Lo de hacer vino todavía no se le ha presentado como una tarea obligada ni deseada. Para los de casa, ni tan mal. Pero si hay que ponerle la etiqueta, el asunto ya coge otros mimbres. Lo de venderlo tampoco es trabajo gustoso, pero poco a poco va ganando labia para saber defenderse. Óscar Pérez es “de campo” y que nadie le enseñe a llevar las viñas que en su día trabajaron su padre y su abuelo en Briones, pero en 2020 se lió la manta a la cabeza y quiso convertirse también en pequeño bodeguero. Sin bodega, en un principio, pero los ánimos estaban ahí bien firmes y Zaruga vio por fin la luz en diciembre de 2022.
El culpable fue un cúmulo de varias voces. Por un lado, su amigo y también cliente Miguel Merino, que ya le tenía dicho en muchas ocasiones que algunas de sus viñas tenían unas uvas especiales y muy buenas y que podía hacer algo con ellas, sin contar con la partida que ya le vendía para sus propias elaboraciones. Algo que también sabía bien Miguel Merino padre. “Ambos me incitaron a sacar mi primera marca, por probar, con la condición de que Miguel me elaboraría el vino en su bodega durante los tres primeros años hasta que tuviera acondicionada la mía, la cueva familiar, pero ya vamos por la cuarta añada y las obras van con retraso porque aún no han empezado”, apunta mientras hace una mueca, “así que el contrato tendrá que prorrogarse un año más”, ríe.
También estaban los paisanos del pueblo y la familia, que ya cuando cataban en porrón ese primer vino del año tanteaban que esas uvas fermentaban muy bien dejando un vino muy bueno en boca, con la acidez justa y rico en aromas. “Zaruga, este vino está de buen beber”, le decían a su padre Pablo, “igual mejor que el que hacías tú antes”, vacilaban. Así que todos iban contra la opinión de este veterano del campo y la vinificación que, por más que insistió en la “mala decisión” que era ponerse a vender vino, sus mensajes no tuvieron repercusión alguna en el desarrollo de los acontecimientos y Óscar, el ‘zaruguilla’ como le dice alguno en el pueblo, siguió adelante. “Así que no podía por menos que ponerle el mote de la familia a mi primer vino, al menos en homenaje a quienes me han dado las raíces y también la sabiduría”.

Óscar Pérez en su viña con Briones al fondo.
Un camino de escalones hacia arriba que ha logrado ascender con el apoyo también de su suegro, el que fuera director de ventas durante años en CVNE. Tras jubilarse, aún apura sus dotes para brindarle una necesaria ayuda a su yerno. “Tiene muchísimos contactos, especialmente en Madrid, donde estamos aprovechando para abrirle hueco a Zaruga, y él me guía, me asesora, me explica cómo tengo que entrarle a los futuros clientes y cómo contar mi historia, que eso también me cuesta”, reconoce. Pero a todo se aprende. Eso sí, en materia de fijar el precio, ahí la cosa se torna más compleja y las dudas siguen asaltando cuando llega a hostelería: “¿Yo qué voy a saber a cuánto vender mi vino por copas? Es que tampoco tengo experiencia en esto y no sé lo que puede ser mucho o poco y no me quiero quedar corto ni parecer un listillo porque yo entiendo que es un vino que no se conoce aún y tampoco es un vino para copas”.
Fue en las pasadas navidades cuando irrumpió en el mercado con sus escasas 1.400 botellas de la añada 2020, pero la producción ha ido ‘in crescendo’ progresivamente hasta prácticamente duplicarse y rozar las 3.000. “Si es que ya me quedan muy pocas cajas del primer año, así que la idea es ir ampliando poco a poco, aunque claro, la viña da para lo que da, que son unas dos fanegas (4.000 metros cuadrados) de garnacha y mazuelo, y otra parcela parecida de superficie que es todo tempranillo”, apunta Óscar desde la primera de ellas, plantada en 1978 y ubicada en el término Las Abejas, también conocido como Quinta Cruz.
Esta fue una de las apuestas claras del viticultor de Briones por ese suelo pobre y la buena maduración que tienen las uvas de garnacha tinta y mazuelo. Todo se elabora junto y añadiendo el tempranillo tinto de la otra parcela para crear Zaruga, que lleva una proporción aproximada de 75 por ciento tempranillo, 20 por ciento garnacha y el restante de mazuelo. “Como se hacía antes, sin separar por variedades, todo lo que traía la misma viña iba para adentro junto”. La explotación que gestiona son unas 15 hectáreas en propiedad (la mayoría de la producción la vende a otras bodegas de la zona), de las cuales se lleva lo mejorcito para su vino y contando también con algunos terrenos que gozan de ser auténticas maravillas vitícolas en peligro de extinción: “Tenemos una viña que en el registro data de 1913, pero mi abuelo ya nos tenía dicho que esa por lo menos tiene 130 años”. Y ahí sigue, bien erguida, soportando los caprichos de unos y otros.
Avanza a paso lento, “que a mí estas cosas de nuevos proyectos siempre me han frenado un poco y si estoy aquí es por el resto”. También por su cuñada, diseñadora gráfica que ha plasmado la esencia de Zaruga en la etiqueta: “Ella se encargó de buscar el significado de la palabra zaruga que hasta ahora tampoco nos lo habíamos planteado porque a la familia siempre nos han llamado así, pero resulta que en un diccionario agrícola aparecía como una especie de rama o hierba silvestre que se puede meter en los ojos y orejas de los animales de carga durante la época de siega. Y bueno, el significado la verdad que nos gustó y también tiene un poco de relación porque yo cultivo algo de cereal, aunque la viña es lo principal”.
La vendimia ya se echa encima. Todavía sin fecha determinada, aunque algo se ha adelantado y viene con “buenas sensaciones” a pie de campo, opina mientras se mete un grano de garnacha a la boca. Lo que está claro es que ya va a ser difícil recuperar esas fechas tradicionales de inicio de campaña por el Pilar, “e incluso más tarde”. Ahora ya rondan fechas de finales de septiembre y principios de octubre, pero Pérez prefiere esperar todo lo que se pueda a cortar la uva que va a ir a parar a Zaruga.
“Este año ha aguantado mejor el mazuelo que la garnacha con esos días de calor de finales de calor. No tengo problemas de maduración, aunque el agua les ha venido bien a todas. Lo que sí voy a tener que hacer es seleccionar también por el granizo que golpeó en verano, y además las dos veces que cayó. Sí hice algo de aclareo por mi cuenta pero sin arriesgarme mucho porque no tengo más mazuelo que este y a saber lo que venía después, porque como se dice, ¡anda que no quedan noches hasta vendimias! Prefería seleccionar después en vendimias que no quedarme corto”.
Y sin quitar las vista de las cepas, su pensamiento también se posa en un futuro a corto y medio plazo y que pasa por el acondicionamiento de la cueva familiar. “Tengo muchos planes para este lugar que es parte de nuestro patrimonio e historia y que quiero convertir en mi rincón. Además, quiero ampliar horizontes y abrirme también a los blancos que están tan de moda. Tenemos viura y algo de garnacha blanca también, así que es muy probable que saquemos un blanco próximamente”.