Toros

Víctor y Aarón Navas, padre e hijo, pastor y novillero en San Fermín

Víctor y Aarón Navas, en el ruedo pamplonica

Todo en San Fermín gira en torno al toro. Desde el encierro hasta la corrida de toros, sin perder de vista las vaquillas, los espectáculos de recortes, las visitas a los corrales del Gas para escudriñar y contemplar los toros que se lidiarán durante la feria y lo enigmático del encierrillo al ponerse el sol.

Toros, toros y toros. Tauromaquia neta, continua y constante. La fiesta de los toros perpetuada durante ocho días con sus ocho noches. En casa de los Navas, dos igeanos hospedados durante estos días en los corrales de la plaza de toros, el ambiente taurino se vive con absoluta intensidad. Víctor es el único pastor no navarro de los once que forman parte del equipo encargado de que el manejo de toros, cabestros y vaquillas se realice con total profesionalidad, diligencia y acierto. Aarón es su hijo, lucha por hacerse un hueco en el toreo y ayer por la mañana toreó en el ruedo pamplonica.

La jornada de un pastor de San Fermín es demasiado intensa. Víctor lleva dieciséis años levantándose a las seis de la mañana entre el 7 y el 14 de julio. A esa hora, los pastores cambian y renuevan los comederos de los animales que descansan en los corrales de la plaza de toros. Sólo así el dron de RTVE podrá ofrecer al mundo una imagen un tanto alejada de la realidad, haciendo ver que los astados estrenan pienso cada día. Cosas para no enfurecer al animalismo falso y urbanita.

Una ducha a eso de las siete da inicio al ritual del encierro. Un breve calentamiento precede a un zumo en el ‘Belagua’ con el resto de los pastores, que sirve también para saludar a corredores y curiosos antes de dirigirse al tramo que cada pastor tiene encomendado. Víctor corre entre inicio de Estafeta y Espoz y Mina. Desde que se utiliza el antideslizante y con los toros cada vez más y mejor preparados, su carrera es un sprint de poco más de doscientos metros.

Si un toro se queda rezagado, el pastor es el encargado de protegerlo, evitando que los que vienen detrás llamen su atención y procurando que los corredores que están adelante lo guíen hacia la plaza de toros. El pastor también es el encargado de cortar el viaje del toro cuando este intenta retroceder. En definitiva, la labor del pastor consiste en procurar que el toro llegue a los corrales del coso de la Misericordia en las mejores condiciones y con la máxima integridad, convirtiéndose en muchas ocasiones en ángeles de la guarda para los mozos.

Acabado el encierro, toca hacer las vaquillas, subir los bueyes al camión para llevarlos nuevamente al Gas y contribuir a que el sorteo y el enchiqueramiento de los toros que se lidiarán por la tarde se desarrolle con normalidad. A las lorquianas cinco de la tarde, los pastores volverán a pasear las mangas de los corrales, participando también en la corrida de toros en caso de que algún toro sea devuelto a los corrales durante la lidia.

A la caída del día, una trompeta avisará del inicio del ‘encierrillo’, dando comienzo a los instantes más misteriosos, enigmáticos e íntimos de cada San Fermín. Es el momento de elegir los seis toros que participarán en el encierro de la mañana siguiente y de trasladarlos, junto a los cabestros, desde los corrales del Gas hasta los de Santo Domingo. Una cuesta sin corredores y sin flases, con el silencio roto tan solo por las varas de los pastores y los cencerros de los bueyes en una carrera que no superará los cuarenta segundos. Pese a lo fugaz del trance, no son pocos los que se acercan a preguntar a los pastores por las impresiones que les han dejado los toros que atraerán la atención de millones de personas diez horas después.

La experiencia y la destreza de Víctor Navas con animales bravos, ganada en convivencia con los toros que él mismo cría y también en infinidad de direcciones de lidia y como subalterno en tiempos pasados, sedujeron a los responsables de la MECA, que, no sin esfuerzo, consiguieron vestirlo de verde cada mañana de encierro y concederle el respeto y el mando que da una vara de fresno en la mano.

La mañana de ayer martes fue aún más intensa de lo habitual para Víctor. No en vano, su hijo Aarón hizo el paseíllo en Pamplona para participar en un tentadero público, que, aunque enfocado hacia el público más joven, también fue presenciado por muchos taurinos que dan y quitan el sitio en no pocas ferias de novilladas próximas a celebrarse. El toreo habita durante estos días en Pamplona y se fija hasta en los andares del más pintado.

Aarón estuvo muy por encima del eral de las Hermanas Azcona que le tocó en suerte. Fue el más endeble de los cuatro que se lidiaron, pero, pese a ello, dejó constancia del gusto y la clase que atesora. Su técnica, forjada en incontables horas de entrenamiento, muchas de ellas al lado del diestro soriano Rubén Sanz, hicieron que el eral no sólo se mantuviera en pie si no que hasta embistiera con cierta alegría durante la faena de muleta.

El maestro Dávila Miura iba explicando cada pasaje del tentadero y no fueron pocas las veces que al sevillano se le escapaba ese ‘bieeeeeeeennnnnn’ que celebra el temple, la reunión, el trazo y el empaque de cada muletazo. O ese otro ‘bien torero, bien’ que viene a ensalzar el final de una serie al natural maciza, reposada, poderosa y encajada.

Aarón le dedicó su actuación a Víctor. De Navas a Navas. De torero a pastor. De igeano a igeano y de un hijo a un padre que viven en torero todos los días del año. Siempre es San Fermín en casa de los Navas Chivite. Y yo que les felicito y les admiro.

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