queríamos revelar un país porque yo no entendía que teniendo semejante diversidad, siendo un lugar tan interesante con variedades increíbles y paisajes radicalmente opuestos no se nos conociera como un gran país del vino. Me parecía algo absurdo, pero es cierto que hemos sido un país destructor porque no ha preservado viñedos ni pueblos, ni ha respetado la arquitectura local. Yo venía de un país, Francia, donde hay un gran respeto a la agricultura y se reivindica la figura del viticultor de pueblo. No hay más que darse una vuelta por Saint-Émilion para ver cómo se han respetado los pueblos vitícolas, así que lo que queríamos era demostrar la belleza que tiene nuestro país. Así, con esa sensibilidad, logramos recuperar 90 hectáreas de viñedos excepcionales y difíciles.
– ¿Cuál dirías que ha sido el fracaso de Rioja?
– Creo que el fracaso es haber abandonado un mundo de la calidad. Yo cuando vine a Remelluri tuve que probar vinos de los años 40 y los 50 muy buenos para entender lo que era Rioja porque nada de lo que probaba nuevo me parecía que estaba a la altura de esos vinos que seguramente se hicieron con una viticultura vinculada a un pasado, al mundo del viticultor, a la observación y el respeto a los lugares. Creo que el éxito de hacer esos vinos de buena relación calidad precio acabó dando la espalda a un territorio que tenía vocación de hacer grandes vinos.
– ¿Qué ha cambiado ahora?
– Pues creo que ahora es muy excitante todo lo que está ocurriendo en Rioja porque hay proyectos muy sofisticados y ambiciosos, pero sobre todo por la llegada de los jóvenes que tienen más relación con el mundo del vino de calidad y que les interesa reconocer más a sus pueblos y el potencial vitivinícola que tienen. Ahora hay como una especie de vuelta a la idea de territorio, de esfuerzo y de querer trabajar bien teniendo como ambición el hacer los mejores vinos del mundo. Esa es la gran noticia, que los jóvenes de ahora se preocupan por beber grandes vinos. Lo que ocurrió en Labastida es que se perdió su figura de pueblo ilustrado, siendo referente en el sector durante el siglo XVII cuando existían 300 cosecheros productores y más de 200 bodegas subterráneas. Eso es una gran decadencia, por eso creo que las nuevas generaciones tienen esa responsabilidad de volver a valorar los lugares, respetar su cultura y tener claro lo que quieren hacer.
– ¿Qué es el éxito de un gran vino?
– Lo primero para lograr el éxito de un gran vino es hacer cosas muy buenas por el territorio. El éxito es que una botella de vino se reconozca y sea capaz de emocionar a los grandes amantes del vino y coleccionistas en una subasta, que se valore. Un gran vino es un vino que habla de un lugar excepcional y su talento no es otro que el talento de ese lugar en el que ha nacido, no el enólogo que lo ha elaborado o sus 100 puntos. Recuerdo que cuando elaboramos Las Beatas este fue un proyecto muy sencillo porque en menos de dos hectáreas lo que queríamos era ver hasta dónde se podía llegar. Descubrir cómo un lugar te puede explicar algo excepcional. Fue como tirar de un hilo para ver hasta dónde daba de sí y saber cuáles podrían ser los grandes vinos de Rioja y hemos conseguido esa repercusión hablando de un viñedo excepcional en un pueblo excepcional, porque así también se mantiene la cultura de un pueblo. Tan solo hacemos 1.500 botellas, pero ponemos un elemento que habla muy bien de un lugar y así conseguimos hacer un vino que ha llegado a emocionar a mucha gente que bebe grandes vinos, un vino que transmite y habla de un viñedo que estaba abandonado por la difícil tarea de trabajarlo, ubicado en el paraje conocido como viñas viejas. Pero yo sabía que era una de las zonas excepcionales de Labastida. Con este en concreto creo que hemos lanzado un mensaje para la gente joven: si trabajas bien, si eres generoso, si tienes el objetivo de hacer algo lo mejor posible, tendrás como recompensa hacer uno de los mejores vinos del mundo en Rioja. Porque en esta denominación puedes encontrar talento y genialidad, pero hay que tener la sensibilidad de buscar los lugares y sacar partido de las cosas excepcionales.
– ¿Cómo ves ahora a tu país?
– Creo que la ventaja es que hay más consciencia de lo que es hacer cosas excepcionales y la gente joven tiene la gran responsabilidad. Son gente dispuesta a invertir en grandes lugares y en la gran viticultura. y la buena noticia es que los jóvenes de ahora quieren hacer los grandes vinos del mundo. Ahora lo que está claro es que el vino corriente no tiene futuro y se va a beber menos vino, pero mejor. Eso es lo que me está haciendo cambiar un poco mi perspectiva, porque si en su día mi padre me prohibió hacer un gran vino de Rioja porque no se vendería, ahora sé que el mercado ha cambiado. Yo tuve que exportar mucho y es cierto que ahora quiero trabajar por vender más en mi país porque creo que ya está preparado para consumir este tipo de vinos. Poco a poco iremos construyendo un país mucho más interesante y si mi padre viviera podría decirle que hoy ya, por fin, en nuestro país hay gente que quiere beber grandes vinos.
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